Hace algunos días, más precisamente el 17 de octubre, se cumplieron cuatro décadas de La dicha en movimiento, debut de Los Twist y disco insoslayable de la música nacional. ¿En qué consiste la frescura de este disco en un ya bien entrado siglo XXI? Simple. El tiempo pasó y sigue habiendo dos lugares incómodos de habitar hoy para artistas nacionales con afán de trascendencia en el tiempo: el humor y la política.
Una introspección cuasi hermenéutica sigue tiñendo las producciones incluso más costumbristas, domésticas y desenfadadas de la lírica nacional, ya sea mainstream, emergente o en esa fina línea intermedia, ya sea rock, pop, trap y etc. salvo alguna que otra tímida (o no tanto) excepción. Hasta el día de hoy, es difícil considerar y aceptar que una banda pueda escribir y cantar abiertamente en tono humorístico no solo como rasgo distintivo de su lírica, sino como forma de expresión artística.
¿Cómo se podría considerar a bandas como Viuda e Hijas de Roque Enroll o Los Auténticos Decadentes al nivel de contemporáneos como Sumo o Babasónicos, sin irnos al podio de los “grandes” como Charly García o Spinetta, donde el fanatismo intelectual haría trizas el simple asomo de un juicio parecido? En términos actuales: ¿cómo se podría comparar a esas bandas con el nuevo auge del virtuosismo técnico tan en boga en la escena musical actual? ¿Por qué no se puede? ¿Quién pone esos pedestales?
Más allá de géneros y generaciones, la solemnidad por default sigue siendo un chip con el que se formatea la expresión creativa y su juicio en Argentina, cuya respuesta natural como mucho llega a ser la superficialidad más estéril y pseudoconceptual que se ríe de todo sin hacer reír a nadie. Por fuera de esa dicotomía, una de las excepciones más brillantes a la regla nos regala muchas joyas para el recuerdo: “Y como dijo Sarmiento/ Los Masones en bicicleta/Yy los radicales a pie”; “Mientras que tu viejo labura y labura/ Todas las mañanas, tras el mostrador/ Vos, como buen hijo, sos tan caradura/ Que si él gana un mango, vas gastando dos”; o “La importada sale cara pero es la mejor/ La de acá es barata pero no tiene sabor”.
Estas frases son fruto de una fauna musical desprejuiciada y forman parte de distintas canciones que dan cuerpo al puntapié artístico del humor argentino musical. Mención aparte merece el track 9 de La dicha en movimiento, probablemente una de las mejores letras jamás escritas de la música pop y la cual nos permite dimensionar en toda su magnitud la vis cómica como la contracara transformadora del horror. ¿”Pensé que se trataba de cieguitos” mata “yuta asesina”?
Humor y política. Los Twists dieron una clase magistral de cómo hacer pecho en esas aguas turbulentas, aunando éxito y calidad artística con gran impacto. Formados en 1982, con producción a cargo de Charly García, la banda entonces liderada por Pipo Cipolatti, Daniel Melingo y Fabiana Cantilo apostó por cerrar con un portazo anticipado los años oscuros de la dictadura cívico-militar genocida, generando una forma expresiva fresca y original, concebida en tan solo 29 horas y media de grabación.
Si bien Virus ya había anticipado con Wadu-wadu el espíritu musical con el que gran parte de los años 80 se desarrollarían en nuestro país, fueron Los Twist los que exacerbaron ese espíritu con la mayor caradurez e ironía posible y con la mayor proyección popular para retratar la salida de una pesadilla. El sonido de su album debut es el de un volcán pletórico de jolgorio que ha sido harto contenido y que necesitaba estallar quemando todo a su alrededor. Nada ni nadie se salva de su abraso de rockabilly, ska, new wave e ironía peronista.
Ni siquiera Luca Prodan, que en una reconocida declaración señala que al único músico argentino que invitaría a comer sería a Pipo Cipolatti. Sendas bandas compartirían un mismo nicho común de crecimiento en el Café Einstein, emblema de la movida de los 80. El destino sin embargo de Sumo sería la mitificación y la leyenda; el de Los Twist, el de ser una especie de “hecho maldito” de la música argentina: de una influencia inobjetable pero de una continuidad dudosa, por irrepetibles, por la dificultad de copiar un sonido que es inconfundible pero a la vez mutante, heterogéneo.
Es dominante la tendencia a refritar lo ya dicho sobre la canonización de una obra más que hablar sobre su vigencia actual. “Si tu saber va a ser muy parecido al de todos no vas a tener nada particular por lo que ser elegido”, dijo alguna vez Adrián Dárgelos. ¿En qué consiste la contemporaneidad de este disco, cuyo aniversario fue conmemorado hace pocos meses en el CCK a sala llena en una interpretación completa de la cual participaron jovenes artistas tanto nacionales como internacionales? ¿Por qué nos sigue excitando este disco? ¿Por qué sigue teniendo sentido conmemorarlo?
Quizás sea difícil -casi imposible- encontrar bandas y artistas que no solo dominen un código humorístico, sino que hagan de la risa un lenguaje natural para la expresión de cualquier idea elaborada, ya sea como sublimación o como forma predilecta de castigo social a la mecanización de la vida, dos perspectivas cultivadas en torno a la teoría de lo cómico desde el siglo XX. El proceso de memificación del discurso artístico tiene consecuencias innegables, algunas seguramente provechosas, otras seguramente más que malas, predecibles. Ni hablar del problema del posicionamiento político. En un contexto en que los artistas deben cargar con el peso de que el público sea testigo y opinador serial de casi cualquier expresión a realizar, ¿quién se animaría a citar la marcha peronista en un track sin quedar en un proselitismo ridículo, extemporáneo y memeable tarde o temprano?
Interpelados constantemente por el estímulo externo, algorítmico, de tener que automodelarse en ambas zonas en las que no encuentran necesariamente confort, los artistas del hoy surfean la modernidad líquida. El humor memético fomenta el algoritmo y el crecimiento del like. El posicionamiento político -en general, más por el slogan que por las ideas- abre a un excesivo sentimentalismo que busca estar parado del lado correcto de la historia siempre. En ambos casos, mejor es si no ofende a nadie porque más gente será capaz de verlo. La neutralidad como panacea es el espíritu de la época. Sea humor o política, en ambos casos el lugar predilecto es la comunicación promocional. El umbral que difícilmente se cruza es la obra, en la cual es difícil encontrar una elaboración o profundización de esto.
Hoy en día, con 40 años de democracia, en tiempos de motosierras y afán de tirar todo por la borda, letras como “Más vale pájaro en mano/ Que idiota que no va a votar” se resignifican, se ironizan, duelen, curan y se revitalizan. Y por fin, terminan de dar la vuelta entera del sentido total al servicio popular. Es así que hoy seguimos excitados por el debut de los Twist: porque en la obra se inyectó la risa y el desahogo de una época, y las canciones no hicieron más que propagar este veneno imposible de neutralizar. Y si ofendió a alguien, que disculpen, pero así es la dicha champagne.