10 de febrero de 1998. Aparece en las disquerías una portada extraña: una mujer con un tambor por cabeza levanta el brazo en un gesto que se parece al saludo nazi, atrás suyo un nene la imita con una sonrisa y aún más atrás se ve el agua, la gente que se baña y los barcos. El título, que se podía ver en la contratapa, era In the Aeroplane Over the Sea y la banda era Neutral Milk Hotel. Habían sacado un primer disco dos años atrás, titulado On Avery Island, pero la experimentación y el sonido saturado de canciones de hasta trece minutos de largo los había dejado lejos de la fama o el éxito comercial.
Por eso, quizás, agarrar In the Aeroplane Over the Sea era un primer acercamiento a esta banda de la que poco se sabía. No se sabía, por ejemplo, que Neutral Milk Hotel había sido un proyecto individual de Jeff Mangum hasta que su productor Robert Schneider lo convenció de contratar a los músicos que lo acompañarían en este último disco. Ellos, a su vez, no sabían que Mangum había estado leyendo El diario de Ana Frank mientras caía en una crisis existencial, ni sabían que eso haría que las letras fueran de vuelta tan oscuras, sobre chicos y sexo y muertes y fantasmas. Tampoco sabían que, mientras grababa el disco, Mangum se había estado alejando de la banda y que después de la gira, sorprendido por el éxito pero cansado de las entrevistas en las que le pedían que explicara sus letras, acabaría por disolverla. Mucho menos podían saber que se volvería un ermitaño, que desaparecería casi por completo de los medios y que cientos de leyendas se formarían a su alrededor.
Pero eso todavía no importaba. Porque nadie que se haya cruzado con el disco antes de que explotara podría haber anticipado lo que estaban a punto de escuchar. Los primeros rasgueos eran amables, una invitación a mover un poco la cabeza y relajarse con lo que parecía un disco común de rock indie. O sea, con su dosis mínima y justa de rareza, como para llamar la atención pero sin llegar a ahuyentar a los oyentes: la tapa enigmática, el título de este primer tema, “King of Carrot Flowers Pt. 1”, y la letra.
Empezaba con la voz tranquila de Mangum: “Cuando eras chico eras el Rey de las flores de zanahoria/ Y construiste una torre tropezando entre los árboles/ Entre serpientes de cascabel sagradas que caían por tus pies”. En pocos segundos, lo extraño iba apareciendo en la música: entraba el órgano, mientras Mangum se excitaba y cantaba más fuerte para lanzarse hacia el corazón del disco: “Y desde arriba me podía hundir en tu alma/ Ese lugar secreto en el que nadie se anima a entrar”. Para el final de la canción, uno había caído como por un tobogán y casi sin darse cuenta hacia otro mundo.
La segunda canción, de hecho, se encadenaba a la primera. No solo por la música, que en ningún momento había frenado y se mezclaba en el ritmo más lento y en la letra dócil (“Te amo Jesucristo/ Jesucristo te amo, sí”) y después en las guitarras estridentes y en la letra confusa (“Y en los días de fiaca/ Los perros se disuelven y se drenan/ El mundo se va y siempre espera”). También se encadenaba a la primera canción por ser, según el título, la continuación: “King of Carrot Flowers Pts. 2 & 3”. Después del primer minuto, la segunda parte terminaba entre trompetas y empezaba la tercera: las guitarras saturadas callaban todo lo demás excepto por la voz desafinada de Mangum.
Después llegaba “In the Aeroplane Over the Sea”. Hoy, que la banda y el disco se convirtieron en elementos de culto, este es destacado como el tema más popular. Es que, como representación del disco al que le daba su nombre, la canción condensaba y mezclaba cada uno de los elementos que los harían una leyenda en el futuro: una melodía entretenida y alegre y una letra llena de imágenes oscuras y preciosas. Todo esto se iba convirtiendo, con intrusiones más y más chocantes, hasta llegar a su punto cúlmine y terminar con un eco fantasmal de fondo, vientos, alaridos y rayaduras metálicas.
Le seguía “Two-Headed Boy”, una fábula tristísima sobre un chico tan traumado como maravilloso. Solo se escuchaba la guitarra acústica y la voz de Mangum, que llegaba a desgarrarse en el estribillo (“Estoy escuchando para saber dónde estás”, “Juntando señales que suenan en la oscuridad”) y que se cansaba tras cantar que “no hay razón para estar triste”, hasta callarse tras las palabras “let go” (“soltar”) y un tarareo que lo último que quería era dejar ir.
“The Fool” empezaba, también, encadenada al tema anterior. Era anacrónica en su día y lo sigue siendo hoy: recuerda a una marcha o el anuncio de llegada de un Rey, pero de a poco toma la forma de una melodía más contemporánea. Es, en un sentido, como la mezcla que se ve en la tapa: el dibujo proviene de una postal victoriana que el diseñador Chris Bilheimer intervino con el tambor. Uno entiende, entonces, que el saludo no es un saludo nazi, que no puede serlo.
Pero todo parece ser reinterpretado y resignificado, en especial cuando la canción que sigue es “Holland, 1945”, sobre “La única chica que amé/ Nació con rosas en los ojos/ Pero la enterraron viva/ Una tarde de 1945/ Con su hermana a su lado”. De hecho, apenas dos versos más tarde esto también toma formas nuevas: “Ahora ella es un chico en España/ Tocando un piano en llamas”. Reaparece, también transformada, aquella hermana enterrada: “Ahora nos subimos a la rueda del circo/ Con tu hermano oscuro envuelto en blanco/ Dice que estuvo bueno vivir”. “El mundo -canta-, se desmorona/ Pero tenemos que agarrar cada pedazo/ De la vida que amábamos/ Para mantener lo suficiente/ Para seguir adelante”.
Empieza, entonces, “Communist Daughter”. El rasgueo suave y la voz dulce logran aplacar los ruidos, los trazos de distorsiones y experimentaciones que se venían escuchando hasta ahora. Mientras, la letra es delirante pero fluye: “Dulce comunista, la hija comunista/ Parada sobre el agua y las algas/ El semen tiñe las montañas/ El semen tiñe las montañas”. Aunque el cierre de “Communist Daughter” parezca el final del disco (de vuelta las trompetas, que se van desvaneciendo), quedan todavía cuatro canciones. La primera es “Oh Comely”, de ocho minutos, que parece una nueva apuesta de Mangum contra los que rechazaron su disco On Avery Island y su canción de trece minutos de largo. Ahora está él solo con su guitarra. Canta tranquilo y como en un trance: la idea de esta única toma de la grabación era probar el sonido de su voz con apenas alguna estrofa, pero Mangum se dejó llevar y no paró hasta terminar la letra, alejarse del micrófono y pasar al otro tema.
“Ghost” vuelve con el sonido colapsado y el trasfondo oscuro: el fantasma de una chica de principios de siglo -Ana Frank, según el propio Mangum– y el tiempo que se repite y se repite y se repite obsesivamente, capaz para convencerlo o convencerse de que “ella vivirá para siempre”, de que “no voy a tener miedo”, de que “nadie puede escapar”.
El disco se acerca a su final con otra canción instrumental cuya gaita también recuerda a un pasado lejano. Al momento del lanzamiento, su título era “The Penny Arcade In California”, pero en ediciones posteriores fue renombrada -o más bien desnombrada- y entonces se la conoce como “Untitled”. Y, al final, se retoma una vez más una canción anterior: “Two-Headed Boy Pt. 2”. Mangum vuelve sobre cosas que ya cantó y les encuentra una nueva personificación: ya no una chica ni un chico ni un fantasma, sino su padre. Repite, de hecho, las palabras y la entonación de “soft and sweet” como aparece en “In the Aeroplane Over the Sea”, hablando de flores, de un hermano, de llamas como las del piano de “Holland, 1945” y de “empujar las piezas hacia su lugar”.
“Y cuando nos rompemos, esperamos nuestro milagro”, canta antes de cerrar la última grabación de Neutral Milk Hotel. Canta y no sabe, él tampoco, que su milagro va a llegar en la forma de miles de fanáticos que, a pesar de lo extraño y personal y agresivo de su disco, lo van a entender hasta los huesos y lo van a seguir escuchando veinticinco años después. Y que él se va a convertir en un ser mitológico. Que algunos van a lograr avistarlo una vez cada tanto pero que va a prohibir las cámaras en sus recitales y va a circular solo en forma de música o rumores. Por eso, sin querer soltar, Mangum agarra las partecitas con las que armó el disco y las vuelve a ubicar en el final, con otras formas y significados porque ya no son parte de lo que eran sino que pasan a ser una nueva canción. Y esta nueva canción no es una más sino que, como todo, es la continuación de una canción anterior.