Tras la colorida explosión que resultó la salida de su primer disco en 1979, The B-52’s no dejó apaciguar la agitación causada y se catapultó hacia nuevos horizontes en búsqueda de Wild Planet, su flamante segundo trabajo. La banda originaria de Georgia volvió a viajar a los estudios Compass Point en las Bahamas para grabar un puñado de canciones que ya tenían en el repertorio y habían quedado afuera de su disco debut. La quietud no era una opción: The B-52’s había fascinado de entrada con sus atuendos y peinados excéntricos que exteriorizaban un espíritu alegre y salvaje. Su temprano reconocimiento les valió estar a la altura de bandas que forjaron senderos revolucionarios para el post punk y el new wave como Devo, Talking Heads y Pere Ubu. Un año después de su debut, Wild Planet llegó para reafirmar la efervescencia de una fiesta interminable.
La estética de The B-52’s estaba muy influenciada por el pop art y el placer por lo kitsch. Las portadas glamorosas y monocromáticas de sus primeros dos álbumes parecen pinturas de Andy Warhol o afiches de películas de Almodóvar, pero también encontraban en la ciencia ficción una fuente estética. La banda dio mucho que hablar por su puesta en escena, había una emoción en cómo se veían y cómo actuaban. Con Wild Planet se encargaron de acentuar su pastiche de los girl groups de época, la agresividad del rock de garage, el histrionismo del punk, la frescura del surf y el hechizo del pop. Con una impronta psicodélica, la banda también se aproximó por primera vez a los beats electrónicos que caracterizarían su sonido de acá en adelante.
Si bien Wild Planet no alcanzó a superar la magnificencia de su antecesor, muchas de sus canciones se convirtieron en éxitos instantáneos. Desde su inicio, “Party Out of Bounds” llama a perder el control con un grito de “¡Sorpresa!”, abriendo una celebración que exagera la dicha al punto de volverse escalofriante. Porque The B-52’s también tiene un encanto bipolar que va desde la saturación a la oscuridad en cuestión de parpadeos, un nerviosismo que se percibe como excitación latente. El disco continúa con la robótica “Dirty Back Road” influenciada por la aurora retro futurista de los alemanes Kraftwerk. Pero la razón por la que esta es una obra maestra de la música dance de los 80 es la simbiosis vocal entre las dos cantantes femeninas del grupo, Kate Pierson y Cindy Wilson.
El pico más alto del disco llega con “Give Me Back My Man”, en donde Wilson explora distintas tonalidades vocales con alaridos punzantes mientras la guitarra está poseída por un riff surfer desgarrador. El sonido narcótico de la banda encuentra su mejor forma en “Private Idaho”, un hit esquizofrénico que alterna paranoia y locura. A pesar del renombre que le dieron a la geografía, Schneider nunca había visitado Idaho hasta que se presentaron en 2011.
En 1991, el célebre director estadounidense Gus Van Sant reconoció la influencia de la banda en los créditos de su película My Own Private Idaho, un clásico del cine gay. Estos laureles habrán sido un verdadero honor para The B-52’s y sus intereses cinéfilos. Inicialmente la banda se iba a llamar “Fellini’s Children” por su admiración al director italiano Federico Fellini y, en reiteradas ocaciones, Schneider definió a The B-52’s como “una combinación de rock and roll, funk, Fellini, presentador de programas de juegos, maíz y misticismo”.
El lanzamiento de Wild Planet le trajo al grupo una mayor cantidad de seguidores, un lugar más sólido en la radio y un boom de ventas. La popularidad de la banda fue reconocida por su espíritu festivo contracultural, una rabia que se expresaba con felicidad. El carácter vanguardista de The B-52’s desplegó una mirada nueva frente a la oscuridad de aquellos años, arengando a vencer las desgracias en el baile hipnótico como método de canalización. La energía que irradió Wild Planet puso a la banda en un lugar que solo se gana el arte atemporal, aquel que resiste como un grito que marcó una época y con el correr de los años no hace más que validar su importancia.