En las artes, pero sobre todo en la música, con la técnica no alcanza. Para formar parte de una banda mítica de rock la mera ejecución avezada del instrumento no alcanza, sino que se necesita ser un artista peculiar. Se requiere un plus, un halo de misterio y peculiaridad, un impacto estético, un carisma erótico y enigmático, una narrativa mitológica; en suma, una alquimia inefable y mágica son los condimentos necesarios.
En el rock -quizás como en ningún otro género u otra rama del arte-, el autodidactismo es moneda corriente entre los músicos. Son muchos los ejemplos de guitarristas que no pueden explicar lo que están tocando o de dónde lo aprendieron, y dibujan acordes al azar con el movimiento creativo de sus dedos sobre el traste para generar disonancias o una variación más a las consabidas tonalidades menores o mayores. Y lo mismo ocurre con cantantes que no traen una formación académica y entonan con tino y singularidad sobre una melodía sin saber las notas que están cantando.
En sus comienzos, el rock irrumpió en un panorama musical dominado por el jazz y el blues de los 60, y pronto redefinió la noción de artista. Son conocidas las historias de bateristas y guitarristas que, formados en técnica y academia, no fueron aceptados en audiciones de bandas porque no contaban con ese plus que se necesitaba para ser una estrella de rock.
Muchas bandas buscaban una excentricidad, un acople químico al resto de los integrantes, una manera de seducir, una forma de vestir y emplazar el cuerpo en el escenario, un concepto peculiar para tocar y componer, es decir, una presencia irremplazable y acuciante, que no dejaba dudas -pero tampoco muchas explicaciones- de que ese era el músico que la banda estaba buscando. The Beatles, la primera banda de rock masiva, ya sabía de estas tramas, y tuvo una de sus primeras historias crueles en las páginas de la música.
Pete Best fue el primer baterista de la agrupación, pero además de no haber sido muy agraciado técnicamente, existía algo en su forma de ser que nunca terminó de corresponder con el espíritu beat, tan aventurero y de buen humor que contagiaban John Lennon y Paul McCartney en el escenario. Apuesto, aunque un baterista mediocre para muchos especialistas, Best poseía una personalidad “olvidable” para sus compañeros de banda: alicaído, tímido y apegado, a pesar de poseer un sex appeal que despertaba la atracción de algunas fans.
En definitiva, Best se apartaba de resto de sus compañeros de banda y esto, sumado a las dudas constantes en el desempeño de la batería, hizo que el tridente Paul, John y George Harrison terminara por allanar el camino a la espera de la química de un cuarto beatle, que luego llegaría con Ringo Starr, alguien que traía un espíritu más entusiasta a la batería y con quien podrían compartir la irreverencia, la noche y las risas.
Pete Best tocaba la batería con la misma apatía existencial que mostraba en los ensayos y en las fiestas: con tales displicencias y angustias estaba catapultado a ser el beatle fracasado. Con golpes sin fuerza y una falta de sincronicidad entre sus brazos y piernas, quedó inmortalizada la versión primigenia de “Love Me Do” que grabó con su lacónico ritmo.
Para mediados de 1962, The Beatles habían conseguido un contrato con EMI para grabar su primer disco. La salida de Best era inminente y fue comunicada por el manager de la banda Brian Epstein días antes de que la banda, junto a Ringo Starr, grabara su primer álbum y se prepara para conquistar el mundo. Aunque Best y su madre habían sido como una familia en los comienzos de John, Paul y George, ya que les proveyó de comida, dinero y un lugar donde ensayar, esto no bastó para ser destituido del grupo en la antesala del éxito.
En la versión de “Love Me Do” grabada por Starr el 4 de septiembre de 1962 y publicada como single, escuchamos un binomio bombo-ride-redoblante más estable y compacto, con mayor ataque que la versión anterior grabada por Pete Best el 6 de junio del mismo año. El estilo de Starr es sólido, mientras que el bombo de Best fluctúa en la fuerza y volumen, difuminándose por momentos, como si estuviera sometido a estados de ánimo vacilantes. Best, en intervalos, alterna en el ritmo bombo-redoblante: por momentos un ataque de bombo antecede el redoblante y en otras ocasiones dos o hasta tres bombos lo preludian, aunque con intensidades distintas, junto a una base amateur y lánguida; desde un abordaje caótico, sin un concepto claro y estable.
Lo curioso del desenlace de esta historia es que la versión definitiva de “Love Me Do”, incluida en el primer álbum de The Beatles, la grabó un baterista de sesión el 11 de septiembre de 1962, por una razón no del todo clara. Sin embargo, Ringo, en esta ocasión, toca la pandereta y allí encontramos el groove, el ritmo, el “arte”, el hallazgo singular y característico de la percusión que definiría a la banda o, en palabras de Stewart Copeland, “la vibra, el factor x de Ringo”.