A finales de agosto de 1990, Luis Alberto Spinetta se presentó junto a su banda de entonces en el Aula Magna de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. Fueron dos memorables conciertos que terminarían convirtiéndose en Exactas, su primer álbum en vivo como solista.
Fruto de aquel par de recitales no convencionales, realizados a sala llena, y muy particulares por el contexto en el que se dieron, Exactas marcó el final de una etapa que había arrancado muy mal un par de años antes. Un período en la carrera de Spinetta que estuvo signado por enormes dificultades económicas —como ocurrió en la mayoría de los hogares de clase media de la Argentina a finales de la década del 80— , una estafa muy grande, el incendio de un micro durante una gira —con la consecuente pérdida de instrumentos y equipos—, el alejamiento de los grandes escenarios, y cierto destrato por parte de la industria discográfica, que de algún modo resultó el detonante para que el músico se decidiera a realizar por fin un disco en directo, después de años y años de haberse negado a tal gesta.
Gustavo Gauvry, ingeniero de sonido, fundador del mítico estudio Del Cielito, íntimo amigo de Spinetta y co-productor de Exactas, recordó cómo surgió la idea de llevar a cabo los conciertos de la UBA y registrar aquel disco, que hoy es uno de los más valorados por el público spinetteano.
“En el 88, Luis había firmado con DBN para hacer tres álbumes y cobró un anticipo de dinero, con el que tenía pensado comprar un grabador de cinta abierta y una consola para instalar su propio estudio en la sala de ensayo que tenía en la calle Iberá, en Villa Urquiza, donde hoy es La Diosa Salvaje. Le dio la plata a un tipo que iba a traerle esos equipos de Estados Unidos y el tipo desapareció con la guita, lo estafó. Cuando me enteré de la situación, lo llamé y le ofrecí que viniera a grabar al Cielito, y que después, cuando pudiera, me pagara. Eran épocas difíciles para él. Estaba con muchos problemas y yo quería darle una mano”, explicó Gauvry.
Fue entonces que al Flaco se le ocurrió asociarse con el dueño de Del Cielito, que hacía pocos años había creado su propio sello discográfico para poder lanzar nuevos artistas. Spinetta aportaría las canciones, Gauvry el estudio, y los tres discos saldrían editados por Del Cielito Records.
El primero de la trilogía fue Téster de violencia (1988), el segundo Don lucero (1989), y el tercero debió haber sido Pelusón of milk, pero algo ocurrió en el medio de aquel viaje.
“Luis ya quería irse de DBN, no estaba conforme. Si bien en ese momento tenía temas para grabar un disco nuevo, prefería guardarlos y negociarlos con otra compañía y en otras condiciones. Por eso decidió hacer un disco en vivo, para cumplir con el contrato con DBN y así poder quedar libre”, detalló Gauvry.
Los días elegidos para aquellas dos funciones en el Pabellón II de Ciudad Universitaria fueron el jueves 30 y el viernes 31, y la banda que lo acompañó estuvo conformada por Marcelo Novati en batería, Javier Malosetti en bajo, Guillermo Arrom en guitarra y los tecladistas Claudio Cardone y Juan Carlos Mono Fontana.
Con entradas a precios estudiantiles, vendidas por el Centro de Estudiantes de la Facultad, los asistentes a aquellos shows se dieron el lujo de ver a Spinetta repasando viejas canciones de su extensa carrera, una concesión que el músico rara vez hacía.
“Luis tenía muchos problemas con el pasado. No le gustaba recurrir a los hits. Siempre se negaba a hacer ‘Muchacha’ y todos esos temas que la gente le pedía en los recitales. Y los discos en vivo tienen un poco de eso. Son como un ‘Grandes éxitos’, pero con público. Él veía ese tipo de cosas como concesiones comerciales que rebajaban su condición artística y su compromiso con el arte. Quizás ese haya sido el motivo por el cual demoró tanto en lanzar un disco en vivo”, sospechó el fundador de Del Cielito, refiriéndose a la tenacidad del músico a la hora de defender su obra.
La elección de los temas significó una negociación bastante peliaguda entre ambos. Gauvry quería incluir canciones de la época de Almendra, Pescado Rabioso e Invisible, mientras que Spinetta se inclinaba por un repertorio más contemporáneo.
“Fue muy gracioso porque no lográbamos ponernos de acuerdo. Al final se cansó y me dijo: ‘Mirá, Gus, hagamos una cosa. Vos armá una lista con los temas que quieras que toque y yo los toco. ¡Y listo!”, recordó Gauvry, entre risas.
“Entonces le presenté la lista. Claro, yo había incluido ‘Que ves el cielo’, ‘Plegaria’, ‘La cereza del zar’, ‘Parvas’… Y a medida que Luis iba leyendo me cargaba, me decía: ‘¡Qué jipi que sos!’. Él quería tocar temas de Jade o de la época más actual, así que después balanceamos con ‘La herida de París’, ‘El Marcapiel’, ‘Pequeño ángel’, y los inéditos ‘Frazada de cactus’ y ‘Sicocisne’, que son dos temas realmente difíciles de digerir”, agregó.
Llama la atención el hecho de que una de las canciones que conforman el tracklist de Exactas no sea de la autoría de Spinetta. Se trata de “Amor de primavera”, un tema compuesto originalmente por José Alberto Iglesias (Tanguito) y Hernán Marcelo Pujó. “’Amor de primavera’ decidió ponerlo él y no sé por qué. Quizás porque el disco iba a ser lanzado en primavera. Ahí no tuvo el problema de sentir que estaba recurriendo al pasado, porque el tema no era suyo. Pero la versión es buenísima, creo que es el que más me gusta del disco, por cómo quedó”, opinó el co-productor de Exactas.
Suele decirse que el arte consiste en asumir riesgos. Y tocar en una universidad pública, cuando casi todas las bandas de rock de aquel momento lo hacían en Obras Sanitarias, Cemento o Prix D’Ami, era una jugada audaz que podía suponer algún que otro riesgo. Sin embargo, la apuesta resultó un éxito.
“En esa época estábamos trabajando con Horacio Alba, que es un amigo que se dedica a la publicidad, y a él se le ocurrió hacer el recital en la Facultad porque decía: ‘Acá ponemos un pasacalle y ya se entera todo el mundo’. Además, la gente ya estaba ahí, no tenía que ir a ningún lado, el lugar lo teníamos gratis, y el público universitario siempre fue muy spinetteano. Cerraba por todos lados. La cuestión es que colocamos el pasacalle y se llenó”, recordó Gauvry.
“Como el auditorio tiene una excelente acústica, aprovechamos y decidimos hacer la grabación del disco en vivo. Para ese momento él ya se había repuesto bastante económicamente y había logrado comprarse sus famosas máquinas. Entonces armamos el estudio móvil en una Combi VW que yo tenía y después fuimos a mezclarlo al Cielito”, agregó.
De aquellas jornadas de mezcla en el estudio de Parque Leloir quedó un video que el propio Gauvry filmó con su cámara y publicó hace unos años en YouTube. En las imágenes se lo puede ver a Spinetta llegando en una coupé Toyota Celica amarilla, descargando él mismo unos equipos del baúl del auto y trabajando a la par del ingeniero en un clima de total distensión, con hijos correteando alrededor.
“Era muy lindo laburar con él. A su lado uno aprendía muchísimo porque tenía una capacidad creativa enorme y sabía perfectamente lo que quería en cuanto a resultados, ¡y exigía eso! Pero lo hacía de una manera muy piola, con mucha generosidad, alentándote en todo momento y demostrando que confiaba absolutamente en vos”, recordó el ingeniero de grabación, quien ya había trabajado con Spinetta a comienzos de los 80 en los discos Los niños que escriben en el cielo (1981), Kamikaze (1982) y Mondo di cromo (1983).
“Con el tiempo nos hicimos amigos, vecinos inclusive. Él se vino a vivir a Leloir en el 83 con toda la familia y estuvieron un par de años. Mi mujer, Floki, preparaba comidas hindúes, vegetarianas, que él no conocía. ¡Y se volvía loco! A partir de esos platos se empezó a interesar por la cocina y al final se volvió un cocinero tremendo. Me acuerdo que nos invitaba a comer y hacía unas cosas súper exóticas”, recordó.
No complacer las demandas del público, la industria o los medios especializados, fue una constante en la carrera de Spinetta. Se mantuvo firme frente a los capangas de la compañía RCA para que el primer LP de Almendra (1969) saliera con el dibujo del payaso triste que derramaba una lágrima en la tapa. Disolvió bandas consolidadas para armar otras y así emprender nuevos caminos artísticos. Se atrevió a diseñar una portada de disco totalmente deforme como la de Artaud (1973), que después no cabía en las bateas de las disquerías. Rescindió un contrato con la CBS de Estados Unidos porque no quedó conforme con Only Love Can Sustain (1980), un disco de pop jazz cantado íntegramente en inglés por el que Columbia invirtió alrededor de cien mil dólares gracias a las gestiones de Guillermo Vilas —amigo del Flaco y padrino de su hijo Dante— y que terminó en un fracaso comercial rotundo. Abortó un proyecto en conjunto con Charly García que tenía todas las fichas compradas para ser un éxito. Empezó a usar secuenciadores, sintetizadores, cajas de ritmos y tecnología MIDI cuando nadie lo hacía, y tiempo después las abandonó para volver sonido crudo del formato de power trío con Los Socios del Desierto. Se resistió a hurgar en el pasado durante cuatro décadas y recién dio el brazo a torcer cuando estaba a punto de cumplir 60 años, con el histórico concierto de Las Bandas Eternas (2009) en Vélez, que terminó siendo una despedida perfecta sin siquiera pretenderlo. Y quién sabe cuántas cosas más.
“Luis era el campeón mundial de la honestidad artística. Para él era un valor sagrado, era lo que más le importaba. Y pagaba un precio muy alto por no querer hacer concesiones. La industria muchas veces le daba la espalda, y en definitiva los medios y el público también. Siempre le costó mucho. Nunca fue un artista que le sobrara público. Tocaba en lugares chicos, no vendía ni muchos discos ni muchos tickets. Era respetado por su trayectoria y su calidad musical, sí, pero eso no se traducía ni en lo económico ni en convocatoria”, aseguró Gauvry.
“Hoy todo el mundo habla de Spinetta y lo tienen endiosado. Se lo reconoce mucho más ahora que cuando estaba vivo, porque en la Argentina es así: cuando te morís, sos Gardel… Y yo creo que si Gardel no se hubiera muerto, por ahí hoy dirían que era un gordo que en realidad no cantaba tan bien”, ironizó el creador de Del Cielito. Y, sí. La muerte suele ser la mejor aliada de los éxitos comerciales. “Pero a Luis se lo reconoce por méritos reales, no por méritos imaginarios o adjudicados pos mortem”, completó.
La partida de Spinetta, el 8 de febrero de 2012, desató un tsunami de homenajes, conciertos tributo, discos póstumos, biografías, libros, documentales y notas periodísticas —como esta— que persiguen cierta reivindicación y al mismo tiempo parecieran ir a contramano del pregón de un artista que a lo largo de su extensa carrera manifestó un fuerte desapego hacia todo aquello que implicara nostalgia, al punto de acuñar versos como “tu tiempo es hoy”, “mañana es mejor” o “ya no mires atrás”. Y es que las enseñanzas de Don Luis siempre van a estar presentes, pero fue tan grande su obra que resulta imposible no hacerlo.