Con la llegada de la década de los noventa, el panorama musical en el Reino Unido se encontraba en una etapa de fuerte transición. El auge del sonido Madchester encabezado por Happy Mondays y The Stone Roses había quedado trunco por excesos de drogas y problemas legales con sus sellos discográficos. Con The Smiths hace tiempo separados y el acid house transformado en un ridículo comercial de sus originales intenciones artísticas, sólo quedaba lugar en el suelo británico para la experimentación shoegaze de bandas como My Bloody Valentine y Ride. Al mismo tiempo, la escena británica estaba siendo abismalmente superada en popularidad por la fuerza explosiva del grunge norteamericano liderado por Nirvana y ese torbellino creativo que fue Kurt Cobain.
El final del bloque soviético también ayudó a cambiar el dogma político y cultural británico. Con la renuncia de Margaret Thatcher a su cargo de Primera Ministra en 1990, los duros años del neoliberalismo llegaron a su fin. Durante la década anterior, la explosión del consumo yuppie incitado por la Dama de Hierro y su gobierno había transformado el criterioso consumo de bienes de uso de los británicos en una réplica del desaforado disfrute norteamericano. El plástico y los barrios exclusivos poco a poco fueron reemplazando los bares históricos y las zonas urbanas que habían servido para la gestación de movimientos contraculturales.
En medio de este fragor yuppie, se creó un contexto inédito que sería un factor importante en la constitución del movimiento britpop. Desde hacía más de diez años, las principales novedades musicales se le venían escapando a los grandes sellos multinacionales. Rough Trade y Factory Records habían descubierto y desarrollado a The Smiths y New Order respectivamente, mientras que The Stone Roses estaban apadrinados por Silvertone Records. Y la última sensación musical, Primal Scream, había publicado su épico Screamadelica en 1991 a través de Creation Records, sello dirigido por Alan McGee, un hombre clave para la futura explosión del britpop.
Todo esto marcó una suerte de nuevo camino al éxito que permitió el surgimiento de numerosos sellos independientes como Food Records y Nude Records, responsables de editar los discos debut de proyectos como Blur y Suede. Para hacer frente a esta situación, las grandes discográficas decidieron actuar de manera pragmática pero acertada: se adueñaron de las discográficas independientes con el fin de asegurarse a los artistas más populares del momento y los más prometedores. De este modo, EMI compró Food Records, Sony compró Creation Records, y Polygram adquirió Island Records en donde se encontraban unos ignotos por aquel entonces llamados Pulp. Esto iba a generar que, por primera vez en mucho tiempo, los grandes medios británicos roten interesantes propuestas artísticas, a diferencia de lo que había sucedido con bandas de los años ochenta como The Smiths y The Stone Roses que lograron trascender pero nunca llegaron a una audiencia masiva debido a que pertenecían a sellos independientes.
Pero difícilmente podamos explicar la explosión mundial del britpop solo como una consecuencia del gran negocio discográfico que permitió por un lustro exponer a una generación de artistas que nunca habían sido difundidos en el circuito comercial de las grandes discográficas de los años ochenta. Los verdaderos orígenes de este movimiento estético y artístico los podemos encontrar en una generación que, luego de soportar más de diez años de opresión cultural debido al pacto político de Thatcher y Ronald Reagan, se propuso rescatar el mejor legado de la cultura popular británica de los años sesenta y setenta.
El nacimiento estético del britpop tiene su origen en el grupo de artistas visuales llamados Young British Artists, entre los que se destacaba un joven Damien Hirst y su polémica obra The Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living (1991). Hirst trabajaba una estética minimalista y kitsch a la vez, queriendo demostrar que incluso la muerte puede tener un sentido estético hedonista. Sus obras tomaban colores, formas e ideas usados en los tiempos del famoso swinging londinense de los años sesenta, pero utilizando animales muertos como actualizando sobre estos cuerpos inanimados el inocente legado de las artes plásticas para introducirlo en los duros tiempos posmodernistas de comienzos de la década del noventa. El britpop se nutrió en gran parte del uso de las texturas, colores y formas de Hirst, pero al mismo tiempo abrazó un espíritu cool y hedonista (o “Cool Britannia”) explotando hasta el hartazgo la imagen de la Union Jack, y readaptando a sus tiempos los símbolos de la época dorada de la cultura mod y pop.
Así como el punk mató a los hippies, el britpop decretó la muerte del grunge, pero lo hizo desde una perspectiva retro y moderna, sin renegar del pasado como hicieron los jóvenes punkies de los años setenta y comprendiendo el clima cultural de su época. Musicalmente, el género nació con los singles “Popscene” y “The Drowners” de Blur y Suede respectivamente. Fueron las primeras canciones que bajaron un mensaje generacional opuesto al mensaje del grunge y se inspiraban en la esencia musical británica. También fueron un claro ejemplo de las diferentes paletas sonoras que iban a decorar el britpop. Pop, rock, glam, new wave, y post punk confluyen en una misma vertiente musical de diferentes estilos que se encuentran contenidos en la historia del rock británico.
En relación a la injerencia de las multinacionales, podemos señalar un hito en la publicación del segundo disco de Blur en 1993, Modern Life is Rubbish, que comenzó a decodificar el horizonte musical del britpop. Con un fuerte apoyo de EMI, Damon Albarn pudo difundir sólidamente su idea de realzar las tradiciones y valores de la cultura británica. Albarn es considerado por muchos como el primer ideólogo consciente del britpop, hastiado de “la cultura del plástico” y la comida chatarra norteamericana en cuyas tierras había tenido una muy mala experiencia durante la última gira de su banda. Canciones como “For Tomorrow” y “Sunday Sunday” inspiraron a una generación a soñar con un nuevo amanecer musical para Gran Bretaña.
La muerte de Kurt Cobain precipitó el aluvión del britpop en 1994. Con el lanzamiento de Parklife, Blur se convirtió en la primera banda británica desde los sesenta en vender un millón de copias. Ese mismo año, Oasis vendió más de 100 mil copias de su disco debut Definitely Maybe en solo una semana, impulsado por Sony y el buen criterio artístico del director de Creation Records, Alan McGee. Incluso bandas como Pulp comenzaban a asomar en la escena con su His ‘n’ Hers ese mismo año.
Durante 1995 y de la mano de Oasis y Blur, el britpop generó un impacto mundial similar al que sucedió con la recordada invasión inglesa de los sesenta comandada por The Beatles y The Rolling Stones. Pero a diferencia de la sana competencia de sus predecesores, Blur y Oasis no se llevaban para nada bien. Pese a que Albarn siempre había estado en contra de cualquier competencia, las presiones discográficas sumadas a las constantes agresiones verbales de los hermanos Gallagher lo llevó a formar parte de la famosa disputa que se dio entre el single “Country House” de los de Colchester y “Roll With It” de los mancunianos. Blur festejó el triunfo en Top of the Pops, con el bajista Alex James tocando con la remera de Oasis; pero meses después, con el lanzamiento de (What’s the Story) Morning Glory?, Oasis se posicionó no solo como la banda más importante del britpop, sino también como la más emblemática de los noventa junto a Nirvana.
Hacia la mitad de la década, el género se encontraba en un momento álgido en donde la balanza de lo comercial y lo artístico parecía extrañamente equilibrada. Además de Blur y Oasis, bandas como Pulp habían conseguido el éxito con Different Class y debutantes como Supergrass con su disco I Should Coco daban que hablar. Al mismo tiempo, diferentes propuestas musicales por fuera del movimiento, como lo fue el sonido Bristol de Massive Attack, Portishead y Tricky, o el rock alternativo de Radiohead, aportaron a una totalidad artística generacional más allá de las visibles diferencias musicales.
El desmadre y la muerte del género vendría de la mano de las mismas grandes discográficas que ayudaron a posicionarlo en el mercado. En 1996 surgen las Spice Girls, una de las primeras girl bands que, copiando diferentes elementos y clichés artísticos del género, pondría en ridículo su concepto de contracultura y cultura rock. En los años siguientes surgieron diferentes girl y boy bands que fueron desalentando la búsqueda estética del género.
Los primeros que se bajaron del barco fueron los primeros que se habían subido a bordo. En 1997, totalmente descontentos con la etiqueta y todo lo que simbolizaba el britpop, Blur publicó su disco homónimo con un mapa sonoro diferente más cercano al lo fi norteamericano de bandas como Pavement. Proyectos como Supergrass experimentaron con el space rock en In it for the Money y The Verve siguió la senda del northern soul con su fabuloso Urban Hymns.
Quizá la decepción más grande fue Be Here Now de Oasis, en el cual la prensa y los fans del britpop tenían depositadas grandes esperanzas para extender el concepto artístico del movimiento. Si bien no fue un mal disco, no pudo elevar al britpop musicalmente a un siguiente paso, como por ejemplo sí lo logró Radiohead con el aclamado OK Computer. Be Here Now es en gran parte una metáfora del stress creativo que muchos artistas del género estaban viviendo debido al exceso de drogas duras.
Con un britpop sobreexplotado por las multinacionales discográficas y la monotonía de las nuevas propuestas artísticas, el punto final del movimiento llegaría con el sexto disco de Pulp, This is Hardcore, publicado en 1998. Este álbum simboliza el fin de fiesta del britpop, sus últimos días de gloria y excesos, en donde Jarvis Cocker anticipa el presente de aquellos jóvenes veinteañeros de los noventa devenidos hoy en cincuentones dandole play sin parar a canciones como “Glory Days” y “Help the Aged”.
En síntesis, el britpop fue un movimiento con raíces contraculturales en sus artistas y primeras discográficas independientes, pero el tronco que forjó su copa fue el de las grandes discográficas, con lo cual su predecible declive era cuestión de tiempo. Sobreexplotado al extremo, como muchos movimientos musicales que causan furor mundial, los responsables del género fueron víctimas de la propia dinámica circular de ascenso y caída que determina el mismo sistema capitalista.
A 25 años de su apogeo, el britpop murió joven y quizá demasiado rápido. Fue la última generación formada artísticamente antes del arribo de internet, con una narrativa construida en sus propias vivencias y una búsqueda basada en un fuerte conocimiento de la cultura pop. Su obsesión por lo retro y moderno fue una forma de subvertir un presente en el cual los jóvenes británicos no se sentían conformes, y fascinados por el legado de los años sesenta y setenta, crearon la última gran narrativa generacional de la cultura rock.