Karina Macció en AmorAtada Amarillo (amar y yo) vol. 2 (Viajera Editorial), ofrece un libro que busca desmarcarse de los lugares comunes para hallar su propio ritmo. Uno sincrónico al palpitar del corazón. Hacer de un sujeto enamorado un sujeto lírico es una antigua forma de representar en el poema la agónica y a la vez soberana puesta en escena del Yo poético, que crea un drama subjetivo y un discurso amoroso. Entre esperanza y desesperanza, acuñándose en imágenes nunca cómodas y con un ritmo que ya es el sello personal de la autora, la poesía de Macció posibilita un nuevo espacio métrico. Uno gestado por una atenta voluntad constructiva, que selecciona y combina los materiales del espíritu.
–AmorAtada es un libro cuyo eje es el complejo entramado del amor. ¿Cómo y dónde circula la poesía en este apasionado tejido?
-El amor es un tópico, un lugar común de la poesía, es un inmenso tema, con una tradición inabarcable, por eso mismo, tan espinoso. No es fácil encontrar una voz propia para hablar del amor. ¡Se ha dicho tanto, hemos visto tanto! Entonces la poesía, como siempre, va a contrapelo. Es su misión. ¿Cómo desarmamos el amor? ¿Cómo lo volvemos a armar? Para eso es inevitable atravesar los lugares comunes. El desafío es hacer de esos lugares algo propio. Ahí aparece lo poético. En este caso puedo decir que trabajé con el ritmo, con la música, con los discursos. Creo que el oído fue un sentido fundamental en AmorAtada y en toda la escritura de Amarillo (amar y yo).
-Aquí el yo lírico se mezcla con lo amado -el espacio entre ambos-, en un intenso frenesí: “Soy Victoria Soy Frankenstein/ soy Tu cuerpo El Mío/ entrelazados/ Acoplados perpetuamente”. ¿A qué se ata este amor?, ¿por qué?
-El amor, en realidad, no se ata a nada. O en todo caso, se ata a sí mismo. El amor llama al amor, busca el amor, se expande, se retroalimenta. Los que se atan, probablemente, sean los sujetos en cuestión, los enamorados. Se atan a sí mismos con la imagen del otro, se atan recíprocamente con sus cuerpos. Eso a veces llega a ahorcar, a amordazar, de ahí también el color violeta de A(mora)tada, y claro, la soga de atar. En la cita que hacés hay un momento de éxtasis que se siente infinito (acoplados perpetuamente) pero que por supuesto no lo es. La caída es inevitable, pero cuando estamos arriba, volando, nos creemos Dioses, o palabras con mayúsculas que resultan tan imponentes, omnipotentes.
-Tu poética de cierto sesgo impulsivo parece adecuarse con absoluta normalidad en el verso blanco. ¿Se debe esto, únicamente, a la naturaleza de los sentimientos tratados en el libro?, ¿por qué?
-Me gusta que pienses que mi poética tiene un sesgo impulsivo. Ojalá quede algo del impulso luego de tanta relectura y corrección. Lo que quiero decir es que si te parece que hay una “absoluta normalidad” en el verso, entonces me da alegría. Creo que hay que trabajar para eso. Para que suene así, para que suene “natural”, para que suene como si fuera una voz interior que lo está diciendo, entonando, o directamente pensando, en el sentido donde el pensamiento se cruza con el cuerpo completo y no se queda en la cabeza. Ese pensamiento que te duele o hace vibrar cuando surge y que parece fluir en una línea como un río de palabras que van, van, van. Todo eso se trabaja en la poesía. Se practica. No sé si tiene que ver con los sentimientos tratados en el libro. Creo que es más una forma que puede surgir o no, que puede encararse como proyecto, para escribir. Como te decía antes, para mí fue escuchar algo y tratar de ponerlo en palabras.
-¿Se podría considerar tu poesía, en cierta forma, como una propuesta neorromántica?, ¿por qué?
-Me hacés una pregunta muy amplia. ¿Neorromántica? ¿Te referís a un neorromanticismo, a un new romantic, o a un neorromántico como decir una “nueva forma de ser romántico” en el sentido más usual de la palabra? Si fuera esto último, sería raro. No creo que el libro sea muy romántico, quiero decir: ¿qué poema elegirías para leerle al objeto de tu amor? Para mí eso es romántico, algo interpretable que diga Te amo, sin dar vueltas. No sé si en el libro hay eso, más que en ciertos momentos de éxtasis. Luego, con el romanticismo como movimiento, es muy difícil relacionarse, o apropiarse. Puedo decirte que traduje a Samuel T. Coleridge, que me encanta, que me gusta Hölderlin, pero que no lo leí en alemán. Acercándonos un poco más en el tiempo, me pasa lo mismo con Rainer Maria Rilke. La verdad no sé, pero creo que sobre todo me siento muy cerca de los New Romantics, que tienen que ver con la música, con la búsqueda de un sonido “nuevo” y con una puesta en escena estética.
-Es interesante como tu poética siempre resulta permeable a la experimentación. Hay una zona en ella activa a la prueba de ensayar nuevas formas. Por ejemplo, la inclusión de versos en tipografía minúscula, lo que permite transformar el sentido de aquellas palabras, en algo así como un murmullo entre líneas. ¿Cómo surgió esa idea y por qué decidiste incluirla?
-Desde que empecé a escribir, necesité jugar con espacio. Me gusta muchísimo la pintura, el arte abstracto y el diseño en general. La hoja es un espacio vivo, es un lienzo, es algo que vas a ver y sentir. Aún en la pantalla, la hoja se mueve, impacta, brilla. Y las palabras tienen formas, arman formas en los versos y todo el poema tiene también una forma. Dibuja algo. Entonces lo visual es tan importante para mí como lo sonoro. Creo que en AmorAtada ese trabajo se ve en el uso de las minúsculas, los paréntesis, la puntuación. En cuanto a lo que me preguntás específicamente, las minúsculas son para mí una voz más pequeña, un susurro, una voz interna que no se puede apagar, que te contradice o te aclara algo, que te interpela aunque su tono sea suave.
-Hay otro trabajo muy logrado en torno a las onomatopeyas, o a los ingeniosos neologismos como: “soysos”, “OjOs”, “amoratada”… ¿Qué permiten activar una vez implementados en el flujo del poema?
-Aaaayyyyyyyyyyyy, las onomatopeyas me encantan. Son palabras raras, palabras que desean reproducir sonidos que suceden en lo real. Eso es imposible, porque una vez que se consolidan ya no reproducen lo “oído”, simplemente lo llaman, con un cierto parecido, pero no se trata de una reproducción (en la lengua nunca se trata de una reproducción sino de una invención). Aunque el gato no diga Miau, cuando leemos Miau un gato maúlla. Aunque no digamos Oh! para sorprendernos, leemos Oh y sentimos sorpresa, o una cierta emoción. Algo así quiero activar en los poemas cuando incluyo onomatopeya, algo que sería una cierta cercanía, una palabra que inmediatamente sentís (la oís, el cuerpo la interpreta). Con respecto a los neologismos, sí, me gusta inventar palabras. O esa invención surge, se presenta como necesaria. Dos palabras se acoplan, listo, van así, se re-quieren. En OjOs no puedo dejar de ver una cara, me parece increíble esa palabra, es hermosa. “Amoratada” es una palabra que existe, sólo levanté una A, AmorAtada, se iluminó ese sentido: lo amoratado como parte del amor (¿quién no se golpeó con el amor, en el amor?), el atada como un estado que también puede darse en el amor, el amor como algo en sí mismo, no importa con qué se combine. Lo amoratado como una tonalidad que impregna en este caso lo femenino.
-Por cierto, Karina: ¿trabajás con estos juegos formales de manera consciente o suceden a medida que vas escribiendo el poema?
-En realidad, por una parte, en la primera escritura, puede aparecer un juego, lo dejo, que aparezca todo lo que puede aparecer en ese dejarse fluir. Luego, veo lo que quiero que permanezca en el texto. Me alejo, leo y releo, el juego adquiere o no un sentido. Si lo tiene, si puedo ver a qué va, entonces permanece.
-Me gustaría te refieras al modo en que construiste la respiración, el intenso tono en “Decirte que está bien que va a pasar”. Allí, resalto el verso: “Decir.te.que.la.sangre.no.no.no”. ¿La puntuación aquí es sólo para dictar el ritmo de un sentimiento estrangulado?
-Qué lindo lo que decís, sí, tiene que ver con un sentimiento estrangulado, con decir algo que no es cierto y entonces no decirlo, pero ¿qué? ¿no te digo nada? Trato de que esa voz diga lo que le pasa, esa imposibilidad, un querer pero no poder, un amar que no puede realizarse, pero que está. Un decir que no puede decirse porque duele, pero el poema lo intenta. Muestra su trabazón: puntos como piedras en el medio del verso, paréntesis, palabras que se arman y se desarman, onomatopeyas de silencio, el infinitivo: una infinidad de verbos que no se pueden conjugar, solo desear.
-¿De qué modo la literatura como viaje, traducción y transformación ha sido una idea central en todos tus proyectos, y en especial en Viajera, tu sello de poesía?
-La literatura es un viaje en todo sentido para mí. Creo, como Girondo, que el sillón puede convertirse en trasatlántico cuando nos ponemos a leer. Se trata de un viaje mental, imaginario, pero que transformó y sigue transformando mi forma de ser. Me sucede, es cierto en mí. Entonces, la lectura y la escritura como viaje, en primera instancia, interno; los libros me impulsan a viajar físicamente para que sean leídos en distintos lugares. Y el viaje siempre me impulsa a escribir. Es esa situación que necesitás poner en palabras porque te transforma. Conocer a otros y lo Otro, te cambia. Me gusta intentar esa traducción de una experiencia que es tan rica. Ahora, con alegría puedo decir que son los libros los que hacen que el viaje ocurra. Ése fue desde el comienzo el objetivo de Viajera: hacer libros hermosos por dentro y por fuera, libros que enamoraran a sus lectores y los llevaran de viaje, dentro y fuera de ellos mismos. Hoy Viajera es invitada a participar de Festivales y Ferias. Viajo con Viajera, gracias a ella, gracias a los libros. Además Viajera está en relación con Siempre de Viaje –Literatura en progreso, el espacio de talleres literarios que dirijo. Siempre de Viaje, que nació tres años antes que Viajera, es un lugar de producción constante, de encuentro y lecturas compartidas, es un taller, como su nombre lo indica, para trabajar con la escritura, para probar y realizar lecturas públicas, para difundir las letras nuevas y llevarlas de viaje. A la sede de Siempre de Viaje la llamamos Guarida Literaria. Creo que hay que andar y andar. Para eso, es fundamental un lugar que te cobije antes de salir o cuando volvés de viaje. Ésa es la Guarida.
-Karina, ¿ya se encuentra en preparación el volumen tercero de este proyecto, AmarraDos?
-Sí, creo que su título será finalmente escrito así: Amarr-a-Dos, así cosido, pegado con cintitas. El libro está listo, pero lo estoy revisando, le faltan algunas correcciones más. Esta vez el eje es un amor dividido y que intenta amarrarse para no perecer. Cuando amamos a alguien, y de pronto nos distanciamos, qué hacemos, cómo sorteamos ese frío se va instalando, o ese conflicto que nos pone al borde del estallido total. ¿A qué nos amarramos? ¿Nos amarramos para capear la tormenta o nos amarramos para quedar inmóviles y así morir lentamente?
-La poeta Susana Villalba cierta vez dijo que la poesía es “afilar el lenguaje”. ¿Adherís a su idea a la hora de escribir?
-Adhiero completamente. Diría “afilar la lengua” pero no con el sentido de “lengua afilada” por “filosa”. No. La lengua se afila para ser precisos, para que cada palabra diga lo que quiere decir y otra cosa más que se busca en ese afilar. La lengua se afila para ser preciosos (de preciso a precioso, el oh! de la poesía), para que cada palabra sea una perla que se descubre, única y trabajada por el tiempo, por la literatura y el poeta.
-¿Contás con una definición personal sobre la poesía?
-Qué difícil una definición personal de poesía. Algo ya te dije, pero ¿cómo me refiero a ella? Poesía es cuando una palabra sale de la hoja, te levanta y te toca. Conmoción. Algo vibra en vos y te cambia.
-¿Cuál ha sido el último libro de poesía que leíste y que te gustaría recomendar?; ¿por qué?
-Estamos leyendo Leónidas Lamborghini en los talleres. Recomiendo profundamente El jugador, el juego. Lamborghini se explaya en el comienzo sobre el Juego, podemos entender, de la escritura. Una serie de prosas poéticas que nos proponen la reescritura como la forma de escribir. Lo dice tan lúcidamente, lo muestra en los poemas que siguen de una manera brillante. El ritmo es todo, el verso se valora a nivel fónico, casi se descompone en notas. Es hermoso y nos hace ver cómo la poesía puede hacerse desde el trabajo. No creo que nadie desdeñe la inspiración, pero la lectura y el desarrollo de un oficio son caminos que nos llevan a escribir. Después, cada tanto, algo resplandece.
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Karina Macció es Licenciada en Letras en la Universidad de Buenos Aires, Literatura Argentina y Latinoamericana. Ha publicado entre otros libros: Pupilas Estrelladas (1998), Ferina (2001), Lestrygonia (2003), Impresos en rojo (2006), Diario de la Transformación (2011) y Ocre (2015). Tradujo del inglés obras de Sylvia Plath, Edgar Allan Poe y Samuel T. Coleridge. En 2008 fundó Viajera Editorial. Su poesía ha sido traducida parcialmente al inglés y al portugués.
Karina Macció recomienda
“Tres álbumes: Me verás volver de Soda Stereo, que compila los hits de la banda, 101 de Depeche Mode y Waiting for the Siren’s Call de New Order. No sé si son mis preferidos, eso cambia a menudo en mí, pero sí puedo decirte que son discos que quiero mucho, que me acompañaron y que puedo poner en cualquier momento con una sonrisa en la cara, o presionando tal o cual canción según mi estado de ánimo.”