Fernando Vallejo es sin dudas el mejor escritor vivo en lengua española, y probablemente sea el mejor en cualquier idioma pero eso no lo sé porque solo hablo castellano, o español. Fernando Vallejo escribe como nadie, es decir, escribe como él mismo. Y en cada novela demuestra su afición por ir hacia los lugares menos visitados por la literatura.
No solo en los tenistas o los futbolistas encontramos “pecho frío”, también los hay dentro de los escritores (la mayoría) y los directores de cine, (casi todos) “los pecho frío”; es como decir “los tibios”, los que repiten la formulita y el discurso, los que no tienen nada que decir. Bueno, Vallejo no, Vallejo demuestra estar bastante lejos de esa bolsa de ladrones.
Su mirada, su lengua y su discurso sobre ciertos sectores lo aleja radicalmente del escritor del montón, como cuando habla sobre los pobres: “son unos hijoeputas que lo único que hacen es pedir y reproducirse”, o cuando lo hace sobre el catolicismo; “Esa pandilla de pícaros limosneros que se lucran de la tal caridad cristiana, sutil forma de estafar al prójimo…” ó sobre el Papa (ex); “condenado travesti polaco que en mala hora te malparió tu madre, ¿ya te habrán acabado de comer los gusanos?”
Pero yendo a lo que nos atañe, podemos decir que El Cuervo Blanco es más que la biografía de Rufino Cuervo, como así también El Mensajero es más que una biografía de Porfirio Barba Jacob, mucho más, bastante más.
El viaje se inicia y finaliza en el mismo lugar, en el Père – Lachaise, (y si no saben qué es el Père – Lachaise, van a buscar un diccionario y vuelven, o dejan de leer en este punto) y acaso como un flashback empezamos a recapitular, o lo hace Fernando y los lectores asisten.
Rufino José Cuervo (1844 – 1911) alias el cuervo blanco, alias el delirante más grande que ha dado el continente, pues él solo se atrevió con toda la historia de la lengua española, excepto cuando arrancó que lo hizo en colaboración de un tal Miguel Antonio Caro y entre ambos escribieron La gramática de la lengua latina para el uso de los que hablan castellano. (El tal Caro merece una mención entre paréntesis ya que después se metió en política y durante algunos años robó como presidente de Colombia como roban todos los mal nacidos que llegan a la presidencia).
De inmediato, o en paralelo pero ya en solitario, escribiría las Apuntaciones críticas para el lenguaje bogotano, no sé cuántos años tendría pero era bastante pendejo, es decir bastante joven.
Luego de un par de años viajando por el mundo, creo que en realidad fueron tres, si, tres años viajando por Europa y Asia con Ángel, su hermano, su inseparable y amado hermano volvieron a Colombia.
Y ahí sí, ya con los 38 años de Rufino y Ángel un poco más se instalaron en París para siempre, los dos siempre juntos, carne y uña, pelo y huevo, ni siquiera se casaron, ni tuvieron hijos, para seguir juntos.
A Rufino se le debe también el Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, libro que deja inconcluso en la letra D, pero no porque él quisiera sino porque diosito se lo llevó. Años después, como un siglo después entre un montón de lingüistas lograron terminar el mentado libro.
“Eternae Sapientiae lumine implorato”, implorando la luz de la sabiduría eterna, pedía Rufino a dios para poder terminar su obra, pedía en vano por supuesto.
De tanto discurrir entre gramáticas, ortografías y fonéticas, veo que dentro de la lingüística también existe la semántica, para refrescarme ese concepto lo llamo a Fernando (a falta de Rufino) y le pido una explicación, ó un ejemplo, a lo que amablemente me responde:
“Un ejemplo semántico, lo que hoy es insulto mañana puede dejar de serlo, porque los insultos (al igual que los elogios) se debilitan por el uso y se gastan: de tanto insultar con “hijueputa” en Colombia esta palabra se devaluó, se le evaporó su carga de odio y los bien hablantes empezaron entonces a insultar con “gonorrea”, que con ser tan feo termino no significa más que una infección de las vías urinarias. No sé porqué en este país, que es el que habla el mejor español del mundo en vez de “gonorrea”, nunca le han dicho al enemigo “blenorragia” (…) “El idioma además de no ser lógico es caprichoso”
En 1896 muere Ángel, y de alguna manera Rufino muere con él, es que era tanta la adoración que había entre ambos que terminaron descansando juntos, una tumba al lado de la otra como lo pidió Rufino en su testamento, pero eso fue en el final final, porque antes, entre 1896 y 1911, pasaron 15 años (si es que saqué bien la cuenta) de duelo, de muerte en vida del más grande filólogo que haya dado nuestro idioma, su trabajo disminuyó, vivía enfermo, ya no tenía las mismas ganas de escribir; así de tanto lo quería.
En otro capricho, y esta vez no del idioma sino mío quiero compartir las últimas palabras de El Cuervo blanco, que como dije antes empieza y termina en el mismo lugar, allá en Paris, frente a los restos de Rufino y Ángel:
“Sentí entonces que ascendía rumbo al cielo de ceniza, como un cuerpo astral que deja la materia, como un fantasma que se va. Pero no, no era yo el que ascendía, eran los cuervos los que se iban. Yo seguía arrodillado abajo ante la tumba, cargando con Colombia y llorando por él”.
*Fotografías gentileza de Alfaguara
El Cuervo Blanco
Fernando Vallejo
Alfaguara