Hay personas sequía, estados que te inundan y ráfagas de viento en todo lo que hacemos. Somos cazadores, pero la mayor parte de las veces somos animales cazados o degollados por especies “superiores”. Podemos enredar durante varios días nuestra cornamenta entre las ramas de un árbol. Y los paisajes puede sentir dolor.
En El mes raro, de Valeria Meiller, la sequía es dolor en el cuerpo y el océano tiene panza, porque todo ser humano puede encontrar explicación en la naturaleza y viceversa.
Uno de esos libros que sirven para tenerlos siempre a mano, porque tiene el poder de transportarte y salvarte.
¿Cuáles fueron tus primeros acercamientos a la poesía?
Las primeras lecturas de poesía están relacionada a una de las escenas de mi vida que con más amor atesoro: con mis abuelos paternos, después de la cena, nos sentábamos a leer poesía los tres juntos en el living y después conversábamos sobre lo que habíamos leído. Eran lecturas en voz alta, que creo que marcaron de una forma muy especial la manera en la que la musicalidad se convirtiría en uno de los elementos rectores de mi gusto como lectora y también, más tarde, por qué no, de las decisiones de mi propia escritura.
Este libro tuvo una versión previa. ¿Cómo se transformó en este? ¿Qué ganó y qué nos estamos perdiendo los lectores?
A la anterior, me gusta pensarla como una versión urgente, primitiva. Algunos –tal vez podría decir la mitad- de los textos de El mes raro los escribí entre 2009 y 2010. En ese momento, todavía no estaba pensando en una serie, mucho menos en un libro: Manuel Barrios estaba organizando un festival de poesía en Uruguay e invitó a los poetas que participábamos a publicar un libro en la cartonera uruguaya que dirigía Diego Recoba. La idea de publicar en La Propia Cartonera me entusiasmó y me pareció un buen momento para probar esos textos –así que armé un proto-libro y se lo mandé. Después me arrepentí: el texto era aún muy heterogéneo, pero no veía la foma de cambiar eso así que me olvidé de él. Intenté volver muchas veces, editarlo, reescribirlo, pero recién lo logré a mediados de 2014. No creo que el texto haya perdido, sino por el contrario: creo que ganó, fue encontrando su forma. Pero si tuviera que señalar una pérdida, tal vez nombraría esa que nos permite rastrear, en un texto todavía inconcluso, el proceso mismo de su composición.
¿Cuál fue tu pre-ocupación para escribir El Mes raro y cómo lo estructuraste? ¿Hay una manera de explicar el aquí y ahora de El mes raro?
No estoy segura de en El mes raro haya una preocupación previa, una idea deliberada que lo preceda y hacia la que el texto se haya orientado de una forma concreta. Tengo la sensación de que se trata más bien de una exploración, que me fue presentando preguntas a medida que se hacía presente. En cuanto al formato del libro, se estructura a partir de una idea muy sencilla: se trata de veintinueve textos porque esa es la cantidad de días que tiene febrero, el mes raro de los años bisiestos. Como el clima general del texto es un clima de tiempo enrarecido –la falta de lluvia, las anomalías de la vida animal y la llegada de un visitante misterioso– sentí que situarlo en ese tiempo podía ayudarme a encontrar la estructura con la que tanto trabajo me estaba costando dar. En relación a los nombres de los capítulos y el lugar que los elementos de la naturaleza tienen en él, busqué conservar tres campos semánticos que intuitivamente creí eran los que estructuraban el libro: los animales, las referencias a la vida vegetal y las medidas del tiempo.
Cada poema es una especie de foto desmenuzada por un observador. Como con una puesta de cámara, un plano detalle sigue a otro y conforma imágenes. ¿Cuál es el valor de las imágenes en tu poesía?
No me siento autorizada a hablar del valor de las imágenes en libro porque pienso que todo el valor de las imágenes de la literatura está en el ojo de la lectura. Lo que sí puedo decirte que las imágenes son siempre el disparador de mi escritura: tanto cuando aparecen como visiones presenciadas como cuando llegan a mí a partir de otras representaciones que por algún motivo se instalan en mí de una manera, llamémosla así, fotográfica. En general, las dos formas suelen superponerse y lo visto, junto a lo leído, pasan a formar parte del mismo acervo imaginario.
Aunque creo vislumbrar una respuesta en la frase “En la pequeñez de las flores está toda la historia de los árboles”, te pregunto igualmente: ¿por qué el campo como contexto? Y si el cuerpo humano es pura memoria, ¿que es la naturaleza?
En relación al espacio específico del campo argentino, que es el fondo donde este libro está concebido, me parece que se trata de un espacio en el cual es casi imposible pensar en una distinción clara entre un campo “real” y un campo de la “representación”. En Un desierto para la nación, Fermín Rodriguez habla de ese espacio como una construcción de la imaginación pública donde desde el principio, el territorio funciona como dispositivo textual -no solo la literatura argentina sino la nación misma se funda en ese cruce. Creo que todas las ficciones denominadas rurales trabajan con ese acopio, produciendo actualizaciones de ese espacio que siempre están atravesadas por construcciones anteriores. El mes raro trabaja con la memoria, sí, pero desconfío de que se trate de una memoria inocente o de primera mano –me parece más bien que se trata de un tipo memoria donde el referente concreto se superpone todo el tiempo con otras representaciones.
Presentás tus elementos (seres humanos, animales, naturaleza) como una sola cosa, a veces amalgamada, retroalimentada, y a veces en estado de tensión con orden cultural o genealógico familiar. ¿Fue algo deliberado o apareció inadvertidamente?
En esos cruces raros que se dan entre la teoría y la práctica, hubo un libro que iluminó especialmente el tramo final de la escritura de El mes raro, fue Formas Comunes, de Gabriel Giorgi, que hace un análisis exquisito de una serie de obras latinoamericanas a la luz de la biopolítica. En su libro, Giorgi se refiere a la forma en que las representaciones del animal son capaces de eludir figuraciones estables, y al modo en el que eso conjuga nuevas intensidades –de deseo, de afectos, de reconocimiento– que se relacionan mucho con los materiales del libro. El mes raro –al menos para mí– es un texto que se pregunta muchas veces por los movimientos de figuración y (des)figuración de los cuerpos. Si por un lado está la ley –de la familia, de la religion– tratando de producir órdenes a partir de diferentes sistematizaciones, por el otro está la forma en que la vida animal –los ciervos, los conejos, el ganado– pone en crisis esa ley y se resiste a ser inscripta dentro de las prácticas culturales o las subvierte.
Sobrevuela todo el libro un costumbrismo balístico. ¿Por qué las armas tienen una presencia tan importante, como si formaran parte natural del todo?
No había pensado en la presencia de las armas en el libro hasta tu pregunta, pero es cierto: están ahí, como una parte al mismo tiempo naturalizada, orgánica, de ese mundo y disruptiva, violenta, por el otro. Si me animo a conjeturar, su aparición –y con ella la de ciertas muertes o amenazas de muerte- pueden ser pensadas también como un ritmo, una forma de establecer medidas dentro ese continuo cenagoso que es el clima del libro.
Tus poemas encuentran, siempre atinadamente, la belleza en lo siniestro. ¿Qué mirada tenés sobre lo lúgubre o tétrica que puede ser la naturaleza?
Siento que lo bello es siempre inquietante, incluso a veces doloroso. Para responderte, vuelvo a una cosa muy bella que dice Edgardo Cozarinsky en la contratapa, citando a Rilke, y de la que me apropio porque me parece una definición perfecta de esa relación: “La belleza es el principio del terror, que reverenciamos en la medida en que aún no nos destruye”.
Para finalizar, contanos algo de la editorial Dakota y cuáles son sus/tus próximos proyectos.
Acaba de salir Polvo de pared, un libro de relatos de la brasilera Carol Bensimon, en traducción de Martín Caamaño. Con ese libro se inaugura la sección de libros brasileros de nuestra colección Traducciones, al que lo seguirá Búfalo de Botica, en traducción de Cecilia Palmeiro. También acabamos de terminar la corrección de La guerra humana del norteamericano Noah Cicero, al que le seguirá otro libro del mismo autor en cuya traducción estamos trabajando: Buen comportamiento.
El mes raro se presenta mañana jueves 23 de julio en la Galería Mar Dulce (Uriarte 1490), a partir de las 19 hs. Leerán Rita Pauls, Martín Caamaño y Edgardo Cozarinsky.
Valeria Meiller nació en Azul, en 1985. Publicó El recreo (El fin de la noche, 2010), Prueba de soledad en el paisaje (Mansalva, 2012 –en coautoría) y El mes raro (Dakota Editora, 2014). Es editora en Dakota, crítica y traductora.