¿En Las cosas que perdimos en el fuego y en Este es el mar, aparece la violencia como fenómeno cotidiano y también hay un hilo conductor respecto a la identidad como algo resquebrajado, cuál vos creés que es el potencial que tienen el género de terror y el fantástico para abordar estos temas?
-Yo creo que a lo mejor son los géneros más adecuados para eso, porque son los géneros que más trabajan con la no necesidad de intentar reproducir, -aunque por supuesto el realismo es un intento de reproducción artificial como en todo género-, pero el terror y el fantástico pasan por completo por encima de eso. Podés básicamente dentro del verosímil [hacer] la construcción que vos quieras, no estás atada, no hay nada que te ate en ese sentido, podés trabajar con un abanico de referencias muchísimo más amplio. Ahora la cuestión de la identidad lo que noto todo el tiempo es que en Argentina es un tema político. No en todas partes es un tema político, -puede ser un tema político pero de una manera un poco más periférica-, en Argentina es un tema centralmente político. Es un tema centralmente político, desde los hijos de desaparecidos hasta la cuestión más cotidiana de referenciarte, nosotros en Argentina no decimos me representa el partido peronista, [decimos] soy peronista, soy antiperonista. Se arma muchísimo desde ahí, y paradójicamente creo que la política todavía es uno de los pocos espacios por lo menos acá, donde se arman cuestiones comunitarias. Es uno de los pocos lugares sobre todo en los últimos años, cuando yo era chica no tanto -en los ’90- pero sí en los últimos años, donde yo puedo ver que hay grupos de jóvenes que encuentran una referencia en la militancia política. Digo jóvenes de clase media burguesa, no estoy hablando de una identificación que tenga que ver más con la radicalización. Como en el caso de Las cosas que perdimos en el fuego, en el cuento lo que las une es algo muy radicalizado, son grupos terroristas casi. Lo que podés ver más cercano es una identificación digamos con determinada política sobre todo de los jóvenes y que arman cosas comunitarias. Y en el mundo me parece es una cosa relativamente anticuada la militancia política juvenil. Pero no desde lo radicalizado, sino desde la militancia política de empezar en un partido, de hacer trabajo en barrios, trabajo de comité, y una cosa que no creo que se verifique tanto en otros lugares tan claramente. A mí lo que pasa con escribir, es que la política en los cuentos me parece lo más relacionado con la literatura argentina. De todo lo que yo puedo elegir de la tradición de la literatura argentina creo que la cuestión política de los cuentos es lo que está más claro en la tradición, y lo que más me sale sin que yo tenga demasiada intencionalidad. Es como si fuera una cosa dada, ¿de qué voy a hablar si no voy a hablar de política? Un cuento sin la política, ¿cómo lo hago? Porque por ejemplo en la novela Este es el mar, yo no veo una referencia política muy obvia, más allá de la cuestión de los cuerpos de las chicas, pero es un poco más tangencial. Pero en los cuentos es súper obvio.
-¿Vos como escritora encontrás, aunque no sea algo mentado, esa necesidad de que los cuentos tengan un trasfondo político?
-Sí, para mí en lo que yo hago es un poco fundamental, o sea no sabría mucho de qué escribir si no termina de alguna manera teniendo alguna referencia política, o puedo alguna cosa digamos más preciosista, pero en general aunque sea esa otra lectura política no sabría por dónde ir.
-¿Y como lectora también tenés un interés en leer cosas de las cuales puedas extraer alguna lectura política?
-Sí, pero no sé cuánto la fuerzo o cuánto esta en la intencionalidad del autor. Yo a Stephen King lo leo como un escritor político. Yo creo que él lo tiene en mucha medida, desde la primera novela, Carrie. Para mí es una novela sobre una masacre escolar, sobre el fanatismo religioso en Estados Unidos, sobre la crisis del sistema educativo, sobre los primeros casos de buylling. Para mí se trata de eso, para mí El Resplandor es una novela sobre la violencia doméstica, Mr. Mercedes y estas últimas me gustan bastante, son claramente políticas. Por decirte el caso más obvio de un escritor que dice que es un escritor de terror, para mí es un escritor social que trabaja en el género del terror. Entonces en general no sé cuanta intencionalidad hay del autor, y cuanto yo lo leo políticamente al escritor. Y siempre me pasa eso, creo que es una deformación más que profesional, argentina diría yo. Tengo una dificultad de leerlo si no es con ese trasfondo. A veces capaz que no está la lectura pero yo la termino haciendo, o encontrando de alguna manera. Yo creo que finalmente toda novela la tiene. No hay manera de que no la tenga. Ahora tiene que ver con una lectura propia digamos que se te haga totalmente explícito o no. Hay incluso en los textos más personales, más allá de que me guste o no, trabajo como periodista y reseño las novelas de Knausgard por ejemplo. Yo lo leo como el lugar del hombre en la crisis del Estado de bienestar escandinavo. Y me terminó interesando más por eso, porque me interesa ver cómo es el lugar del hombre proveedor entre comillas en los últimos países con ese nivel de Estado de bienestar y de resolución de los problemas sociales más urgentes. Entonces lo termino leyendo así, me interesa eso muchísimo más que los rollos con su mujer. Termino haciendo esa lectura.
– Y yendo a la literatura argentina contemporánea, ¿qué leés?
-Leo muy variado porque lo que me interesa es ver lo que está escribiendo la gente de mi edad. Así que la verdad leo bastante, y leo muy diferente. Leo a Margarita García Robayo, que es amiga además, es colombiana pero vive acá, y hace algo que no tiene que ver con lo que yo hago. Me gusta mucho Luciano Lamberti, me parece que es uno de los mejores escritores de mi edad, que casi tengo leído todo completo. Me gusta Federico Falco, me gusta Samanta [Schweblin]. Leo bastante poesía. Me gusta mucho Elena Anníbali, me gusta Mariano Blatt, me gusta un escritor que no le dan mucha bola que se llama Diego Muzzio, y otro que tampoco le dan mucha bola que se llama Gustavo Ferreyra. Me gusta mucho María Gainza, tiene una novela sola por ahora, El nervio óptico, pero me parece una novela buenísima, una auto ficción totalmente distorsionada. Me gusta Inés Acevedo, tiene como una ligereza muy inteligente. Trato de leer bastante la verdad.
-Hace unos meses se empezó a discutir, sobre todo en las redes sociales, la identificación del escritor como trabajador, el tema del pago, las regalías, ¿cómo te posicionás dentro de esta discusión?
-Es mucho más complejo. Yo trabajo como periodista y docente, nunca se me ocurrió no tener un trabajo formal para trabajar como escritora. Entonces sí, yo creo que el escritor es un trabajador de la cultura, pero me parece que la cuestión está atravesada por un montón de problemas. El problema principal es el tema de la publicación y el mercado. Yo no estoy tan segura de que las editoriales, algo se deben aprovechar, pero creo que hay una fantasía de cuánto se vende realmente un libro, y cuánto no recibe el escritor. Creo que se venden muy pocos libros y creo que en función del mercado no hay mucho dinero que vos puedas obtener de eso. Además de que se publica demasiado y hay como una saturación total del mercado. La onda es tener un sueldo por escribir, pero ¿quién te lo paga, la editorial? Pedirle a una empresa que te lo pague como inversión de riesgo me parece poco realista, no me parece ni bueno ni malo me parece poco realista. Una editorial va a apoyar a Rolón, a John Katzenbach, a Elena Ferrante, pero no me va a apoyar a mí, tenerme con un sueldo, porque la verdad no le rindo lo suficiente. ¿De qué otro lugar puede salir mi sueldo, del Estado? Yo no quiero un sueldo del Estado como escritora, no quiero ser una empleada pública escritora. Entonces me parece que hay un montón de problemas en la cuestión práctica. Me parece que es un trabajo, me parece que es un trabajo mal remunerado, me parece que hay una desproporción que es propia del oficio entre la cantidad de tiempo que se le pone al trabajo y el rédito que después tiene ese trabajo para el escritor, pero eso es propio del oficio. Y sí, ocurre con la literatura que no tiene un mercado rico como el del arte por ejemplo. El mercado del arte vos si lográs ingresar, rápidamente podés ganar un poco de dinero, porque se paga muy bien, porque hay muchos coleccionistas, es otro mundo. ¿Yo quiero eso realmente? ¿Quiero un montón de mecenas riquísimos que me están bancando para que yo escriba el libro que les gusta a ellos?, ¿O que sea el Estado?, ¿Ser una burócrata del Estado y que mi subsidio pueda ser retirado en tanto yo escriba algo que al Estado no le guste?, por lo que sea, por inmoral, porque políticamente no le cierra, porque le parece berreta. Y pretender que eso lo haga un privado me parece poco realista. Me parece una discusión muy compleja en términos realistas. Vos decís sí, quién va a estar en desacuerdo, yo también quiero tener más dinero, tener un sueldo, también me gustaría que el trabajo sea reconocido como trabajo pero después cuando vas a la implementación que es lo que me termina interesando de la cuestión por fuera de los manifiestos. ¿Y cómo lo vas a hacer realista? Si hay una tercera variante que no sea la editorial, los coleccionistas, o el Estado que te pueda bancar, bueno me interesaría saberlo. Me parece que se publica muchísimo, y que se vende muy poco como para pensar que te podes sostener con ventas. No se me ocurre la forma de implementarlo, cuando lo leo está bien, tener un sindicato que controle que a vos se te pague lo que se te tiene que pagar, está bien. Pero me parece también que hay una cuestión de que hay muchas cosas que se publican, la literatura tiene algo en su condición de aparición en lo público que tiene mucho de arbitrariedad. Que a un editor le guste, que tenga ganas de publicarte, que funcione comercialmente, hay un montón de cosas que ocurren y que tienen que ver con el azar de que sea publicado o no. Mucho de lo que se publica no es bueno, o a mí no me gusta. Hay una cuestión de que el gusto y la valoración no tienen que ver con algo utilitario sino con algo estético, con algo de otro orden, no es lo mismo que estar trabajando en la fabricación de una mesa que se cae o no. Con esto quiero decir, hay escritores que yo no les daría un peso, que no me gustan. Y que está bien, hace tres años están sentados en la silla escribiendo la novela, pero después porqué ese trabajo tiene que ser valorado y remunerado solo por haber sido trabajo, si el resultado es un resultado que no es interesante no lo entiendo tanto. Es complejo, me parece complejo. Me parece que otra cosa es el control de que sea justo lo que te da la editorial, que tengas acceso a los ejemplares, hay contratos que son espantosos, que haya un formato de contrato, y que pueda intervenir un organismo desde afuera, un sindicato por ejemplo, el trabajo que hacen los agentes en realidad, que a vos te ahorran el agente, el porcentaje del agente. Pero es un trabajo que es muy difícil de valorizar cuando el producto está finalizado respecto a cuanto valió ese esfuerzo, cuánto cuesta, quien mide eso. Ahí a mí se me complica muchísimo, hay escritores que yo le daría un millón de dólares por mes para que escriban, y hay escritores que le daría cero para que no escriban más, es parte de la cuestión.
*
Mariana Enríquez recomienda:
“Thunder Road“, de Bruce Springsteen. Está en el disco Born To Run.
“La escuché por primera vez en la radio, en su versión acústica, sólo con piano, que está en un disco doble en vivo, Live 1975-1985. Creo que fue después del recital de Amnesty donde yo había conocido a Springsteen (él no la tocó en el show). Me provocó una nostalgia especial, de una vida ajena, de una vida posible. Es una canción triste y, en la versión del disco, suavemente desesperada. Nunca volví a escuchar otra canción que me produjera esa sensación de asombro y maravilla: todavía me acuerdo de la noche de verano en Lanús, del radiograbador, de mi dificultad para entender la letra y mi ansiedad por saber en qué disco estaba; necesitaba salir a comprarlo al día siguiente”.