Al ser nombrada en 1971 profesora asistente de filosofía en la Universidad de California, Angela Davis se hizo rápidamente conocida por resistirse a las presiones que el por entonces gobernador del estado Ronald Reagan ejercía para que renunciara a su cargo acusada de comunista, ideología por la que la docente no ocultaba su simpatía. Para entonces, sus clases se colmaban de alumnos debido al poder y claridad de sus ideas, para luego convertirse en una de las activistas e intelectuales más famosas de su época, sumándose a las filas de las Panteras Negras y luego al Partido Comunista. Además de la persecución política por sus ideas, Davis sufrió la cárcel durante años, integrando la lista del FBI de los más buscados, hasta que la inmensa presión social le devolvió la libertad. En su trayectoria ideológica y de vida, se observa la importancia de conocer las historias en primera persona para poder empatizar con las circunstancias más difíciles que vemos hoy que proliferan en este mundo pos (y entre) pandémico.
En unas de sus lecciones, Davis rescató la figura de Frederick Douglass, cuya primera condición de libertad fue un acto de resistencia. Aunque su autobiografía, Narración de la vida de un esclavo americano, publicada recientemente por la editorial La Pollera, tiene un alcance más profundo aún: deja constancia de la anulación del pensamiento, la devoción religiosa que respalda la sumisión y la desconfianza incluso con otros esclavos, así como la ayuda de no pocas personas que despreciaban el sistema esclavista.
Douglass vivió como esclavo buena parte de su infancia y juventud, pero su vida cambió cuando lo trasladaron a la ciudad en la casa de un amo cuya esposa le enseñó el peor de los males para alguien de su condición: enseñarle a leer, lo cual lo dejaría de ser apto como esclavo. En ese acto brotó el germen de su emancipación. A fuerza de ingenio, astucia y valentía, empezó a pensar por si mismo y cuando tuvo que volver a una plantación, su mente ya estaba emancipada de la esclavitud. Resistió la opresión durante años hasta que planificó exitosamente su fuga hacia tierras lejanas, no sin antes seguir sufriendo los engaños y prejuicios hacia su raza, aun siendo hombre libre. Estas memorias sorprendieron a muchísimos lectores, principalmente por el nivel intelectual de Frederick, que llegó a ser un influyente activista y hasta amigo del presidente Lincoln, no sin diferencias y reclamos a las injusticias vigentes incluso en el “norte libre” del país.
La filósofa y activista estadounidense también estuvo largo tiempo aislada en una sala psicológica femenina, lo que recuerda la figura de otra notable mujer: Nellie Bly, seudónimo de Elisabeth Jane. Tomado su sobrenombre de una canción popular, fue una de las reporteras más brillantes de su época. Su primer artículo fue un derecho a réplica contra una columna que reivindicaba el trabajo doméstico femenino. Sus notas firmadas con convicciones y tono de denuncia se hicieron valer, a tal punto que fue una de las pioneras en el periodismo encubierto, reflejando las condiciones de trabajo en fábricas, el lobby farmacéutico o aventurándose a dar la vuelta al mundo en 72 días, superando la célebre marca del relato de Julio Verne e incluso ganándole en una competencia a otra colega.
Pero su trabajo más célebre fue el que publicó recientemente la editorial Alquimia, Diez días en un psiquiátrico, en el que denunció las condiciones de vida en un asilo para mujeres de Nueva York en el cual se infiltró como paciente, haciéndose pasar por loca en una pensión, entre un juez y un policía hasta llegar a los médicos del pabellón psiquiátrico. Bly encuentra a la institución y a su personal el responsable de la demencia que acusan a las pacientes, quienes sufren el maltrato permanente y las humillantes condiciones de encierro. Luego de escapar, la publicación de su valerosa denuncia cambió la suerte de muchas mujeres que llegaban a los asilos solamente por su condición de pobres, solteras o desamparadas, sin ningún desorden mental comprobable. Hace unos años, una película protagonizada por Cristina Ricci devolvió con justicia su valiente impronta.
Tanto Nellie Bly como Frederick Douglass representan dos crónicas en primera persona, dos trayectorias de vida, dos ejemplos de resiliencia (esa palabra tan de moda y demodé a la vez) que en su lectura refuerzan ese concepto fundamental que, una vez más, se expresa en la potencia de las palabras de Ángela Davis: “siempre se nos recomienda tener paciencia, pero en el fragor de la lucha por nuestros derechos, el primer acto de libertad es la resistencia”. Empatía y resistencia son, pues, dos palabras que estas historias logran contagiar a quienes se aventuren a su encuentro.