“Cuando uno elige jugarse la vida,
también tiene el derecho a jugarse otras cosas”
José Tomás
Hay ocasiones en las que un escritor se juega la vida y luego va y escribe un libro donde también apuesta el todo por el todo; tal es el caso de Sayonara (Mono Ediciones, 2015) de Antonio Calera-Grobet. Un libro de poesía escrito desde las vísceras y con el corazón por delante. Los poemas que brinda agradecen a los amigos y festejan a los que arden en el ruedo de los días. Los versos incitan a arder. Reflexiona sobre la vida y sobre la vida y la muerte en un territorio donde casi todo sangra “valemos cada vez menos por lo que somos, agua; y cada vez más por lo que seremos: piedras.” Al adentrarme en el universo de Sayonara, también pensé en el “jamón del medio”, término con el que se designa la parte más sabrosa, más selecta del jamón, lo mejor de lo mejor. Y es que en este libro encontramos lo que para mí son los mejores poemas del escritor, difusor cultural y chef mexicano. Un mundo con el ya forjado estilo personal de Antonio Calera-Grobet. Poemas en los que habita la fuerza del toro, los movimientos ágiles del torero y la pasión por explotar en la vida y frente a la página en blanco “con agujeros en el pecho es que nos la jugamos: toreros de la nada”. Sayonara es un cuerpo orgánico, cada poema parece dialogar con el anterior y con el próximo; además que todos los poemas cumplen una función en el armado del libro. En él existen distintos tipos de voces, como por ejemplo, la voz poética que en varias ocasiones deja el singular para construir un canto del “nosotros”, una voz que lo mismo usa la prosa poética que la rima o se vale de las mayúsculas y negritas para resaltar un canto de guerra y de resistencia. “sangre: porque nacidos de noches cerradas como ésta, ni los llanos húmedos ni las aguas de los ríos a través de los bosques sosegados pueden abrirle la tráquea, el pecho, dar aire a uno, aquí, arrojado a las postrimerías del mundo.” También encontramos la búsqueda de lo lúdico a través de los versos, pues utiliza las palabras para dibujar los sueños toreros, un toro brindado a la hermandad. Este juego de la lidia va acumulando fuerza conforme avanza la lectura y ya en el poema handbook nos descubrimos inmersos en el mundo de Sayonara, donde llega a su máxima consecuencia vital para destruirse asimismo y renacer. Por qué la poesía de carne, hueso, furia y amanecer también se trata de derrumbarlo todo, incluso a uno mismo para después resurgir de entre los escombros. Este libro es sanguíneo, es decir, está escrito con la tinta roja de los que escriben entre los más vivos de los vivos y quieren infectar, compartir y brindar esa vitalidad tan necesaria donde el miedo no, el miedo nunca. Venga pues el Sayonara de Calera-Grobet.
Sayonara
a Genaro Ruiz de Chávez Oviedo
Sayonara oirán los témpanos en su deshielo, lo retratará de soslayo el boinita al lanzar su arte efímero, pero tú te seguirás de largo. Que te quepa desde abrir la mañana y hasta acostarte que Sayonara lo podrá decir el cúmulo de carriolas arrumbadas en el mercado de pulgas, la caspa merodeadora de la publicidad masculinoide, el colorido elástico de algunos con tirantes almidonados pero, cómo que te llamas como te llamas y aún andas rocalloso, que aún repuntas a discreción con el soplido de las gaitas, escuchadlo de pie, por piedad de ti, tú seguirás de frente, oídos sordos, como si te hablara la virgen tras su gran desvelamiento en el Cerro de la Estrella. Mírate: tan confiado de ti como un vellocino de oro, recio como un toro de encierro antiguo: os digo que Sayonara dirán tal vez esas calcomanías de lindas chicas pegoteadas en los tráileres, rajadas a puras trompadas de sol pero tú, embonado en tu escultura ósea, ese costal de carne que portas y expones a granel de puños contra las piedras, tú no. Escuchadlo tan contundente como la batuta de un nuevo socialismo, como el tas–tas–tas de un tamborileo viril en marcha triunfante a lo largo y ancho de las cuatro estaciones: que tú, ese hoyo negro vestido de tapetes persas y tatuajes, esa marmota de gigantescas proporciones, por la mera luz lustrosa que cava a placer en tus retinas y subyace en los genes de los seres vivos, por los rótulos que dicen “Rótulos” y los simios pintados como si fueran dioses, por los neones que prestidigitan tantas muertes que ni siquiera soñamos, en esta mitad de la noche absoluta con su beat a todo lo que da, que tú, no. Por todos los peregrinos que soñaron con llegar al lado nítido, la orilla anhelada, que tú, no. Sayonara dirá el entramado de harina, el que juega a la vida con base en sus palillos chinos y maquetitas. Sayonara a tu mamá, a tus canicas, a tu juguete electrónico y tu tabla de nado en el lago del sosiego. Sayonara hacia quien quieras y a donde lo dirijas pero tú, semejante palurdo que se afirma frenéticamente en el cauce de lo gitano, tú, propulsado a cada rato por el chorro de luz blanca que sale del fondo de tus cavernas, rejuvenecido por ti mismo y por ti mismo mitificado, tú no habrás de envejecer. Tú, apoltronado en este bar ponderoso e invencible, catapultado por la magnánima fuerza, la esperanza de leer una vez más el magnífico poema que se perfila en su cara de gran amada, te tornarás en un bello loro inmortal. Escuchadlo pues y hacedlo bien. No te agusanarás como el tanto copioso de los naturales, las cámaras repletas de los comunes: siglos sucederán sin que tu carne ejecute su ritornello al lecho. Sayonara dirás a tus amigos. Sayonara a los buques mercantes, a los gorriones que cantaron por todas las cornisas, a las etiquetas con que quisieron bautizarte de nuevos nombres. Hacedlo bien. Que no habrás de salir nunca con la batea de babas de que te encuentras listo para morir. Porque tú no envejecerás: seguirás la vida como ser tallado en cedro sagrado, serás el primero que diga a los cielos perplejos nunca jamás. Irás a la deriva por los campos magnéticos, tierras inabarcables de ideas vírgenes, mieles de doncellas a punto de turrón, irás por la escritura de libros infinitos, sin temor alguno a tu parto perpetuo, al eco de tu clamor eternamente inaudito.
¿Cómo fue el proceso creativo de Sayonara?
Sayonara constituye una alforja que fue rellenándose de varias intenciones. Poemas que traía yo en la rumia mental desde hace tiempo, una fragua siempre incesante y neurótica la que trae un escritor en la cabeza, y poemas que se escribieron ex profeso para lograr una lógica de conjunto. Un libro. Ateniéndonos a su elaboración material, llevó apenas unos seis meses. Ateniéndonos a su fondo, podremos decir que incluye poemas de un pasado remoto (un par que balbuceaba desde hace quizá una década y hasta ahora cuajaron, tomaron rostro), se fueron sedimentando, y también poemas contemporáneos que reflejan mi yo más presente, mi forma de ver el mundo ahora, encarnadamente. 15 poemas inéditos como reflejo de mi hoy.
¿Qué buscás con este nuevo libro de poesía?
Ubico cada vez más mi obra como en el arte se entiende una obra de procesos. Un continuum. Es decir: cada poemario o cada libro de poesía (éste último más orgánico que al anterior, de cohesión integral en su fondo y forma si se puede hablar así), representa, más que un nuevo documento de mi alma, un estado o estadio de la misma. Lo que existe de raccord entre fotogramas (libros), por decirlo como si se tratara de lenguaje cinematográfico, es el tiempo, por supuesto, cargado de vivencias: dislates y epifanías con el mismo paso específico. No reniego pues de lo anterior y en este caso, Sayonara es una modalidad de canto en el ahora. Canto al amor, como creo debe hacerse en estos tiempos de muerte, y canto a la vida. Algunos de mis amigos o conocidos pero queridos, comienzan a irse: Luis Ongay, Gandalf Gavan, Marcelo Balzaretti, Alejando Santiago, Canek Sánchez Guevara. Y si no se trata de ir creciendo la lista de mis muertos, debo decir que también me refiero a los que se han ido del camino. Los que dejaron, ya cansados, arrasados por el dolor, de levantar la cabeza. Los otros muertos. También es una declaración de mi derecho a ver a mis pares amigos como seres queridos. Por eso también lo dedico a los vivos. Los más vivos de los vivos.
En Sayonara juegas con las rimas en algunos poemas y se nota un interés por el ritmo en general de los poemas, ¿Qué nos dices al respecto?
La mía es una rima infantil y estropeada. Funciona como estribillo o sonsonete infantil para poder barrenar un hueco y dar mi mensaje. Pretende hacer las veces de flautista de Hamelín que engatuse a los lectores para llevarlos a un punto. Por lo demás, recalaré en una obviedad, le da volumen a la poesía que escribo. Sonoridad en el poema es lo mismo que volumen a la escultura. Rima como escultura social en el uso del idioma. Las coloraturas que se pintan por las rimas, me interesan como volutas, marquesinas o mamposterías que decoran la estética del mensaje. Y bueno, en el arte el qué está en el cómo. Creo también que el aprovechamiento goloso que hago de la rima, o ese es el presupuesto, me ayuda a ligar ideas que de otra manea podrían quedar aisladas dentro del poema. La rima es vaso comunicante, hilo conductor: argamasa para pegar versos.
Este libro lo brindas a varios amigos, ¿a quién más va dedicado Sayonara?
Sayonara va dedicado a esos jóvenes. Sobre todo en su poema final y el que da nombre al libro. Es una llamada paroxista, casi demencial, a no ceder, a no dejar de irrigar sangre a la res pública, la cosa de todos que fue siempre el amor a la casa que es la patria, el amor a la casa que es la palabra, el amor al amor. La cosa de todos. Pase lo que pase correr al galope. No caer en la idea de propinarnos los santos óleos y recibir la extremaunción. A ellos va dedicado, a los que no claudican, no dan el adiós. No dejan a todos en el barco destinado al naufragio: adiós lo podrá decir todo el mundo, menos nosotros. Los herederos del signo. Los que han decidido vertebrar el mundo en el artificio de las obras, los que han decidido profanar, reinventar, propulsar su cultura.
¿Qué función creés que tiene la poesía en la actualidad en México?
La función revolucionaria que siempre ha tenido. La poesía como lo que nos permite ver, mirar de otra manera. Aprender a ver la misma realidad. En este momento, en el orbe, una realidad que se fuga, inte4nta asomar la cabeza del capitalismo más salvaje. Y en el caso mexicano, como uno de las eras, épocas, mareas de sangre más abyectas y miserables que hemos vivido en nuestra historia. El gobierno mexicano, en sentido, no gobierna al pueblo: lo mata. Enrique Peña Nieto es un oligofrénico que no ha leído tres libros pero dirige una legión de anticristos que no construye, viola, aniquila, destruye lo que mi cultura había dado al mundo: arte, cultura y pensamiento refulgentes. ¿Podrán provenir de este maldito moridero, otros Alfonso Reyes, Juan Rulfo, Francisco Toledo, Octavio Paz, Carlos Monsiváis? ¡Señores del mundo entero les pedimos auxilio: lo que ha sido conocido como México, está siendo asesinado! Y perdón que lo diga pero lo siento: ¡Qué vergüenza nos daría con Breton, con Buñuel, con tanta gente de primera línea que vino a conocernos y nos amó, si vinieran de la muerte a ver cómo vamos! ¡Tantos y tan maravillados vomitarían! Esa es la verdad. Si algo me permite ver hacia otro lado es la fuerza generadora de los jóvenes de mi país. Creo que México vive una época de oro de la poesía. Grandes escritores jóvenes, entre 25 y 35 años, que se han imbricado a la orquesta internacional de las letras. Me interesa, sobre todo, la forma en que las escritoras han podido romper de tajo con ciertas inercias machistas del entorno. Su voz, la de la poesía escrita por mujeres (poesía como tal, simplemente, sin negritas o entrecomillados), no se limita más, si así lo fue, a participar como vulgar cuota de género: ha irrumpido desde hace tiempo con un poder dramático. Ojalá nunca más se mueva de ahí. Su voz, en mi país, es vanguardia. En fin, creo en ello. Que los escritores jóvenes de mi país, apoyados en las redes sociales y las posibilidades tecnológicas, no sólo se han aproximado más lecturas, sino que también se afilian con mayor fuerza a los pares de otras altitudes. Y crean nuevos epicentros, nuevas editoriales, físicas o virtuales. Y eso me motiva y me enternece. Mi generación fue más pichicata. Más refractaria a la convivencia. Más egoísta. Digamos que he visto a las mentes más maquiavélicas de mi generación, aplastar a las que les seguían. Con particular frenesí. Esa masacre ha quedado en el pasado y las nuevas huestes vienen a fincar un nuevo arte, una nueva Poesía. Con mayúsculas. Y me refiero a una hueste nutrida de voces. Medio centenar, quizá. Gusto de pensar que esa poesía de nuevo brote, que se ha enjugado los ojos de muchos ripios mentales, trae consigo una caja de resonancia que hará eco de una nueva manera de ser ciudadano del mundo. Y no considero esto una masturbación sentimental, patriotera, sino un acto de justicia elemental. Tomar lo verdaderos, lo nuestro. Acabar con el oscurantismo, las pinturas negras de esta era. Para recordar a Goya, en que los padres devoran a sus hijos, y nos hacen parecer perros falderos y famélicos. Haremos, pues, que la mentira sucumba. Aunque Leonard Cohen diga: “Everybody knows!”. Me resisto. Y pido por esa resistencia: no, jamás, los dados que tiran nuestra vida no han sido cargados. No. Nunca. Jamás.