En Sueños del hombre elefante y Un dios demasiado pequeño, la escritura de Juan José Burzi parece regodearse de todo aquello que produce terror y rechazo: deformidades, perversiones, grotescos propios de la literatura gótica y con una evidente influencia de Edgar Allan Poe. Pero hay más: Charles Robert Maturin, en primer lugar, y luego Mary Shelley y Matthew Gregory Lewis. En su nuevo libro de cuentos, Los deseantes (Zona Borde), la monstruosidad acecha desde un punto más cercano: las conductas humanas. Compuesta por cuatro relatos, esta obra nos enfrenta a personajes que atraviesan la barrera de lo moralmente concebible impulsados, siempre, por el deseo, hilo conductor de los cuatro cuentos.
Traductor, director de la mítica revista de culto Los Asesinos Tímidos, Los deseantes constituye un paso firme dentro de una evolución personal sobre uno de los géneros más exigentes de la literatura. Un trabajo de lúcida estilización y madurez.
-¿Te definirías definitivamente como cuentista, o tus cuentos largos prometen extenderse hacia la novela?
-Me considero cuentista, simplemente porque todo lo que escribo termina siendo un cuento. Igual, a veces, me gusta estirarme un poco y trato de imitar las formas de algunos autores que admiro que transitan el “cuento/nouvelle”, o sea, algo con la extensión de un cuento largo pero con el contenido de una nouvelle o novela. Por ejemplo: Alice Munro, John McGahern, Junichiro Tanizaki…
-En Los deseantes, ¿fue tu intención diferenciarte del gótico para acercarte más al género negro?
-Nunca supe bien en qué género o campo escribía, no lo sé aún. Cuando me preguntan qué escribo, digo “ficción”, pero me gustaría poder definirme mejor. Elementos góticos creo que siempre habrán, si no en el contenido, en la forma de tratar algunos temas. Y “género negro”… quizá algo de eso hubo en este libro, pero no fue consciente, el argumento de algunos relatos me llevó a eso.
-Creo que esos elementos góticos que mencionás, están muy relacionados con tu tarea como traductor. Sin ir más lejos, tu traducción de Carmila, de Sheridan Le Fanu, es inmejorable. Sos un lector muy atento de Baudelaire también, primer traductor al francés de Poe, y de nuestro querido Petrus Borel… ¿Pensás que influyó tu labor como traductor a la hora de escribir tus narraciones?
-Es curioso que me lo preguntes, porque no me lo planteé antes. Imagino que el trabajo de traductor debe influir en un nivel inconsciente tal vez. No es gratuito pasar tanto tiempo trabajando la obra de un autor.
-En Los monstruos hay, desde la forma en que trabajás el lenguaje, un claro propósito de que el lector asuma el incesto como una relación amorosa factible. ¿Por qué te conmovió la historia de los hermanos Schiele?
-Desde que leí Totem y tabú de Freud, me pareció que con esa info estaría bueno escribir algo, a partir de ahí. Y me propuse escribir sobre una pareja incestuosa que no tuviera reparos en presentarse socialmente como hermanos y como novios. ¿Y la familia? ¿Y los amigos? Y lo más interesante: ¿qué dicen ellos? ¿Cómo lo ven, cómo lo justifican? No sé si me salió bien o mal, pero lo intenté. Y en cuanto a los hermanos Schiele, siempre me gustó Egon y sus trabajos. Enterarme de esa sospechosa relación que tuvo con su hermana menor, me sirvió para conectarlo con el cuento original (Los monstruos). Luego me enteré de que Vargas Llosa también escribió sobre Egon Schiele, leí Los cuadernos de Rigoberto y por suerte, encontré que no trabajaba la historia de Egon como lo pensaba hacer yo.
-También tu propuesta narrativa me llevó a pensar en Lolita, de Nabokov. Sobre todo por ese retrato particular que hacés de la sociedad a través de la metáfora.
-Es cierto. Cuando empecé a escribir Los deseantes lo hice pensando en Lolita, desde ya. Me interesó la idea de incluir otras cuestiones: sadomasoquismo, una presencia más fuerte de la muerte, hacer del protagonista alguien más despreciable… Y sin querer, se colaron algunas cuestiones sociales, pero la verdad que no fue mi intención que así fuera.
-En el segundo cuento, que da nombre al libro, el protagonista se llama Juan José. ¿Cuál fue el motivo por el que elegiste tu propio nombre para un personaje que no demuestra tener ningún escrúpulo?
-Cuando encaré la escritura del cuento Los Deseantes me planteé escribir algo que no tuviera una autocensura: el personaje tenía que ir hacia ciertas zonas jodidas y yo, como autor, no tenía que “alivianar” eso. Sumado a eso, me pareció que la mejor manera de hacerlo era poniéndole mi nombre al personaje, un poco lo que sería “trabajar sin red”. Pensaba: “luego lo cambio” y llegó un momento en que no pude cambiarlo.
-¿Por qué no?
-Lo hubiera sentido como una traición a la idea de escribir algo sin que me importara ningún tipo de supuesto o mal entendido. Ponerle otro nombre al personaje hubiera sido sacarle ese plus de “riesgo” (por decirlo de alguna manera) que tenía llamarlo Juan José.
-Hegel diferencia el deseo humano del deseo animal, concibiendo que este último sólo busca continuar la especie. ¿Considerás que los personajes de Los deseantes violan los límites de lo natural, o, bien, pensás que ese deseo desmedido es propio del ser humano?
-Todo lo que sucede en Los Deseantes me parece “natural”, aunque no muy “común”, en todas las personas: cierto erotismo necrofílico, deseo de someter, de ser sometido, atracción por una menor, rechazo a la sociedad. Es, como decís vos, la desmesura propia del ser humano.
-Estamos ante un momento especial de la sociedad: la violencia de género, el negocio de la trata, los abusos sexuales son noticia permanente y hay una movilización masiva en contra de estos delitos, ¿de qué forma te sentís involucrado cuando tus cuentos están atravesados por esas temáticas?
-Tengo posturas y posiciones ante esos temas en mi vida “real”, diaria. Y trato de que queden afuera de mis ficciones. Detesto esas ficciones que se utilizan para bajar línea, o en donde a la larga se termina dando una moral en forma indirecta, porque el “malo” es castigado de alguna forma, ya sea en la trama o mediante la mirada del narrador. O sea, cuestiones como la violencia de género, la trata, los abusos, atraviesan mis relatos en la medida en que me son funcionales a lo que quiero contar, no como un fin, solamente como un medio.
-¿Temés que los lectores se pregunten por el límite entre la ficción y tu punto de vista personal?
-No, no temo. Que el que lee piense lo que quiera. Es un poco un juego y un riesgo también. Me divierte, y otro poco es necesario. En el caso de Los deseantes, tuvo cuatro o cinco comienzos diferentes, pero no le encontraba el tono. Tuvo que ser una primera persona. Me parece que cuentos como Los deseantes, o Crónica negra podrían arruinarse con una intromisión moral o ética de mi parte como autor. Un comentario, un adjetivo hacia esa dirección, y sentiría que traiciono la ficción que yo mismo propongo. Si a partir de ahí, o porque le pongo mi nombre y profesión a un personaje alguno cree que eso es autobiográfico, ¿qué puedo hacer? Que me denuncie, o que tire el libro.
-¿Cómo se identifica un escritor con la oscuridad de su pensamiento creativo? ¿Juan José Burzi está más cerca o más lejos del profesor de Los deseantes?
-¿Cuán cerca o lejos estoy de un personaje mío? Me parece que hay personajes que piden que uno un poco se convierta en eso, al menos mientras se está escribiendo, y el narrador de Los deseantes requería de eso. Luego, obvio, hay características mías y otras que me son ajenas. No sé si podría (o si querría) decirte bien cuáles son mías y cuáles no.
–Crónica negra refiere acontecimientos que podrían conformar la realidad actual, además de revelar sucesos escalofriantes de la década del setenta. El hecho de que hayas titulado a ese relato como “crónica”, ¿supone que puede haber sido cierto?
–Crónica negra es una anécdota que me contaron como verídica. Me gustó y usé eso como argumento central del cuento. Cuánto de eso puede haber de cierto o no, no lo sé. Hay mucha leyenda urbana al respecto, con esto de las snuff movies, del loco de la ruta… Me pareció interesante tender un lazo entre el presente y los 70s, y quizá sea esta una de las pocas veces que lo hago. No suelo escribir sobre los 70s, me aburre y causa rechazo la cantidad de ficciones que buscan editores o lectores recayendo en los mismos lugres comunes.
-Adhiero. A veces se tiene la sensación que el Estado pareciera implementar los argumentos. Hay mucha ideología detrás de esa maniobra. ¿Un autor debe guardar cierta distancia de su contexto histórico inmediato?
-No sé si se debe guardar distancia o no. En lo personal, no me sale escribir sobre el contexto histórico inmediato. Como te decía antes, quizá algo de eso se mete en lo que escribo indirectamente, es inevitable. Pero no lo busco. Tampoco apoyo la idea de escribir en una torre de marfil cuentitos cómodos y correctos que ganen concursos. Tenemos varios “escritores” que ya lo están haciendo. Digamos que me interesa trabajar algunas obsesiones internas y estéticas que son personales. Si después gusta o no al que lee, ya es otra historia.
-Salvando algunos trabajos de Mariana Enríquez, y Diego Muzzio, un escritor que siempre me hace pensar bastante en vos, sobre todo por su trabajo preciso de retratar escenarios siniestros. ¿Creés que el género de terror esté poco desarrollado en la Argentina?
-De Mariana leí, de Muzzio nada aún, pronto lo haré. Creo que hay otras personas que están escribiendo dentro del género, me viene a la mente Nicolás Correa, por ejemplo. Cuando pienso en el género terror, creo que, definitivamente, hay ciertos lugares comunes que no van más, así como tampoco cierta concepción de lo que sería un relato de “terror”. Pero es un poco largo de explicar. Te doy en un nombre, un ejemplo de cómo veo el relato de terror moderno: Clive Barker.
-¿Qué posibilidades narrativas pensás que puede aún ofrecer glosar el espanto?
-El espanto, el miedo, es uno de los sentimientos más antiguos del hombre, no veo porqué habrían de agotarse las posibilidades de trabajarlo. Yo lo trabajaría tratando de tomar miedos antiguos con cuestiones contemporáneas.
-¿Te interesa la crítica sobre lo que se podría llegar a decir sobre tus libros? En otras palabras, ¿te preocupa la legitimación de los otros a la hora de valorar tu trabajo como escritor?, ¿por qué?
-Las reseñas que recibí, en su gran mayoría, fueron más bien halagadoras. Ahora bien, imagino que en muchos casos el reseñador se centra más en lo que le gusta del libro que en lo que no. Por otro lado, ¿a quién no le gusta una reseña favorable, o que su libro sea leído y comentado? No escribo buscando eso, sino que busco expresar de la mejor manera (según mi gusto estético) lo que quiero contar. Además, convertir esa “legitimación” en un fin per se, me parece un error. Terminaría escribiendo según la moda, o las ventas, o la academia, o según cierto círculo. Me resulta más fácil escribir según mis ganas, y que luego sea lo que tenga que ser.
-Durante años has dirigido Los Asesinos Tímidos, campo de maniobras de muchos de los temas tratados en tus libros. Aquella revista literaria ha marcado una época, y reunido toda una generación de jóvenes escritores. ¿Saldrá un nuevo número para fin de año?
-El próximo número sale en este mes de septiembre. Ser parte del proyecto de Zona Borde (sello donde trabajo) me quitó más tiempo del que esperaba y la revista quedó un poco relegada.