“Intento reconstruir la sensación que habrán tenido mis padres, la decisión forzada a permanecer lejos de su país. Pero a mi nada me impide volver, seguir con mi vida tal como estaba. Aunque mi vida tal como estaba ya no será algo posible”. En el momento en que una vida se quiebra y todas las seguridades se desvanecen, ¿cómo se continúa? La protagonista de La habitación alemana decide huir de su presente y refugiarse en un lugar seguro: su pasado. Viaja a una pequeña ciudad alemana llamaba Heidelberg donde vivió de niña junto a sus padres cuando tuvieron que exiliarse. Se establece en una residencia de estudiantes aunque no tiene pensado estudiar nada. Sin ningún plan, la protagonista comienza un “deambular contemplativo” por la ciudad, que no se interrumpe ni siquiera cuando descubre que está embarazada (sin saber quién es el padre del hijo que espera). Mientras tanto, van apareciendo en su vida personajes que parecen estar tan desarraigados y a la deriva como ella.
La habitación alemana es la primera novela de la dramaturga y directora teatral Carla Maliandi. Escrita en primera persona y con un tono vertiginoso, la autora ha construido una novela extraordinaria que acaba de ser publicada por la editorial Mardulce.
¿Cómo surgió la historia de la novela?
En principio había una imagen que tenía que ver con el lugar donde transcurre la novela, Heidelberg. Lo único que sabía era algo que tenía que ver con lo espacial, no con lo argumental: que había un personaje que iba a estar vagabundeando por esa ciudad. Y a partir de ahí empecé a escribir algo que no sabía tampoco si iba a ser una novela, una obra de teatro o un cuento. Cuando ya tenía escritas un par de páginas me di cuenta que iba a ser una novela, cosa que yo nunca había escrito hasta el momento.
¿Cómo te sentiste cuando te diste cuenta que iba a ser tu primera aproximación a la novela?
Me gustó el desafío, pero no era un desafío en el sentido de plan de publicación. Me dije: “ahora estoy metida en una escritura que tiene otro ritmo que el cuento y que el teatro”. Pero tampoco tenía apuro. Fue una escritura que me llevó un año, sin abandonar nunca. Todas las semanas escribía un poco.
Hay ciertos datos de tu biografía que coinciden con los de la narradora. ¿Cuánto hay de autobiográfico en la novela?
Es verdad, hay mucho de autobiográfico. Pero son datos puestos al servicio de la ficción. Heidelberg es un lugar que yo conozco, yo viví de chica en Alemania como la narradora y mi papá también era filósofo. Creo que uno trabaja con cosas conocidas porque es el material que tiene. Y sobre esas cosas conocidas inventa o las combina con otras cosas que conoce pero por haberlas leído o imaginado. Entonces, ¿cuánto hay de autobiográfico? Lo que puedo decir es que fragmentariamente existen datos autobiográficos en la novela.
En la contratapa de tu libro se dice que el texto gira en torno a lo que se podría denominar “novela de no aprendizaje”. ¿Estás de acuerdo con esta afirmación?
Esa es una observación que hizo Damián Tabarovsky, director editorial de Mardulce, en relación al género de la novela de aprendizaje. En los textos de ese género el personaje después de pasar por ciertas peripecias y obtener un crecimiento personal logra ver el mundo de una manera nueva, más madura. Cuando Damián leyó la novela me dijo: “me gusta porque esta es una novela de no aprendizaje”. Es algo que yo nunca hubiera podido teorizar de la novela ni se me hubiese ocurrido. Pero sí, coincido: no hay una moraleja, no hay un crecimiento del personaje. En realidad hay un desconocimiento cada vez mayor.
Hablemos un poco de la protagonista y narradora de la historia. ¿Por qué huye a Heidelberg? ¿Qué está buscando o de qué está escapando?
Eso está implícito en la novela. Hay una elección de no reconstruir del todo su vida en Buenos Aires ni tampoco el momento en que ella decide irse a Alemania. Pero se puede intuir que tiene que ver con el quiebre de una vida más o menos normal o tranquila a la que toda persona adulta aspira: una casa, un trabajo, una pareja, un perro. En un momento esa vida se quiebra y en vez de intentar recomponerla, huye. Tampoco huye con un plan adulto: ella quiere ir a Alemania a dormir, a comer, a recuperar algo de tranquilidad y ver qué pasa. Todo lo que le va pasando al personaje en Heidelberg tiene que ver con lo fortuito, ella no tiene ningún plan. A su vez la vida de la narradora comienza a ser marcada por otros personajes que van apareciendo, por cosas que se le van presentando que escapan a su previsión.
La protagonista busca que su estancia en la ciudad alemana sea un “paréntesis en su vida”. Pero esto no significa que no le sucedan cosas, sino que ella decide no problematizar las situaciones que va viviendo. Pareciera que se arroja a un eterno presente.
Es verdad, la novela sucede en un puro presente y en una incapacidad o en una elección del personaje de no querer ver ni tener expectativas de futuro. Va pateando todas sus decisiones. Hay cosas muy importantes que debería resolver, como decidir qué va a hacer con su embarazo. Pero al no tomar decisiones lo que le queda es el puro momento que está viviendo, no hay ni siquiera mañana. Y va resolviendo los problemas urgentes que se le presentan, como por ejemplo, conseguir un certificado de estudiante para que no la echen de la residencia. Pero patea todas las decisiones importantes para adelante.
Alrededor de la narradora comienzan a aparecer personajes que van ocupando roles muy importantes en la historia, como el tucumano o la señora Takahashi. ¿Cómo fuiste construyendo a estos personajes tan particulares?
En un principio tenía solo la voz de la narradora, los demás personajes fueron apareciendo y tomando lugar casi solitos. Fue muy fortuito, aparecían a medida que la escritura avanzaba. Solo el personaje de Mario, que aparece en el primer capítulo en un recuerdo de la narradora, estaba en el plan, en algún momento iba a aparecer. Pero los demás aparecieron solos.
Hay escenas que generan incomodidad. Recuerdo, por ejemplo, el momento en donde la narradora (que está embarazada) y la señora Takahashi (que acaba de enterrar a su hija) van juntas a un bar a emborracharse. ¿Crees que esta tensión la provoca el hecho de que nadie actúa como se espera?
Sí, seguro. En esa escena justo coincide que ambas son mujeres. No me propuse una mirada de género sobre eso, pero es verdad que sobre ellas pesa más la expectativa de “qué es lo que debería hacer” una embarazada o una mujer que acaba de perder a su hija. Las dos están fuera de lugar, desubicadas con respecto a lo que socialmente se espera de ellas. La mirada de los hombres que se les acercan en el bar y descubren el estado en el que están resulta gracioso, pero en realidad tiene algo de violento también. Las dos están totalmente fuera de lugar: fuera de lugar social pero también fuera de lugar espacial, no están donde les corresponde. La narradora debería estar cerca de su familia o del padre de su hijo (que no sabe quién es), y la señora Takahashi debería estar llorando en su casa. Sin embargo están en un club nocturno emborrachándose.
Pero esto es algo que les sucede a todos los personajes de la novela, ninguno está en su hogar.
Eso es algo de lo que me di cuenta cuando terminé de escribir la novela. Todos los personaje decidieron en algún momento irse de su hogar, y en eso hay una idea de exilio amplia, una idea de desarraigo. ¿Por qué no están en su lugar? Hay algunos personajes que están más justificados que otros. El tucumano está en Heidelberg estudiando gracias a una beca que le otorgaron, pero para él es un triunfo extraordinario haber llegado allí porque viene de una familia muy humilde; la narradora está en una residencia de estudiantes pero no está estudiando, es una estafadora dentro de ese grupo de estudiantes; Mario es el personaje que está más adaptado a la ciudad porque hace muchos años que se estableció, pero llegó huyendo de Buenos Aires en la época de la dictadura; La señora Takahashi llega a Heidelberg para enterrar a su hija, pero en vez de hacerlo y volver, empieza a deambular por la ciudad. Así que todos se encuentran fuera de lugar. De pronto, por distintas razones, no pueden volver al lugar que les corresponde. Entonces uno se puede preguntar: ¿qué pasa con ese lugar?
Contaste en una entrevista que al principio la novela se llamaba como la ciudad donde transcurre, ya que pensás que la ciudad es la verdadera protagonista de la historia, ¿Por qué?
Porque para mí el lugar es el protagonista. Heidelberg tiene una de las universidades más antiguas de Europa y es una ciudad muy importante en la historia de la filosofía. Por lo tanto, es una ciudad universitaria, un lugar de paso para estudiantes y profesores que van a dar clase. La razón por la que la narradora vivió ahí cuando era chica es que su padre daba clases en la Universidad. Ahora vuelve sin razón, solamente para reencontrar esa ciudad. Y a mí me parecía que justamente el espacio, Heidelberg, significaba más que el nombre de la ciudad: significaba ese lugar de paso, ese lugar que queda entre paréntesis en la vida de la protagonista y me parecía fundamental. Después hubo razones editoriales por las que no llamarla a la novela “Heidelberg”.
Recién mencionaste el tema del exilio. Ese es uno de los temas sobre los que se vuelve muchas veces en la novela.
Sí, es un tema complicado. El exilio implica gente que tiene que irse de su lugar, que tiene que dejar a su familia y que provoca un gran sufrimiento. Creo que eso está trabajado en el personaje de Mario. Lo que la narradora tiene es un recuerdo infantil de esa situación. Nosotros no sabemos cómo la pasaron sus padres. Al volver a esos pensamientos de niña sabemos que ella estaba muy bien en ese lugar. Pero sus padres tuvieron que viajar allí involuntariamente, no fue un viaje elegido ni un viaje turístico. Tiene que ver con la imposibilidad de estar en el lugar de origen en ese momento. Y también tiene que ver con la huida. Lo que hace el personaje treinta años después es volver a huir, aunque las causas no sean políticas. Repite lo que hicieron los padres, pero en un momento histórico totalmente distinto y en una situación personal totalmente distinta.
Hay una presencia fantasmal que va recorriendo las páginas del libro, encarnada en la señora Takahashi y en la vidente, que le agrega un tinte fantástico al relato. ¿Fue algo premeditado?
Esa situación fue manifestándose primero con la aparición de la señora Takahashi. Cuando pude ver a ese personaje con claridad sabía que algo iba a pasar. En paralelo estaba sucediendo la historia del tucumano y de su hermana. Yo quería tener algún tipo de conexión con Tucumán, con el mundo del tucumano, aunque la novela siempre transcurriera en Heidelberg. Esta conexión la resolví a través de la comunicación que mantiene la narradora con la hermana del tucumano. Y de esta conexión surgió la vidente que me pareció una construcción que me permitía jugar con las triangulaciones de los personajes. Como decís vos, la señora Takahashi es un personaje híbrido entre un género más gótico, más de misterio, es el personaje más raro en ese sentido. Y el reflejo de la vidente en Tucumán también lo potenciaba de una forma que a mí me servía mucho para la historia.
Está escrita con un tono vertiginoso que obligan al lector a continuar leyendo para saber cómo se resolverán las distintas situaciones que va planteando la novela, ¿cómo lo trabajaste?
Mientras estaba escribiendo la novela hice una clínica de narrativa con Julián López y Selva Almada. Nos juntábamos una vez por semana y yo intentaba llevar a cada encuentro unas cuatro páginas que realmente contarán algo. Creo que ahí hay algo del ritmo que tiene la novela.
Carla Maliandi recomienda:
“Un disco que estoy escuchando mucho es Expansión, de un grupo de jazz marplatense llamado Los Ponis. Es un tipo de música que puedo escuchar mientras escribo, porque de alguna manera me acompaña en esa rara percepción del tiempo que se da en la escritura. Una canción que adoro es “Canto de ordeño” del músico venezolano Simón Díaz, escucharla es siempre un viaje alucinante”.