Mi cliente (Editores Argentinos), cuarta novela de Sofía González Bonorino, constituye un paso sólido dentro de la evolución narrativa de su obra. Libro que ofrece una lectura de un rigor fuera de lo habitual. Texto que nunca se vuelve sórdido, sino al contrario: se inclina hacia una intensidad lírica notable. Leemos en la contratapa: “Mi cliente es una novela, un diario, fragmentos borroneados rescatados del tacho de basura de un hotel. Escenas de lectura en las que el cuerpo y la escritura de los amantes prometen a la ficción algo que sólo la vida puede darles. Ella se entrega a un hombre distinto de los demás que, por efecto de un extraño pacto, la rescata de la pura apariencia”. Es un libro que formula una interrogación sobre la condición de la mujer, sobre el deseo, los imposibles impulsos de la carne y el drama del espíritu. Sus personajes son una puerta de entrada a esos cuestionamientos. Así, en Mi cliente, la escritura condensa un impulso –o destreza narrativa- en estado de gracia.
A.M:-Tu cuarta novela, se desprende de la “Trilogía del sur” constituida por Las cruces, La quema y El escritorio. Ha pasado casi una década desde tu última publicación. Temática y formalmente, ¿en qué se diferencia Mi cliente de tus libros anteriores?
S.G.B:-Escribo siempre sobre los mismos temas. Nunca encuentro lo que busco, esa palabra en la que todo se resuelve, sino otras, que quedan ahí y que me van dando una forma. En mis novelas vuelvo sobre ciertas obsesiones, abordo zonas de las cuales no termino nunca de salir y cuando lo hago, aparezco siempre desencontrada, siempre como habiendo perdido algo fundamental, que sólo a mí se me ha exigido en sacrificio. Y después de cada novela, esa insatisfacción, esas ansias de unidad, ese deseo loco, y la nueva novela que te ancla a la vida y te vuelve cuerdo. Respecto a la forma, se da en la escritura. Nunca de antemano. La forma no es algo que elegís, una entre otras igualmente posibles. La forma, me guste o no, ya está en el texto que quiero escribir, enredada a las palabras, columna vertebral del libro que va a surgir. No somos tan libres en ese sentido los escritores. Aunque es cierto que hay libertad también en la obediencia. Formalmente, Mi cliente se diferencia de las novelas anteriores por el uso del lenguaje y del tiempo.
-El tema del cuerpo es clave en tu obra. “Mi cuerpo –dice la protagonista- es lo único que tengo, lo único que, de mí, sé con seguridad que existe”.
-El cuerpo, inasible a pesar de su materialidad, aparece como pregunta en todas mis novelas. Una porción del alma, lo definía William Blake. En Mi cliente, el personaje se entrega a al cuerpo como se entregaría una mística al Dios que la flagela. El cuerpo como padecimiento. El cuerpo, también, como destino. Algo alrededor de lo cual ella da vueltas, y que para el personaje, incapaz de sostenerse en su propia subjetividad, es lo único cierto. Fatalidad de órganos, sangre, silencio. La narradora se busca en vano, más allá de los límites de la carne.
-Hay un trabajo en torno a los mecanismos de la memoria, también. Esa dinámica entre recuerdo e imaginación frente al tedio, el hastío.
-Para la narradora de Mi cliente, el cuerpo es una prisión. Con sus límites implacables y sus recovecos por los que permite una salida momentánea. La palabra viene a quebrar el tedio, de una monotonía desoladora, esa pobreza de ciclos biológicos y repeticiones. El dolor desarma la obstinación embrutecida de la carne que no logra dejarse marcar ni atrapar por la palabra. Mi personaje es una mujer frígida que se dedica al intercambio sexual. El cliente, un escritor que de pronto aparece en su vida, entregado a un solo deseo: poseerla, del modo único en que él puede hacerlo: escribiéndola. Y de eso se tratan sus visitas. Hacerla existir. Darle un nombre. Él es impotente. No puede penetrar el cuerpo de esa mujer, atravesarlo como se atraviesa un pantano, un bosque nocturno. Esa impotencia suya le permite ser libre, romper con la naturaleza, y poseer a la mujer por medio de otro instrumento, el suyo verdadero, la palabra. Ella, seducida, se abre al deseo por primera vez. El erotismo los toma. Él le promete una historia, su historia, la que ella nunca pudo construir. Y esta promesa explica el libro. Al punto que no sabemos realmente quién escribe este relato en primera persona. Si ella, que habla. O él, que, al escribirla, la habla.
-La protagonista es un “yo” sin mañana, que se aferra a lo indefinido convirtiendo todo en tensión, letanía y soliloquio del vacío. ¿Cuáles fueron los elementos que más te atrajeron de esa mujer que llega a afirmar: “no se puede ser madre y mujer al mismo tiempo”?
-Su falta de prejuicios. Su honestidad, hasta para reconocer su falta de honestidad. Su manera de padecer la existencia. Ella siente de un modo “carnal” sus penas. El personaje de Mi cliente nunca leyó un libro en su vida, es una mujer muy hermosa con un cuerpo deslumbrante, no tiene nombre – no se dice cómo se llama- y está todo el tiempo sumergida en una especie de atontamiento aterrado, como alguien que estuviese pendiente del latido de su corazón. Esto no aparece en la novela pero es algo que se me ocurre ahora. El latido sordo de nuestro corazón que el común de nosotros ignoramos. Porque si pensamos que el corazón late por cuenta propia y que así como late puede dejar de latir, no podríamos vivir, ¿no? A cada momento nos sorprenderíamos pensando: ¿Late o no late?… Que no pare por favor… Y, al fin, nos resignaríamos por agotamiento: Que sea lo que Dios quiera… Ella, mi personaje, es como si nunca pudiese dejar de escuchar ese latido. Vive en el infierno.
-Como hacedora de la historia, Sofía. ¿Qué pensás que testimonia Mi cliente?
-Ante todo, la imposibilidad del encuentro amoroso, que se da en todas mis novelas. La/las protagonistas se preguntan sobre su propia existencia. Y también sobre su “ser” femenino. En Mi cliente, la mujer frígida se vuelve prostituta. Ella encuentra cierta liberación en el uso ascético y utilitario que le da a su cuerpo. Vacío de interioridad, se puede objetivar. Y al objetivarse, es de cualquiera. El cuerpo, eso de mí que no me pertenece. Ella siente terror de su cuerpo, que a pesar de ser su único aliado, le juega muy malas pasadas. A través de él, se instala en el afuera, en el mecanismo social del intercambio. Es buena en su trabajo. Gana plata. Y el dinero le permite ser parte del mundo, de esa realidad creada por los otros. La protagonista adquiere ella misma realidad. La prostitución, el uso del cuerpo para adquirir dinero, a ella le permite mantenerse con vida y formar parte de la sociedad. El personaje de mi novela no puede romper la imagen de sí que la aprisiona y la vuelve una extraña para sí misma. La novela muestra la imposibilidad de acceder al hombre, a lo diferente. La imposibilidad de ser mujer. Porque para ella, ser mujer es ser para el hombre. Ese hombre, por otro lado, inexistente, ya que la narradora no logra salir del encierro y del autoerotismo. Hay, en ella, una pregunta por lo femenino. ¿Qué es eso? ¿Tiene que ver con ser mujer? Pero, ¿existe la mujer o es un invento? Ser mujer es simplemente vestirse de mujer, decía Copi. La narradora de Mi cliente afirma, como él, que ser mujer es parecerlo. Para ella, ser madre no tiene nada que ver con ser mujer. La capacidad de reproducirse está dada por la Naturaleza. Pero ser mujer, ¿qué cosa será eso? Entonces, ella, de nuevo, apela al cuerpo. Ninguna va a ser más mujer que yo, con mi metro ochenta, este pelo enceguecedor, estas piernas interminables, etc. etc. Ella piensa como muchas mujeres, o como puede pensar un travesti. Mi personaje jamás deseó a ningún hombre. Sólo desea el deseo que despierta en el otro. Entonces: en la novela se da un encuentro, el primero de su vida, con un hombre.
-¿Vivís el ejercicio de la escritura como una suerte de ascesis?
-Uno no es el mismo después de cada libro. Quién sabe qué cosas pasan en el cuerpo. Quizá, cuerpo y alma se fusionen en el proceso de la escritura. O se descubran lo mismo. Y ese dualismo que, viniendo de la tradición platónica-cristiana, tanto hace padecer, se resuelva, aunque fuese por un instante. Creo como Proust que la escritura es un trabajo de geólogo. Atravesar ese lugar adonde la palabra no llegó todavía, y que nos espera, para abrirnos sus profundidades ricas en especies, a nosotros, sedientos y arriesgados cazadores. Somos ejecutores de lo que Dios se olvidó de ejecutar. Damos un nombre a lo que nunca ha sido nombrado antes. Eso para mí es un escritor.
-Sofía, ¿de qué está hecha la materia de tu literatura?
-Mi escritura, como la de cualquier escritor, está hecha de la misma materia que la vida. Si no escribís, no vivís. O sí: vivís una vida donde nada tiene realidad, porque la realidad que está afuera, tan legible para todos, a vos no te alcanza. La vida es la escritura. No es válida para mí esa diferencia entre vida y escritura que a veces se plantea. Sí entre mundo y escritura. Estar en el mundo, participar de la vida en sociedad, para mí es no estar más que fragmentada. O con esa sensación de habitar una realidad que se desvanece constantemente, siempre imposibilitada de jugar ciertos juegos imprescindibles.
-Sé que leés cantidad de libros, y seguís muy de cerca también a los autores extranjeros. ¿Existe una escritura ideal a la que aspirás?
-Hay muchísimos libros que no leí, que es lo mismo que decir que leí muy pocos libros. Creo que cada autor es único, y de algún modo extranjero. La literatura, para mí, no tiene nacionalidad. Tampoco pertenece a categorías de tiempo convencionales. Los escritores que amamos son nuestros verdaderos contemporáneos. Esto ya es un lugar común, pero es cierto. Nos sentimos exaltados frente a ciertas escrituras. Nos sentimos inmortales, como cuando amamos. Leo autores del siglo XIX o principios del XX sabiendo realmente que están vivos porque me hacen sentir un montón de cosas… No, no aspiro a ninguna escritura ideal. Aspiro a una escritura libre, libre de impostura.
-¿Se escribe para todo el mundo o para nadie en particular?, ¿por qué?
– Se escribe para existir. Los demás no tienen nada que ver en esto. Se escribe para otro, sí. Pero no sabemos quién. No para el prójimo. Ese que tiene un rostro, como dice Levinas. El escritor tiene que ser libre hasta de la necesidad. A eso se refería Conrad cuando dijo: “I have no need to write this book”. El libro se publica y sigue su recorrido. Y en el fondo uno no tiene nada que ver con todo eso. En La nube del no-saber, ese anónimo inglés del s. XIV se lee: “La vida activa es de tal naturaleza que comienza y termina en la tierra. La contemplativa, sin embargo, puede ciertamente comenzar en la tierra pero continuará sin fin en la eternidad”. Sólo el amor puede alcanzar a Dios, nunca el conocimiento. El arte para mí tiene que ver con esto. No sé para quién escribo. Pero seguramente para alguien que no es de este mundo.
-Hablemos del fraseo de tu prosa. En tiempos de Voltaire, cada uno intentaba escribir como todo el mundo; pero todo el mundo escribía perfectamente. ¿Hoy, el escritor quiere tener un estilo propio, individualizarse por medio de la expresión?, en otras palabras, ¿el acento de una idea vale más que una idea?
-No hay una manera “correcta” de escribir. El estilo es la visión, decía Proust. Tener un estilo propio no es algo que uno decida. Existe algo que es la ética del escritor y que es el gran problema, el único verdadero problema. Si un escritor escribe lo que tiene que escribir, siempre va a crear algo diferente. El escritor necesita valentía, enfrentarse a su verdad, a la verdad de lo que quiere escribir. No adornar nada, no cerrar la cosa, no refugiarse en soluciones hechas por otros ni en lo que está bien visto. Cada libro exige una prosa, un lenguaje, aunque no nos guste. Buscar lo nuevo es una estupidez. Lo nuevo, lo original está en uno si tenemos la fuerza, la capacidad de sacrificio. Sacrificar nuestras ilusiones, nuestros monstruos sagrados, en el altar de la verdad. Hay que leer las cartas de Flaubert a Louise Colet para comprender el acto de escribir. Yo, que tiendo a la autocompasión, recurro a ellas cada vez que quiero ponerme en caja. Hoy en día abundan talleres de escritura. Creo que escribir, entendiendo escribir como escribir literatura, no se aprende con técnicas. El trabajo del escritor es consigo mismo. Por eso sí recomiendo los talleres en donde el que enseña es un maestro en el sentido del seductor de Kierkegaard. Alguien que transmite lo que el otro ya sabe sin saberlo. A la manera socrática. Lo único que el otro puede aprender es lo que ya está dentro de él. La obsecuencia, las ilusiones, las comodidades intelectuales, la estética, las creencias: grandes enemigos del escritor.
-Una pregunta indiscreta. Si bien decís que sos una narradora, tus primeros dos libros, aparecidos en los años ochenta, entiendo que fueron poemarios. Hay motivos por los que podríamos llegar a creer que la poesía se asoma en tu narrativa. En la cadencia de las oraciones, su respiración; en el uso sutil de ciertas metáforas… ¿Rehuís del lirismo cuando escribís?, ¿del pathos?
-Publiqué esos libros de poemas cuando era muy chica. No volví a escribir poesía. Intento no escapar de nada a la hora de escribir. Cada libro tiene sus propias exigencias. Me someto y obedezco. Como el genio de la lámpara.
-¿Y de lo cómico? ¿Hay que aspirar a la sonrisa del lector?
-Justo estoy releyendo a Gogol y me río tanto, me río a las carcajadas con él, es un placer total… Es tan gracioso, original y disparatado. No digo nada nuevo, imaginate los años que tiene Gogol. Pero es nuevo para mí, cada vez que lo leo. Al mismo tiempo tiene una dureza, una cosa implacable al desnudar nuestra miseria… ¡Qué más quisiera que divertirme cuando escribo! Pero uno no puede hacer nada. No puede proponerse este tipo de cosas. Como no podés proponerte amar a alguien sólo porque te convenga.
-Resulta curioso que una obra narrativa tan sólida y con admiradores como Luis Chitarroni, Laura Estrin, Luis Thonis, Liliana Guaragno -fíjate qué nombres-, tus libros han tenido una acogida tan tibia en la prensa. ¿Buscás esa distancia, es intencional?
-¡No, para nada! Me encantaría que Mi cliente estuviera en todas las portadas de todos los diarios del mundo. Que el libro circule es lo mejor que le puede pasar a un libro. Por eso es tan importante publicar. Ni idea cómo se hace para que la prensa te dé un espacio. Tal vez haya que desearlo mucho. Supongo que esas cosas suceden naturalmente, quiero decir, quizá sea una cuestión de destino. Hay fracasos buscados y fracasos que te sorprenden, como un manotazo de Dios contra tus espaldas. Me viene a la cabeza un texto de Correas sobre Kafka que habla de esto, es muy interesante. Es un misterio por qué un libro es recibido con interés, y otro es ignorado. Quizá tenga que ver la moda, o el momento en que cada libro se publica, o simplemente el azar. Escribir un libro es enormemente difícil. Un trabajo que se hace en contra del mundo y sus exigencias. Y muchas veces en contra de uno mismo. Si entendemos por “uno mismo” eso que ya está constituido. Eso en lo que uno se reconoce. Escribir es dejar el terreno de lo conocido, con todo lo que eso implica. Después, uno puede tratar de acomodarse a ese afuera, en pos de la supervivencia de ese libro, o no. Quizá la vida se va demasiado rápidamente como para usar el tiempo en ser aceptado, intentando entrar no se sabe bien adónde… Pero ese otro para el que uno escribe, aunque es nadie, siempre existe. Siempre está. Aunque no te lean.
-Por cierto, ¿solés leer cuando te encontrás escribiendo, o corrigiendo?
-No. Cuando escribo, me resisto a leer literatura. Hay algo, como una música que se gesta en vos cuando escribís, y leer es abrirte a otras músicas. Cuando corrijo, en cambio, puedo leer sin problemas.
-Hablame de tu próxima novela. Sé que te entusiasma y que se encuentra en pleno proceso de escritura.
-Me entusiasma muchísimo porque es diferente a las otras, muy, pero muy diferente. Nunca se sabe si la escritura llegará a su fin. No sé hasta dónde doy, de qué soy capaz o no. Tengo inseguridades, dudas tremendas a veces, porque nunca sé hacia dónde estoy yendo.
-¿Se puede pensar en vivir sin leer y escribir?
-Sí, claro. Pero sería una vida desperdiciada para alguien que es escritor. Reynaldo Arenas decía que el alma muere antes que el cuerpo. Y es que se puede uno cansar. Tirar la toalla, como se dice. Y puede uno empezar a mirar miniseries de éxito, o viajar al mar a “descansar” en las vacaciones, participar en congresos literarios, hacer viajes turísticos, y esas cosas del mundo que a uno, lo único que hacen es distraerlo, mitigar el dolor de existir, sin elaborar nada. Como autómatas. Una vida que te aliena, que te mata. Se puede vivir como la mayoría. Pero lo que para otros sería estar vivos, para un escritor sería la aniquilación.
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Sobre el autor: Augusto Munaro es escritor. Su página web es augustomunaro.com.