“La muerte de la polilla“, relato que abre el libro, es más que una sencilla anécdota de la cotidianidad, porque gracias al trazo de Virginia Woolf, ese trazo persistente sobre los desvaríos de la naturaleza, logra convertir una situación mínima en una posición filosófica, en una metáfora, y también en la búsqueda de la perfección gramatical. Tres obsesiones que delinean el mapa de la obra de Woolf, probablemente por esto en “La muerte de la polilla” se encuentra la síntesis más acabada de su literatura.
Compilado de forma póstuma por Leonard Woolf, su esposo, los textos van desplegándose entre críticas y comentarios sobre la sociedad de su época y actividades absurdas como la incesante búsqueda de un lápiz por las calles de Londres.
Lo que no impide dejar espacio y tiempo para reflexiones más densas:
“Vemos vidrieras de tiendas encendidas; y mujeres que miran; mujeres pintadas; mujeres bien vestidas; mujeres de labios color carmín y uñas carmesí. Son esclavas que intentan esclavizar. Si pudiéramos liberarnos de la esclavitud, liberaríamos a los hombres de la tiranía. El alimento de los Hitler son los esclavos.” (Pensamientos de paz durante un combate aéreo)
Acechada por las voces en su cabeza, el 28 de marzo de 1941 la escritora se suicidó arrojándose a las aguas del río Ouse.
Entre sus cosas había dejado dos cartas de despedida, una para Leonard donde le confiesa: “Si alguien podía salvarme, hubieras sido tú. No queda nada en mi más que la certidumbre de tu bondad”; y otra para su hermana Vanessa, donde da cuenta de su rendición: “He luchado contra esto, pero ya no puedo más. Virginia”
La muerte de la polilla y otros ensayos
Virginia Woolf
La bestia equilátera, 2012