En 1994, el sello discográfico Perro Andaluz decidió editar un cassette con doce canciones de bandas que por aquel entonces tocaban en los mismos boliches y escenarios: Buenos Muchachos, Trotsky Vengarán, La Hermana Menor, Chicos Eléctricos, Neanderthal y Cadáveres Ilustres.
Ángel Atienza -un empleado bancario que en sus horas libres tenía un sello discográfico- y Gerardo Michelin –uno de los impulsores de la revista subterránea G.A.S y mánager de Los Estómagos a finales de los 80- fueron los que tuvieron la iniciativa de armar este compilado titulado Las criaturas del pantano. La tirada fue de 500 ejemplares y se agotó. La presentación de aquel casete -que hoy es objeto de colección- fue con un recital en el pub Amarillo el que tocaron todos estos grupos.
A treinta años de su edición, poco se sabía sobre aquel casete que reunía a seis grupos de los años 90. Un libro con el mismo título -publicado en Uruguay en septiembre de 2024 por la editorial Ediciones B- trata sobre la realización de aquella ensalada de rock uruguayo y la historia de las bandas que la integraron, en una narración coral que articula decenas de testimonios. El periodista Nelson Barceló dio voz a los miembros de los grupos que tenían como epicentro al pub Juntacadáveres, a otros actores de dicha escena y a nuevas generaciones de músicos e incluso periodistas que recibieron aquella influencia y la resignificaron.
En su libro, Barceló reconstruye un rompecabezas que arrojará una imagen muy valiosa a quienes quieran informarse sobre la historia del rock en Uruguay. Estas páginas muestran la efervescencia de un movimiento cultural que explotaba en el Montevideo subterráneo y que terminó por proyectarse, sin desearlo, a un futuro.
Algunas de las bandas que fueron editadas en aquel casete de culto se sostuvieron en el tiempo, como La Hermana Menor con sus distintas formaciones, o incluso los Buenos Muchachos y Trotsky llegaron al mainstream, pero la mayoría de los proyectos musicales que integran Las criaturas del pantano quedaron perdidos en el tiempo. El libro de Barceló hace justicia con aquella movida y permite medir el impacto que tuvo aquel eslabón para las generaciones posteriores.
Cada capítulo del libro Las criaturas del pantano: El ruido y la furia de los 90 está precedido por un texto firmado por algún artista o periodista: Beto Quintans -uno de los propietarios del pub Juntacadáveres-, el director de cine Manolo Nieto y la periodista Belén Fourment, entre otros. Estos ensayos brindan contexto, aportan información extra filtrada por experiencias personales y profundos análisis críticos de la música que integró aquel casete que pasaría a la historia. El libro incluye testimonios de personajes que fueron fundamentales para la consolidación de aquella escena, como el mítico cantautor Andy Adler, y hacen que valga la pena aventurarse en su lectura.
Nelson Barceló es licenciado en Comunicación, trabaja en prensa, radio, televisión y cine documental desde fines de los años 90. Escribe en La Diaria y realiza el podcast “Isla de Encanta”. Fruto de las sesiones musicales ocurridas allí, ha editado dos álbumes en formato vinilo y digital, para los que colaboró con la producción artística. Además, es autor de los libros Uno diferente: La vida de Alberto Restuccia y Rengos con Nike: Conversaciones con Pedro Dalton y los Buenos Muchachos”.
En conversación con Indie Hoy, Barceló habló sobre la importancia de esta generación fermental para la música uruguaya, acerca del proceso de escribir este libro y varios otros temas asociados al rock de su país.
Si tuvieras que resumir el libro que hiciste para alguien muy joven que nunca escuchó nada del tema… ¿cómo lo harías? ¿Qué le dirías sobre las bandas que integraron el casete? ¿Cómo le explicarías lo que fue el pub Juntacadáveres?
El libro trata sobre un compilado de seis bandas uruguayas de los años 90, con doce canciones y ningún hit, que es un hito en la música uruguaya, producto del retrato de época, su estética disruptiva y la influencia sobre otras generaciones que comparten su sensibilidad o sonido estridente. Es un lado salvaje del rock uruguayo que fue eclipsado por la visibilidad que alcanzaron los grupos posdictadura y la línea más “alterlatina” de la segunda parte de los 90. Y Juntacadáveres fue un nodo de artistas emergentes que facilitó la interdisciplinaridad conectando fotógrafos, músicos, poetas y actores.
¿Cómo surgió la idea de hacer este libro?
Fue mi curiosidad sobre la realización del cassette y el gusto por sus bandas. La primera vez que lo escuché conocía algo de Chicos Eléctricos y Cadáveres Ilustres, pero no mucho más. Había visto un clip de Trotsky Vengarán en Ruta 66, el programa de Carbone, pero ellos eran aún más recientes. Me sorprendió el sonido general que era inaudito respecto a lo que había escuchado mayormente de rock uruguayo. La distorsión y cantar en inglés era lo más notable.
¿Cuál fue la dificultad mayor que enfrentaste a la hora de concretar el proyecto?
No fue simple coordinar varias entrevistas presenciales. Me recordó a aquel lugar común y cierto que dice que el mayor obstáculo para una banda es hacer congeniar las agendas de sus músicos. En otros casos, tampoco fue sencillo conseguir algunos testimonios, ni siquiera vía mail. A eso sumale que los recuerdos no siempre coinciden, menos aún en este libro donde más de 60 personas brindan su mirada acerca del compilado. Entonces, en los casos más delicados debía procurar indagar más en profundidad sobre esos datos, y por tanto reiniciar pesquisas con las mismas dificultades que las mencionadas. Todo esto a lo largo de los dos años que llevó hacer el libro.
¿Por qué elegiste la estructura coral para esta obra? ¿Conseguiste libros, material gráfico, videos y grabaciones?
Investigué en revistas y diarios de aquella época, fundamentalmente El País, Posdata, Tres y Brecha. No hay tanto material audiovisual y tampoco libros que traten sobre esta movida en particular, sí investigaciones más amplias sobre los años 90, como Mal de la cabeza de Gustavo Aguilera. Después hay publicaciones que abordan bandas puntuales de la segunda parte de esa década, pero constituyen una movida diferente, incluso en su visibilidad porque varias alcanzaron un destaque internacional. La estructura coral tiene que ver con que yo no estuve ahí pero ellos sí, entonces quise que la historia sea contada por sus protagonistas, y simultáneamente daba la posibilidad de reconstruir una época desde distintas perspectivas, muchas veces enfrentadas.
¿Tuviste alguna hipótesis como punto de partida?
No hubo hipótesis previa, solo una curiosidad que recién avanzado el libro comenzó a satisfacerse. Me sorprendió el desarrollo de una idea como la pensada por Gerardo Michelin, productor artístico del cassette, y aquella sociedad con Ángel Atienza, director del sello Perro Andaluz. Consistía en grabar a bandas representativas de una escena diferente a la que proponía el rock uruguayo, fabulando que se trataba del soundtrack de una película porno protagonizada por un actor carmelense. En lo económico, solventa la aventura con la venta de 500 casetes que venían con la entrada a la presentación, lo que te garantizaba también agotar los tickets del show y ese movimiento en la barra del boliche al que le servía esta propuesta, además de coincidir con la estética del pub Amarillo en cuanto a lo disruptivo del sonido de aquella camada. La creatividad del packaging y el comic pulp inmortalizado en la tapa del casete giraban alrededor del concepto “criaturas del pantano”, que es como se sentían estos músicos en aquel entonces. Además, existía cierta sintonía con la música que era tendencia en otros países y también generaban una movida en torno al ruido, como Seattle, Mánchester y Granada.
¿Recibiste alguna financiación para poder investigar? ¿Fue fácil conseguir una editorial para editarlo?
No recibí financiación y me resultó simple comunicar la idea al editor que aceptó de inmediato. Él tenía conocimiento de esos grupos y también de mi trabajo previo con Rengos con Nike. Conversaciones con Pedro Dalton y los Buenos Muchachos y Uno diferente sobre el actor Alberto Restuccia.
¿Con qué criterio seleccionaste a los participantes del libro que no son de las bandas del cassette? ¿Con qué criterio elegiste a los que escribieron los prólogos de cada capítulo?
La mayoría de los que no son músicos fueron convocados porque su nombre aparecía durante las entrevistas, o la bibliografía en la que indagué me llevaba a pensar en ellos. El criterio para seleccionar a quienes hicieron los prólogos fue a partir de mi conocimiento sobre el gusto de estas personas por tal o cual banda, y la curiosidad por saber qué escribirían sobre algo que nos interesaba a ellos y a mí. Por ejemplo: sabía que al cineasta Manolo Nieto le gustaba especialmente Buenos Muchachos, de hablarlo con él pero también por las bandas sonoras de sus películas. Aparte de eso suele dirigir escenas psicodélicas muy bien realizadas, que me recordaban a esa etapa lisérgica de Buenos Muchachos sobre la que trata este libro. También hay un componente de admiración y confianza en lo interesante del testimonio, desde el prólogo que escribe María José Santacreu, que además de ser la directora de Cinemateca, es una de las periodistas más interesantes de este país desde hace décadas.
¿Cuál es tu conexión personal con el cassette de Las criaturas del pantano? ¿Participaste de aquella presentación que se hizo en Amarillo?
Tenía 16 años cuando sucedió, por lo que a lo sumo esa noche habremos hecho puerta con amigos. Vivíamos en Capurro y tanto la Factoría como Amarillo eran los boliches más cercanos. Por temas de edad, falta de audacia y dinero, ni siquiera intentábamos colarnos así que pasábamos un rato en la puerta, por si nos cruzábamos con otra gente conocida en la misma situación.
¿Con cuál de estas bandas estabas más conectado?
En 1994 con ninguna en particular. Un par de años después sí: Buenos Muchachos y Chicos Eléctricos. Hay que recordar que por entonces la mitad de esos grupos estaban en un impasse. También iba a ver a Los Supersónicos que, si bien no están en la ensalada, son parte de esa generación. Tanto que hasta un par de músicos que participan del cassette pensaban que Supersónicos era uno de los grupos del compilado.
Venías de escribir Rengos con Nike, sobre los Buenos Muchachos. ¿Tuvo alguna influencia la relación cercana que tenés con Pedro Dalton y su hermano Orlando Fernández a través del programa Isla de Encanta que hacen juntos?
Fueron importantes sus testimonios, no solo acerca de sus bandas sino también de recuerdos que tenían vinculados con otros grupos, con quienes en algunos casos colaboraban. Pedro cantó en Neanderthal, sacó fotos para Chicos Eléctricos y Cadáveres Ilustres, conocía a Michelin y Tüssi de la revista “G.A.S”, y con Guillermo Peluffo trabajaban la puesta escénica de Los Estómagos. Se daban esas colaboraciones más allá de las tensiones que existían y los músicos cuentan en el libro. Además, tanto él como Orlando son dos eslabones entre la generación del 80 y la del 90. Orlando arrancó a hacer música en aquella movida posdictadura, tocaba en Estados Alterados con Daniel Turcatti y Gusteka, que después formaron Neanderthal. Es de los fundadores de Cadáveres Ilustres, donde compartió una etapa con Gabriel Barbieri de Chicos Eléctricos, y ha colaborado con sus hermanos en Buenos Muchachos, a quienes llegó a hacerles sonido incluso.
Desde hace un tiempo se viene investigando sobre el principio de los 90: se editó un documental sobre el pub Amarillo, salió un libro sobre las revistas subtes de aquel momento y hay un segundo tomo en marcha, hay reediciones de discos fermentales de aquella época, y también se viene un libro sobre Juntacadáveres. ¿Cómo evaluás este momento en ese sentido? ¿Estarían faltando más libros, documentales e investigaciones al respecto?
Me parece importante que suceda en un país nostálgico pero sin el hábito de preservar archivos. Después que salió el libro, varios de sus protagonistas revisaron entre sus cassettes si encontraban viejas grabaciones para digitalizarlas o recortes de prensa vinculados a sus bandas en aquel entonces. Dados estos hallazgos de última hora y el material que ya tenía y por temas de espacio, no cabía en el libro, así que armé una exposición en el museo Gurvich donde hice una curaduría sobre memorabilia vinculada con aquellas bandas: canciones inéditas de puño y letra del autor, fotos, afiches, notas de prensa, instrumentos como la batería de Neanderthal, cartas de vecinos denunciando ruidos molestos originados en el apartamento de uno de los músicos, hasta vestimenta icónica de alguno de ellos, como la clásica campera de Tüssi. Me alegró saber que el libro motivó a alguna banda cuando menos a conversar sobre una posible reunión, o que despertó el interés de algunos sellos por reeditar aquellos discos y subirlos a plataformas. Recordemos que Las criaturas del pantano ni siquiera está disponible en Spotify.
¿Cuál dirías que es la parte más divertida y cuál la más triste del libro?
Lo más divertido es la intensidad con que vivían esa época. Por momentos el libro muta de musical a uno de acción y aventuras dada la hostilidad de aquella época, no solo de la policía sino también del público. Lo más triste es que la mayoría de esas bandas no lograron un desarrollo acorde a sus talentos, incluso en cuanto a grabaciones por la tecnología disponible a comienzos de los 90. Pienso que entre las bandas hay algunas subvaloradas y ni hablar de músicos. En el caso de Andy Adler, sus ediciones discográficas post mortem son fruto de esfuerzos aislados. Primero, Un adiós entre dos adioses fue editado gracias a que Ángel Atienza con algunos amigos de Andy unieron fuerzas para sacarlo en vinilo. Después Leonardo Peirano a través del sello Catalina Records editó un 7 pulgadas con temas de los Coronets Gold que fue otra de sus bandas. También hubo autoboicot en algunos músicos durante aquella época, pienso en que a Buenos Muchachos le llevó 5 años sacar su primer material y Nico Barcia les decía: “¿están esperando componer la obra maestra?”. O más cerca en el tiempo, uno de los motivos que demoró la salida de Un adiós… fue que faltaba terminar el arte que Andy imaginó parodiando al disco de Julio Iglesias sentado en el sillón de mimbre, pero emulando a un rockero millonario y en decadencia, acompañado por dos mujeres desnudas y un tigre que se iba de presupuesto.
¿Qué devoluciones has tenido de la gente?
Por el lado de los músicos, hay quienes redimensionan aquella movida y otros se sorprenden de enterarse 30 años después de lo que pensaban sus colegas acerca de sus bandas e integrantes. Por el lado de los “no músicos”, llamó la atención cierta sinceridad para hablar sobre las rivalidades, el desborde del público, los problemas con la policía, las diferencias entre los sellos y hasta los estados alterados que cuentan sus protagonistas en el libro.
¿Cuál era el público objetivo del libro y quiénes lo están leyendo en los hechos?
Más allá de lo esperable que es pensar como público objetivo a “las criaturas”, sus allegados y fans, se hace difícil ubicar el target al que está orientado un libro sobre esta extrañeza de cassette descatalogado, que ni siquiera está en las plataformas, salvo por algunos fans que lo ripearon para subirlo a YouTube. Esto último también colabora con esa mística en torno a un casete del que ahora mismo solo hay disponible un ejemplar en la web y sale alrededor de 100 dólares.
¿Cuál fue el entrevistado más complejo? ¿Hubo gente con la que quisiste hablar que no haya querido brindar su testimonio?
Me sucedió con varias personas que les costaba emocionalmente hacer memoria y conversar sobre esa época, en especial aquellas ligadas a músicos que fallecieron, por tanto recordar y salir ilesos de esa emoción no es simple. También me pasó con alguien que cantaba en una de las bandas habitués de Juntacadáveres que cambió su vida, está radicada en el interior y prefirió no hablar de aquellos años. Para algunos fue su Vietnam privado con olor a napalm por las mañanas.
Muchos de tus entrevistados dicen que en aquel entonces había mucha competencia entre las bandas, ¿opinás lo mismo? ¿Sigue siendo así?
La mayoría de los músicos recuerda esa competencia artística, pero también colaboraban entre sí. Claro que las afinidades no eran las mismas en todos los casos. Ahora hay una colaboración explícita entre la escena indie, pero también tenés excepciones como en cualquier actividad colectiva.
¿Hay algún motivo por el cual no entrevistaste a los actores de la movida de fines de los 80 como Juan Casanova, Gabriel Peluffo y Parodi?
Es un libro sobre esos primeros años 90 y a su vez gran parte de los músicos que participaban de las bandas de esos años venían tocando desde los 80, siendo público o colaborando con ellas. Me pareció que estaba cubierta esa perspectiva sobre aquel rock posdictadura.
¿Cómo ves la movida actual de la música uruguaya? ¿Ves que haya alguna generación de músicos con la potencia de aquella? ¿Considerás que hay algo equivalente a Juntacadáveres?
Equivalente no porque debería implicar distintas disciplinas en el mismo espacio, además de conjugar a una camada de artistas concreta, iconoclasta y durante una época menos perseguida en cuanto a lo artístico. Gran parte de las actuaciones que ves en el documental de Amarillo que sucedieron hace 30 años parecen impensables en este presente. En Juntacadáveres, se daban cruces entre disciplinas que originaban grupos efímeros como Imprenta de Biblias con el poeta Gustavo Martínez, el artista visual Gustavo Tabáres, Hugo Angelelli en percusión, más Andy Adler actuando y tocando la guitarra. Bandas sub 40 hay unas cuantas que vienen demostrando sus virtudes, pienso en Alucinaciones en Familia, Flor Sakeo, Julen, Las Cobras, Los Nuevos Creyentes, Mux…
¿Qué reflexión personal o insight tuviste luego de que el libro se publicó?
Algunas entrevistas me llevaron al ejercicio de imaginación sobre cuánto hubiese cambiado la historia de esas bandas con otra promoción, acá y afuera. Eso te lleva a recordar que durante esos primeros años noventa, la tendencia era el grunge y estaba amplificado por aquella MTV tal como la conocimos cuando desembarcó en Latinoamérica. Aunque las del compilado no fuesen bandas de género, en todas había una apuesta por la distorsión. Chicos Eléctricos, Buenos Muchachos y Neanderthal se acercaban al estilo, influenciados por Mudhoney, Nirvana, Sonic Youth y Pixies. Eran grupos con mucho potencial que rara vez pudieron reflejarlo en sus grabaciones. También me quedé pensando en que este libro traza cierta cartografía del arte emergente en Uruguay durante los años 90: Rogelio Osorio en fotografía y dibujo, María Dodera o Suárez & Troncoso en teatro, Ricardo Henry en literatura, quien simultáneamente fue un notable dealer de música para esta generación a través de la disquería Rarities. Incluso años después la productora Control Zeta en cine, todos tuvieron vínculo con aquella movida pequeña, pero con tantos lazos que excedían lo musical, varios se desempeñan hasta hoy en otras artes, fundamentalmente las visuales.
¿Podrías recomendar tus cinco libros favoritos sobre música uruguaya?
El montevideano de Milita Alfaro sobre Jaime Roos, De las cuevas al Solís de Fernando Peláez, Tango que me hiciste mal de Gabriel Peveroni, Paracetamol de Fermín Solana, y la primera edición de Mateo y Trasante de Daniel Figares, que tiene formato apaisado como los libros de arte y además de las narraciones cuenta con imágenes maravillosas.
Las criaturas del pantano: El ruido y la furia de los 90 está disponible en librerías.