Lorena Curruhinca nació en Viedma, Río Negro, pero le gusta decir que en realidad es de Carmen de Patagones, o sea, maragata, porque ahí es donde vivió siempre, donde se crió. Así que sería más bien alguien de la comarca si se quiere.
¿Cómo fue tu infancia?
No voy a ser muy original en decir que fue muy linda, al menos ese es mi recuerdo. Con muchísimo amor y con toda la posibilidad que tenía un lugar como Patagones, que si bien es una ciudad no deja de tener todos los componentes de pueblo, así que además de idealizar mi infancia puedo pensar que sí tuvo mucho de bucólica, de sentir que no pasaban muchas cosas, con silencios, con mucho espacio, yendo al río, con mucho contacto físico. Con una mamá y un papá que laburaban un montón pero que nos llevaban a todos lados con ellos y trataban de que mis hermanos y yo fuéramos felices.
¿Hay algo del juego en tu niñez ligado a la poesia?
Un montón, creo. Desde varios aspectos o sentidos. El más evidente tal vez estaría ligado a un modo de ser o entender las cosas que se inauguró tempranamente en mí, en donde mi mamá y Patagones fueron determinantes: que me enseñaran a leer temprano y cierto ambiente al que necesito volver o sentir para comprender o para mirar desde ahí.
¿Por qué Colectivo Semilla?
Hace mucho conocimos a la poeta Natalia Molina, bahiense que vive en Sierra de la Ventana y ella estaba hablando de algún movimiento político o de alguna organización barrial, no podría precisar, pero entre tantas cosas que queríamos aprender de ella y todo esa energía que ella traía nos quedó la palabra colectivo como modo de organización, era nuevo eso como término, no en cuanto a lo que implicaba, pero sí en cuanto a denominación, como que la flasheamos con la idea de que sea mucho y semilla porque en ese momento yo estaba fascinada con la idea de la posibilidad de latencia que tienen, cierto estado de preparación si se quiere, de espera.
¿Cuándo comenzó y qué publicaron?
En realidad, primero fue parte de una revista que hacíamos, Esto no es una revista literaria; el primer número salió en el 2008 y cada número –esa era nuestra propuesta—traía tres plaquetitas de poesía donde nos publicamos nosotros (Gerónimo Unibaso y yo) y a un amigo, Fernando Luciani. Editamos trece números en total, cada número venía con distintas plaquettes, con distintos poemarios. Desde el inicio sabíamos que queríamos hacer una editorial de poesía, entonces ese impulso que se dio con la revista se convirtió en un libro físico en el 2010, en el que editamos una antología de poetas jóvenes de Bahía.
Bahia Blanca, ¿ciudad de poetas?
Eso se dice, ¿no? Está el chiste de que es la ciudad con más poetas por metros cuadrados de todas. Sí es verdad que hay muchas personas escribiendo y haciendo un montón de movida respecto o alrededor de la poesía; es casi estructural. Y después al pensar en los nombres que salen de acá, decís, pero más vale, Roberta Iannamico es bahiense, Mario Ortiz es bahiense, los mateístas.
¿Guarda algún secreto poético la ciudad?
Me encantaría saberlo, ja, pero si tuviera que hipotetizar acerca de por qué hay tanta producción poética podría ir por varias puntas. Lo editorial sería algo. Acá hace más de 20 años está VOX, con Gustavo López a la cabeza que tienen una visión increíble del oficio editorial y la gestión cultural, después claro pensar todas las condiciones sociales, políticas, económicas y se hacen un poco más explicable ciertos fenómenos de producción, o también sirve para deshacer la idea de Bahía facha, porque con esa etiqueta cómo explicás tanta poesía, tanto discurso repensando todo todo el tiempo. Si hay un secreto no sé, pero lo que más me gusta a mí de Bahía es la capacidad de armar cosas entre muchxs siempre, que no sea solo el texto como material, sino ponerlo a circular, casi de cuerpo a cuerpo.
¿Qué proyectos tiene Colectivo Semilla para el 2018?
En lo pronto, sacar libros que tenemos atrasados desde el año pasado de Pablo Queralt y Augusto Munaro. Antes de mitad de año presentar el libro de Nicolás Guglielmetti, Cruzar el desierto, que nos entusiasma mucho porque además de ser un gestor cultural que admiramos y respetamos es un gran escritor, súper inquieto en los discursos que hacen y dicen Bahía Blanca, que interpela desde el presente. También editar pronto al chileno David Bustos.
Contanos de la feria de editoriales autogestionadas (a.k.a. F.E.A.).
Se realiza hace diez años, este sería la onceava edición. Es muchísimo. Es un espacio que pensamos y repensamos todo el tiempo, nos excede y está buenísimo que así sea. En el principio fue la típica de tener un espacio donde pudiesen estar ediciones como las nuestras, chiquitas, que accedieran a lectorxs que de otra manera no podían acceder, después se fue complejizando, hubo una realidad política que permitió que pasase así también, los últimos dos años ya fueron complicados, casi que hubo que hacerla con poquísimo, pero la idea fue un lugar que habilitase un modo de encuentro entre ediciones autogestionadas con un público posible.
Como es habitual en esta sección, les preguntamos a las editoras qué canción las representa. ¿Tenés alguna?
No quisiera que me represente una canción, pienso, porque la gran parte del tiempo soy una obsesiva que lucha para ser más relajada, así que desearía ser algo que me enajenase un poco, donde haya que bailar, algo como la banda de sonido de películas que vi en mi infancia, como las de monjas de Whoopi Goldberg. Hay una canción en específico, “Oh Happy Day“, bien de coro góspel, híper rítmica, con un montón de momentos, pero con una cadencia que te hace querer ser parte de ese coro, algo así quisiera ser.
Hay un poema tuyo que me encanta que habla de una playlist, ¿lo podemos compartir?
Nati Canova leyó una vez en la biblioteca de Sixto Laspiur un poema en donde decía que había que temer más a que exploten los que estamos adentro.
La música triste que escucho
no te gusta tanto
decís que te da tristeza
en realidad vos no decís así
pienso que en realidad necesitás imágenes
y ruidos
a mí me alcanza con esa musiquita del mundo que parece que nada
esa que parece que casi no hay más.
Puedo vivir así
como si el mundo fuera un apocalipsis
y tuviéramos solo una linterna eléctrica
como la que vimos en la ferretería
aerosol w40 para lo tieso
y una bolsa con rectángulos adhesivos
para que no golpeen las puertas contra las paredes
¿cuál sería tu playlist para los últimos días?
sería lindo título para película indie
me quedo flasheando con detalles así
tengo la intuición de que soy más como Will Smith
en soy leyenda
está solo solo
tiene un montón de saberes que ahora no sirven para nada
al final termina sobreviviendo algo que no se sabe si lo merecía
supongo que tengo esa idea de mí
que me voy a quedar hasta el final
porque es una especie de castigo
sobrevivir a todos los que querés
obvio
pero igual vuelve una certeza ideológica:
no quiero nunca la preservación.