Con El desapego es una manera de querernos (Literatura Random House), ejemplar colección de cuentos, Selva Almada, su autora, pone en evidencia, con una emoción siempre contenida y una inteligencia narrativa singular, toda la potencialidad de su mirada descriptiva. La antología reúne un arco de posibilidades de ficcionalizar, ensayadas entre los años 2004 y 2014. El resultado es grato, puesto que el lector tiene ante sí relatos de una narradora que se ha entregado a la literatura sin aspavientos, alejada de modas y todo tipo de experimentalismos al día.
Cronista, novelista, y cuentista, Almada es una de las narradoras más interesantes dentro de la nueva literatura argentina. Su modo de escribir (que no cabe en un molde uniforme) revela un mecanismo descriptivo autóctono: la convicción de que el sentido de nuestra realidad no se termina nunca de construir.
¿Por qué hiciste esta selección de cuentos? Me gustaría que cuentes tus motivaciones intelectuales. ¿Cómo llega una escritora como vos a constituir una producción cuentística como ésta?
– Empecé a escribir a los 20 años y empecé escribiendo cuentos. Excepto un fugaz paso por la poesía, siempre escribí relatos hasta El viento que arrasa, mi primera novela, escrita en el 2009. Así que tengo escritos muchísimos cuentos, sobre todo en la primera etapa de mi taller con Laiseca escribía un montón. Por supuesto la mayoría son ejercicios, cuentos que no publiqué en aquellos años y mucho menos publicaría ahora. Una buena parte de este libro contiene otro, publicado en el 2007, Una chica de provincia. Un libro que circuló bastante poco y que tenía ganas de reeditar. En un principio el proyecto era sólo reeditar ese libro, pero después, pensando y charlando con la editora, se nos ocurrió sumar otros cuentos que habían aparecido sueltos en revistas o antologías. Hice una selección de esos relatos dispersos, elegí aquellos que de algún modo tienen que ver con el universo de Una chica de provincia. Todos los relatos fueron revisados, aunque traté de no meter mucha mano: creo que esos cuentos que fueron escritos entre 2004 y 2014 dan cuenta del camino recorrido y para mí es importante que esas marcas, las de una escritora “en construcción”, permanezcan, que el lector pueda advertirlas si quiere.
Fue una idea admirable, porque hay algunos relatos que circularon muy poco por Argentina…
-Hay relatos que circularon muy poco porque se publicaron en editoriales pequeñas y pasaron inadvertidos. O uno que fue publicado en una antología chilena, entonces aquí tampoco circuló demasiado. Pero todos ya han sido publicados. Hay un solo relato que es una reescritura de uno anterior, de la serie de Una chica de provincia. Un cuento que narra el asesinato de Andrea, una de las historias que yo retomo en Chica muertas. Cuando hice la investigación de los casos, me di cuenta de que aquel relato tenía muchas inexactitudes y entonces, para esta edición, lo escribí incorporando los datos surgidos de la investigación. Y también le cambié el título.
¿Cuáles son los vínculos entre narración ficcional y política en tu literatura? Pienso, por ejemplo, en la despolitización de algunos autores argentinos que se niegan al mandato de la identidad política fuerte.
– Ninguna. Por lo menos no hay relación consciente o buscada. A mí la literatura que quiere dejar mensajes no me interesa. Tengo mi postura política, cualquiera puede rastrearla o conocerla fuera de mis libros de ficción. Está muy clara en Chicas muertas, porque no es una ficción; en entrevistas donde me preguntan sobre temas de actualidad política, pero no me interesa “decir algo” en mis cuentos o novelas. No tengo más para decir que contar las historias que imagino, esos universos, esos personajes. A todo lo demás lo digo en otros ámbitos.
Selva, ¿cómo pensás un cuento a diferencia de una novela?, me imagino que no pasa únicamente por un tema de extensión…
– En realidad escribí sólo dos novelas y muchísimos cuentos. De hecho mi primera novela iba a ser un cuento que se fue complicando, que fue yéndose para otros lados y entonces se me ocurrió que podía ser una novela, que estaba pidiendo pista… así que en ese caso fue la propia historia la que me dijo qué estructura necesitaba. La segunda, Ladrilleros, supe enseguida que iba a ser una novela porque lo que quería contar no se podía contar en pocas páginas. Pero ahora, por ejemplo, hace un montón que estoy con algo que pensé que era una novela, pero a medida que pasa el tiempo pienso que tal vez sea una nouvelle o un relato largo. Digamos que lo voy a ir viendo sobre la marcha. Yo confío mucho en eso, en que las cosas van apareciendo o se van aclarando en el transcurso mismo de la escritura.
El trasfondo de Entre Ríos se trasluce, a veces con mucha sutileza. Es decir, ese ritmo tan particular, rico en matices, que comparte alguien de provincia a la hora de narrar. ¿Sos muy consciente de tu mirada cuando escribís?
– Hace muchos años que empecé a escribir sobre el universo de la provincia… hay una búsqueda, una elección, un trabajo que me propongo y que tiene que ver con seguir explorando esas zonas, que son la periféricas: creo que hay una potencia narrativa tremenda allí, algo que no encuentro en las historias urbanas. Me pasa también como lectora: no me interesa la literatura urbana fuera de Carver o Cheever… ahora estoy leyendo una novela breve de Ana Paula Maia, una brasileña, y ese mundo, el de tierra adentro, es el que me interesa, el que me seduce de inmediato.
¿Tu biografía irrumpe en tu ficción?, en otras palabras, ¿existe algún resabio autobiográfico en esta compilación?
-Los relatos que conforman las primeras tres partes de este libro (Niños, Chicas lindas, y En famlia) son autobiográficos. Los dos primeros son mis memorias de infancia y el tercero son relatos que giran en torno al suicidio de mi tío. Estos están más atravesados por la ficción, pero siguen teniendo como eje un hecho de mi propia biografía y de la biografía de la familia. El resto de los relatos del libro son ficciones.
¿Con qué se encuentran los lectores en esta antología, Selva?
– Como te decía antes, con cuentos escritos en la última década. En la parte que se llama Relatos dispersos se van a encontrar con personajes y temáticas varias porque algunos fueron escritos por encargo, para antologías o revistas… hay dos cuentos de fútbol, por ejemplo.
¿Sentís particular predilección por alguno de ellos?
– A mí me gusta mucho El incendio, que es el cuento más nuevo del libro, lo escribí en 2014, pero lo había empezado y abandonado en el 2007 o 2008. La protagonista se llama Seda y es un personaje que a Laiseca le había gustado mucho, así que cada tanto me insistía para que lo retomara. Finalmente lo hice y los dos quedamos muy contentos.
A pesar de las enormes diferencias estilísticas entre ambos, ¿continuás pensando que tu maestro es Alberto Laiseca?
– Sí, claro, mi maestro es Laiseca. Cuando elegí un maestro, no lo hice porque quisiera escribir como él… ni siquiera lo había leído. Pero había algo en Laiseca que me produjo admiración de inmediato, la primera vez que lo vi supe que estaba ante alguien que iba a ser fundamental en mi vida… que solamente tenía que lograr que reparara en mí.
Pienso en un caso hipotético. De no haber leído a Flannery O´ Connor, ¿creés que tu literatura hubiese germinado de alguna otra forma?
– Flannery O´Connor es una de mis escritoras favoritas y aprendo mucho de sus relatos. Pero hay otros escritores que estuvieron conmigo desde el comienzo, que marcaron un rumbo en mi escritura mucho antes que ella. Horacio Quiroga, Daniel Moyano, Silvina Ocampo, Juan L. Ortíz… ellos estaban ahí antes que los norteamericanos.
¿Continuás trabajando en el proyecto sobre Zama?
-Sí, estoy trabajando en un libro de crónicas en torno al rodaje de Zama, la película de Lucrecia Martel.
Selva Almada – El desapego es nuestra manera de querernos
2015 – Literatura Random House