El resto de los días (Nudista), el primer libro de Natalia Ferreyra, reúne siete relatos a través de un estilo llano, sin estridencias, que recorren zonas complejas del alma humana. Una autora que muestra la capacidad de salirse de sus propios moldes realistas para forjar una mirada intimista, verdadera. Ferreyra sabe que para glosar verdades, sin contemplaciones, no necesita valerse de argumentos engorrosos. La escritora y realizadora cordobesa del documental La Hora del Lobo, habló con IndieHoy.
-Imagino que los motivos para realizar una película, como ha sido tu caso con el documental La Hora del Lobo, difieren con respecto a los deseos de escribir un libro de relatos. ¿Qué te atrajo de esta nueva experiencia como narradora?
-En realidad, la pregunta debería ser al revés: cómo se me ocurrió hacer una película si lo mío era escribir, ya que por cuestiones de tiempos editoriales trascendió primero la película y después el libro. Escribo desde hace mucho tiempo, desde chica. El resto de los días fue fruto de sentarme a terminar los relatos o borradores que escribía, armar un libro y publicar. Lo trabajé durante dos años, lo estaba terminando al momento de empezar el documental. El libro tuvo un tiempo de producción de 2 años y medio, más o menos, y la película de 4 meses. La escritura no es una ocurrencia en mi vida, todo lo contrario, me ha acompañado desde que tenía siete, ocho años. Era una forma de estar en el mundo y comunicarme. Después con los años, iba y volvía. A veces no todos podemos hacernos cargos de los deseos con tanta facilidad. El trabajo, las obligaciones, todo eso me distrajo durante mucho tiempo. Desde el 2011 empecé a escribir con más disciplina y dedicación. La hora del lobo fue una necesidad de hacer algo fruto de los tiempos que vivimos, unas ganas de exponer lo que se naturaliza, de girar la mirada hacia otro lado. Y por supuesto, retratarlo con el lenguaje audiovisual; pero vino después, mucho después de la literatura.
-¿Qué fue lo que te sedujo del género en cuanto a su forma?, ¿su brevedad?
-Cuando me siento a escribir tengo pistas de las historias, algunos trazos de los personajes. A partir de allí, dejo que sucedan las cosas. Hay una voz, por supuesto, que siempre trabajo y respeto, que intento mantener, pero nunca sé a dónde voy a llegar. Las historias que están en El resto de los días, son historias pequeñas, cotidianas y mi interés era mostrarlas así: en lo pequeño de las escenas, de los movimientos, de los gestos de los personajes y las acciones. Cómo en lo micro se puede ver todo un universo de vínculos y deseos fallidos. El género cuento (yo prefiero, en este caso, decirles relatos) me pareció el mejor para retratar eso. Decir más hubiera sido ir en contra de lo que quería plasmar.
-Para vos, en un cuento, el acontecimiento, es decir, que ocurra algo, ¿es significativo?
-Para mí en un cuento o novela o cualquier género, pasa algo. La no acción es imposible. Quizás sí hay relatos más efectistas que hacen hincapié en acciones grandilocuentes. En El resto de los días, me concentré más en los climas, en el mundo interior de los personajes, pero porque me sale así, escribo así. Pero sí creo en la potencia de cualquier acción, que puede ser desde cómo habla un personaje hasta cómo se seca con una toalla cuando sale de bañarse. A veces, no es necesario que ponga a un personaje a quemar una casa si puede mostrar lo mismo en un gesto cotidiano, pequeño.
-¿Escribir un buen cuento es una cuestión de técnica?
-Yo no tengo una técnica o no estoy racionalmente ahí cuando me siento a escribir. Creo que hay mucho trabajo en pulir el texto y a su vez, no perder la esencia. Y, sobre todo, olvidarse de que uno está escribiendo porque es escritor o escritora o porque tiene por meta en la publicación. Me parece que si no se disfruta suena impostado. Hay mucha literatura bien escrita, que domina la técnica, los giros de las historias, los puntos de quiebre, etc; pero si no le creo al narrador o a los personajes, para mí, se cae todo. Es como en las películas –y acá si cruzo el cine y la literatura-: vos podés tener los mejores técnicos, las mejores máquinas, el mejor set y actores, pero si no laburaste el guión, no masticaste el contenido de tu película, posiblemente, no funcione. Hay que darles tiempo a las historias para escribirlas y corregirlas, más allá de qué digan en concreto, creo en eso; quizás esa es mi técnica. Igualmente, la técnica a la que creo te referís, creo que sirve, si querés, hasta de un modo informativo o formativo, pero no creo que sea la pulpa que hace que un cuento sea bueno.
–El resto de los días es un libro donde se traslucen la complejidad de los vínculos humanos, las relaciones entre padres e hijos, entre hermanos. La nostalgia de compartir recuerdos a través de una amistad duradera… Pero sobre todo, la falta de entendimiento de los unos con los otros, ¿es así?
-Sí, entre muchos otros temas. Aborda los vínculos y cómo estos pueden ser una cárcel que uno construyó con otros y a veces, cuesta zafarse. La falta de entendimiento es un punto, pero la cuestión con el deseo, es otra. Los personajes están siempre en disyuntiva entre quebrar algo (generalmente la desgracia, el pesar, la angustia) o continuar aletargados en sus vidas. La mentira, el engaño, el ocultamiento, eso también aparece en diferentes formas y matices, pero está presente. La sinceridad parece ser algo que ninguno sabe manejar.
-¿Cómo fue el proceso de selección de estos relatos?, ¿comenzaste a escribir teniendo en claro el libro que querías armar?
-Como te comenté antes, empecé con el objetivo de terminar historias que ya estaban empezadas. Después, fueron surgiendo otros relatos según ideas e imágenes que se me venían a la cabeza. Cuando ya tenía tres o cuatro relatos, sí empecé a sentir que el libro era sobre vínculos, sobre actos pequeños, cotidianos y empecé a agudizar la mirada ahí. Pero no nació con una idea clara. A veces las primeras ideas sirven de envión, creo que en este caso pasó un poco eso.
-Como es de esperar, el libro comparte una mirada sobre la sociedad. ¿Pensás que algunos de los argumentos buscan registrar, o más bien denunciar esa realidad?
-No, para nada. Creo que como se me asocia a La hora del lobo, se tiende mucho a forzar esa idea en los relatos, la de una intención de “denuncia” hacia la sociedad. Simplemente me concentré en historias que le pueden suceder a todo el mundo, haciendo foco en detalles que marcan la falta de deseo, la infelicidad, los vínculos, entre otras cosas. Entiendo que puede haber una mirada sobre la sociedad y las personas, sí, como en cualquier libro. Hay un universo plasmado y hay una sociedad que está presente, pero no fue un objetivo condenar o avalar ciertos modelos sociales; que están presentes -y en lo personal me molestan- pero no fue la idea central por la que surgieron los textos.
-¿Cómo nació la idea de escribir “Sequía”?
-Surgió de un viaje. Fui a visitar una amiga de la adolescencia y su vida era completamente diferente a la mía. No tenía cotidianeidad con ella hacía diez o quince años y fue un shock verla. Ambas éramos otras, pero el amor seguía intacto. Tomé esa experiencia y después apareció todo lo otro, la cuestión del matrimonio, el rol de la mujer, la transformación que implica la maternidad en muchos casos, y cómo muchas mujeres se pierden en eso, en ese rol materno que a veces parece aplastar todo.
-Con “La música de mi hermano”, tratás dos temas interesantes. La complejidad de una etapa difícil como resulta la adolescencia, y lo hacés a través de los ojos de la hermana del protagonista. ¿Cuál fue su historia?
-Eso que bien marcaste vos, la adolescencia. Un momento donde los gustos, los cambios, lo que uno piensa/siente/desea se llevan al límite y no hay medias tintas para las pasiones. En el relato eso está, también, llevado al máximo. Lo contario, al resto de las historias: donde la adultez, las responsabilidades, los vínculos se aplanan. Donde lo pasional parece algo erróneo y sin sentido. ¿Quién está más vivo de todos mis personajes? Creo que el adolescente, está tan vivo que roza la locura.
Y por otro lado, trabajé sobre la idea de los miembros familiares como personas extrañas, desconocidas; a veces donde se amparan los enemigos.
-Te has metido en la vida de varios personajes femeninos y se puede decir que ninguno de todos ellos es feliz. Son mujeres en busca de un acercamiento emocional que no encuentran… ¿por qué creés que sea así?
-No lo sé. Igualmente, desde esa óptica, los hombres que aparecen en los relatos (en todos) también, están alejados de su deseo y, en parte, también son algo infelices. Si bien el foco puede estar puesto en los personajes femeninos no son el centro de todos los relatos. A veces, son la llave para acceder a otros personajes. Una amiga cuando leyó el libro me dijo: qué tremendo lo que pasa con los hombres en esas historias. Creo que es depende con el ojo con que se lo mire.
-El viaje está muy presente también a través de casi todos los relatos. Son parejas jóvenes que regresan del extranjero, o están vacacionando en la costa, o de paso por varias provincias del país. ¿Cómo explicarías esa propensión de tus personajes a encontrarse en constante desplazamiento?
-Creo que en los viajes sale algo que en lo cotidiano está dormido. Alejarse un poco de la rutina hace que emerja otra cosa. Quizás por eso, algunos están llegando de algún lado o están en otro lado. Y también un poco, para desplazar esa idea de que viajar es algo hermoso y placentero. También puede ser una experiencia horrible y traumática. Yo amo viajar, pero no todas las personas lo viven igual.
-¿Qué escritoras argentinas te interesan?
-Me interesan Samanta Schweblin, Selva Almada, Eloisa Oliva (poeta); presto atención a lo que hace Romina Paula; Gabriela Cabezón Cámara me divierte, me devoro sus libros, y Fernanda Trías y Liliana Colanzi (que no son de Argentina, pero te las nombro igual porque me gusta el estilo que tienen y la sinceridad para escribir). Además, Hebe Uhart, Claudia Piñeiro –me devoro sus libros- y Eugenia Almeida… entre otras más que seguro me estoy olvidando.
-Indagando tu estilo, no recurrís a las metáforas. Más bien rehuís de todo tipo de barroquismo. ¿Podrías referirte a tu mirada como narradora?, hablo explícitamente de estilo. ¿Tu ficción busca la verosimilitud?; ¿se puede escribir en el siglo XXI en clave realista?
-Cuando empecé a escribir era súper barroca. He tenido grandes profesores que me obligaron a hachar eso. No lo administraba. No sé si yo podría hablar de “mi estilo”. Sólo intento tener una mirada sincera de lo que relato, sin pretensiones, porque eso me molesta a mí cuando leo. Observo mucho y como te dije antes, me sale así. La verosimilitud no es una búsqueda aunque en los relatos de El resto de los días está presente por el tipo de historias que cuento. Pero no, no es un objetivo per se. Incluso, me gusta más lo atravesado, distorsionado, donde lo inverosímil surja de los propios protagonistas, si ellos paranoiquean o la flashean con algo, voy por ahí, aunque sea inverosímil. Claro que se puede escribir de lo que sea, como sea. No hay nada, creo que yo, que esté prohibido. El tema es cómo lo hagas. Igualmente, no me siento realista en el sentido más puro, para nada, mis personajes tienen un mundo interior que a veces es monstruoso, ven cosas que no son, confunden los sueños con lo real y están en una permanente ficcionalización de los hechos, del pasado. Creo que nadie vive 100% en un mundo concreto, real. Cada uno vive a partir de las historias que traza en su cabeza.
-¿Pensás que la ficción aspira articular una forma simbólica de la realidad?
-En articular no, creo que la ficción tiene tantos objetivos como autores. Sí creo que puede ayudar a procesar o simbolizar parte de lo real pero no la realidad. Es imposible.
-¿Qué tipo de humor apostás en tus relatos?
-A los que me divierten o a los que me molestan. Lo trato como algo agresivo o fresco. Creo que es un arma de doble filo porque los límites son difusos. Nunca se sabe desde qué registro se va a leer un chiste o un comentario. A su vez, el humor ayuda a procesar algunas vivencias que de otra manera serían insoportable. Un chiste en un momento de horror puede sonar irónico o descontracturante, pero eso depende del personaje, la historia y por supuesto, el que está del otro lado: el lector. En Los ruidos de la selva aparece el humor que más me divierte, pero que a veces también jode, el que está mediado por vínculo de confianza que lo permite. El humor de los íntimos, el humor que se traza con las oscuridades y miseria de los otros. Los dichos de doble juego en donde se está diciendo más que un chistecito.
-¿Cuál es tu opinión sobre la tendencia a crear finales sorpresivos en los cuentos?
-No creo que sea una tendencia mía… Si son orgánicos a la historia, todo bien; si suenan forzados, no me gustan. Hay libros que he amado hasta los últimos capítulos y al final, se convierten en un flan: no dicen nada; o simplemente matan a alguien. Me parece un lugar facilista.
-¿Qué te gustaría leer en Córdoba y no encontrás?
-Novelas, muchas. Historias de amor de esta época. Hasta ahora no encontré nada que me guste de eso. Pero me gustaría que haya de todo, siempre que haya personas escribiendo y editoriales publicando, habrá un tipo de refugio.
-¿Qué fue lo último que has leído y te interesó?
-Estoy leyendo Zama, me costó al principio, pero ahora estoy enganchada. Me gusta que es una literatura seca, directa, sin vueltas a pesar que su protagonista tiene una rosca mental todo el tiempo. Y lo último que leí y me interesó bastante es Sharon Olds, una poeta de Estados Unidos; me gusta leer poesía, encuentro un placer muy primario, muy natural. No la conocía y me encantó. Y ahora, empecé a leer Los accidentes de Camila Fabri y Las chicas de Emma Cline.
¿Te encontrás escribiendo actualmente?
-Sí, siempre estoy escribiendo algo. En la medida que puedo -por el trabajo y los tiempos-, escribo. Estoy con algo que podría terminar en una novela o no y un relato largo. En eso estoy.
—
Natalia Ferreyra – El resto de los días
Editorial Nudista – 2016