La poesía de Ezequiel Vila está plagada de muerte: muerte de los seres vivos, muerte del amor, muerte de las cosas, muerte como decisión y duda de muerte. Hay tambien muerte de la poesía y del poeta que nunca muere porque puede hacer “poesía de ultratumba”. Abuelos que mueren, amigas que quedan paralíticas y amputaciones de miembros. Aún así (o por eso mismo), nos arranca esa media sonrisa burlona que nos genera todo lo que logra exponernos acotados a nuestros propios límites.
1- ¿Cuándo empezaste a sentir una necesidad por escribir? ¿O qué inquietudes te llevaron a esa tarea?
Es muy difícil explicar esto.
Cuándo: desde chico. Es casi irrecuperable, siempre me gustaron las historias y siempre quise reproducirlas e inventarlas. De chico dibujaba muchas historietas y escribía cosas que hoy llamaríamos fanfics. En la adolescencia empecé a reconocer esa práctica y a asumirla como algo propio e identatario. Internet tuvo mucho que ver en ese proceso: foros de discusión, comunidades de escritores on-line, la vida previa a los blogs.
Por qué inquietudes: En principio, porque me divertía. Después, porque sentía que aprendía cosas sobre mí y sobre el mundo que antes no sabía. Enseguida, por ambición de hacerlo mejor. Sin embargo no creo que haya nada de especial en la necesidad por escribir. Es algo mágico y misterioso pero absolutamente cotidiano. Hace poco empecé a jugar al paddle y me pasó algo parecido. Es la forma que tenemos todos de vivir lo que nos gusta.
2- De qué cabeza sale:
“Tantas remeras con el Che
¿quién me estampa a Prometeo o a Sísifo?
¿quién junta llaves para sus estatuas?”
No sé qué tengo en la cabeza, jaja. Trataré de contestar sin explicar, que es el gran riesgo: opera en mí una necesidad muy evidente de hacer hablar a los contemporáneos con los clásicos siendo maliciosamente anacrónico. No sé si esto es lo que tenía en la cabeza cuando escribí esos versos, pero pienso que Prometeo y Sísifo son dos figuras punks de la mitología griega, son dos que le escupen la nuca al poder. Después la pagan, porque con los dioses no se jode, pero aun sabiéndolo los tipos la agitan. No soy un especialista así que no sé exactamente cómo asimilaban estos mitos los griegos, pero una lectura moderna los puso en un lugar de pobres tipos acentuando el castigo y, en realidad, la tortura. A mí me parece mejor revisar y pensar que primero son héroes. Yo creo que la mortalidad no es un tema cerrado así que estos especialmente son mis héroes. Es una lucha perdida de antemano pero igual hay que pelearla y tenemos derecho a festejar a nuestros próceres.
3- Muerte, amputaciones, paralíticos. O en una palabra: ausencias. ¿Hay un interés previo en la temática o fue más “curaduría de edición”?
Hubo gran mérito de los chicos de la editorial en la selección, seguro que yo no hubiera elegido esos. Sin embargo, si metés todos mis poemas en una bolsa y sacás sin mirar seguro vas a sacar uno que hable sobre la muerte. Así que hay un poco de las dos cosas, interés previo y “curaduría de edición”. Vos decis que son ausencias y capaz que tenés razón, en cierta medida es más fácil hablar de lo que ya no está porque lo que tenemos en frente nos resulta un poco redundante.
4- ¿Cuánto es pensar “demasiado” en la muerte? ¿Tenías una necesidad personal de escribir sobre la muerte?
Tengo un amigo que me dice que escribo bien “siempre que la muerte me visita”. Pienso mucho en la muerte. No sé cuánto es demasiado, pero esa palabra está ahí como una mirada irónica sobre el poema y también sobre el libro. Porque no voy a llegar a ninguna conclusión definitiva pensando en la muerte. Es importante para mí dedicarme a esa reflexión pero también es importante en un momento decir basta, parar un poco.
Es interesante porque lo que más me atrae de pensar la muerte es la idea de límite, la triste realidad de que nuestra megalomanía no se ajusta al hecho de que todo es limitado: nuestras pulsaciones, nuestra fuerza, nuestra consciencia, pero también se va a extinguir la humidad, se va a apagar el sol, se va contraer el universo. En esa escala uno se siente pelotudo por el solo hecho de reconocer que es un fragmento insignificante que se angustia. O sea que también hay un límite para pensar en los límites. Uno también dice “basta” y sigue con otra cosa. Vivimos porque nos olvidamos de todo eso.
5- ¿Por qué las referencias a Séneca o a Boccaccio? ¿De dónde vienen?
Es un posicionamiento estético muy consciente. A algunos les puede parecer un exceso de snobismo, pero yo me pregunto si se pueden leer a Séneca, Boccaccio, Ovidio, Petrarca, San Agustín y no pensar con ellos. Yo tengo un amor muy grande por los clásicos. Me gusta mucho la literatura latina y medieval, también la mitología griega. En parte porque son escrituras que operan mediante la glosa que es exactamente lo contrario a cómo se escribe desde hace dos o tres siglos. Tenemos muy arraigada la idea de que la originalidad más radical es el objeto del arte, mientras que la literatura clásica y medieval proponen lo contrario: el verdadero arte está en la variación.
Creo que el capricho por la novedad termina volviendo estúpida cualquier cosa. Es lo que pasa con la alta literatura o con el arte plástico en las galerías. El gesto, la ruptura por la ruptura, el efecto, lo vuelven completamente banal. Su sociabilidad se convierte en una serie de reconocimientos narcisistas entre artista y audiencia. Eso me parece mucho más snob, la verdad. Porque para entender de qué hablan Séneca, Boccaccio o San Agustín no tengo que haber ido a la UBA ni haber sido criado en una biblioteca, mi viejo que es remisero también piensa sobre la mismas cosas. Entonces de lo que tenemos que ocuparnos es de hacer glosas, de buscarle una forma apropiada a esa materia y así volverla amena para nuestros contemporáneos. Haciendo eso inevitablemente vamos a proponer, además, un sentido nuevo. Yo escribí un poema en el que versifico un cuento del Decamerón porque ni la materia ni el sentido son propiedad de Boccaccio. Son de todos.
6- Porcentajes volcados en tu escritura de experiencia personal y creación inédita.
Las experiencias personales son disparadores para escribir. También lo son las historias que te cuentan y cosas que atestiguás. La creación inédita no existe.
Me divierte mucho pensar en derivaciones posibles de cosas que ocurrieron de hecho. Yo nunca tuve una novia kirchnerista, pero podría haberla tenido. La voz narrativa de ese poema, de hecho, tampoco tiene que ver tanto conmigo, aunque ambos vivimos en esa casa con árboles, perros y un jaulón abandonado.
Tengo un poema que se llama “Bomboncito” en el que el narrador cuenta cómo el hermano cuando era chico lo llevó a canal 9 para ver en vivo un programa infantil. Un día mi hermano mayor me preguntó si él o mi otro hermano alguna vez me habían llevado a algo así. Triunfo del verosímil.
7- Contanos cómo fue el proceso de edición con Años Luz.
Fui un afortunado. Ellos se acercaron y me dijeron que les interesaba publicar algunos de mis poemas, que les mandara una selección. Me conocían de la UBA, en donde cursé la carrera de Letras. Antes nunca había publicado nada. Les mandé una selección y ellos armaron el libro, nos juntamos a charlarlo y terminamos sacando exactamente lo que ellos habían propuesto. Me sentí muy halagado por el entusiasmo con el que me defendían esa selección que habían heco y me pareció buenísimo que el libro reflejara eso. Me gusta pensar que los poemas son míos pero el libro es de ellos. Los editores tienen que estar para eso, para enriquecer tu trabajo. Lo que termina saliendo es mejor que si yo hubiera pensado la obra en soledad.
El proceso no quedó ahí, ellos mueven mucho los libros, organizan eventos y me llevan a todas partes. Si no fuera así no me estarías haciendo una entrevista sobre este libro tres años después. Así que no me alcanzan las palabras de agradecimiento. Es una alegría ver cómo crecen como editorial.
8- ¿Cuándo algo se vuelve sólo posible decir con poesía?
No sé si soy el poeta indicado para contestar esta pregunta. No me gusta la solemnidad y no me gustan los poetas con delirio místico. La poesía está buenísima y no hay que arruinarla con eso. Es tan especial como todo el arte, hay que bajarse del pony.
Yo en particular escribo poemas porque me gusta cierta facilidad del montaje que propone. Si la novela es una película y el cuento un corto, la poesía para mí es un videoclip. Las imágenes apiladas, organizadas según un ritmo determinado, los flashes. Es un lenguaje que permite otros cortes, donde tenés la libertad de dejar muchos espacios y que el otro los enlace.
9- ¿Cómo interviene el humor en tu poesía? ¿Es intencional? ¿O sale solo?
Creo que tiene que ver con la discusión de la poesía solemne y reveladora. El chiste también es revelador. A mí me apasiona la ridículez en las situaciones cotidianas y a la vez terribles. Una amiga siempre cuenta que estaba en el velorio de una compañera del colegio cuando se apoyó en la pared y apagó todas las luces del salón. Cada vez que lo cuenta se caga de risa. Que algo traumático y trágico como la muerte de una amiga esconda el germen de la risa, que una situación extremadamente vergonzosa en el relato se vuelva alegre y contagie alegría es increíble.
Me gusta hacer reir cuando leo en público, es lo más gratificante que me da la poesía. Sobre todo porque hablo de cosas duras como la muerte, la soledad, la desgracia, el fracaso y de eso lo único que nos salva es sentir que a todos nos pasa. Estamos igualados en la derrota. Cuando nos reímos reconocemos que ya no estamos tan solos y eso es un consuelo. Soy un poeta de la catarsis, supongo.
10- ¿Estás preparando algo nuevo?
Estoy preparando un libro que reúne poemas que escribí después de Una tortuga muerta… Son poemas que hablan más o menos de lo mismo, quizás su única diferencia es que ahí donde lo clásico se veía tan en la superficie en el libro anterior acá está plagado de referencias pop: dibujos animados de los 90, videojuegos, superhéroes. Pero en el fondo son sobre lo mismo. Nuevos no son porque ya hace bastante que los vengo leyendo en distintos ciclos, pero estamos viendo con qué forma quedan en el papel.