El lanzamiento de To Pimp a Butterfly de Kendrick Lamar a comienzos del 2015 terminó de poner en el centro de la escena musical a un género que, más allá de esporádicas excepciones, se tenía olvidado. En mayo de este año, Anohni (Antony and the Jonnsons) retomó, con distintos medios pero similares objetivos, el mismo camino. A razón de un disco por año, la segunda década de este siglo marcó el regreso a la popularidad de la canción de protesta.
2011: Let England Shake, de PJ Harvey
Desde su aparición en la escena musical en los ’90, PJ Harvey se consolidó junto a artistas de la altura de Björk y Tori Amos como parte de una camada de mujeres que se impusieron en contra del machismo de la industria. Con el correr de los años, Polly Jean fue perdiendo su agresividad musical inicial, pero con Let England Shake revisitó ese sentimiento a través de doce temas con letras políticamente cargadas.
Lo que este año continuó con su reciente The Hope Six Demolition Project, con Let England Shake inauguró una etapa en la que logró amalgamar la poesía con la protesta, la historia y la guerra. Esta última es el tema central del disco, y la melancolía con la que PJ la aborda la vuelve un tema relevante para los tiempos que corren. Es así que, como plantea en su último proyecto, esos errores que devastaron el pasado siguen haciendo estragos en un presente al que PJ Harvey no está dispuesta a renunciar.
2012: No Love/Deep Web, de Death Grips
La protesta es para Death Grips una de sus bases más fundamentales. Ya sea contra los medios, contra la escena musical actual, contra su discográfica, contra sus fans o incluso contra su propio éxito, a esta banda de hip hop experimental nunca le faltó algo a lo cual enfrentarse.
En el 2012, después de editar The Money Store, disco debut que los llevó al reconocimiento masivo, cancelaron su respectiva gira para grabar su sucesor. La excusa fue que querían terminar de encontrar un sonido que se adecuara más a lo que estaban viviendo a través de ese proyecto musical tan reciente.
Por otro lado, los problemas que venían teniendo con Epic, su discográfica, culminaron en la decisión de la banda de leakearlo y ofrecerlo como descarga gratuita. El objetivo final era romper con Epic, y al lograrlo demostraron que, poniendo en primer lugar a la música, un accionar intransigente puede ser tan efectivo y simbólico como una canción de protesta tradicional.
2013: Betty Rubble: The Initiation, de Mykki Blanco
Para quienes no son familiares con Mykki Blanco, el álter ego femenino de Michael Quattlebaum, su inclusión en una lista con nombres como Beyoncé o PJ Harvey puede desentonar. Pero Blanco, la nueva “Queen B”, surgió a comienzos de esta década como una fuerza revolucionaria en el mundo del rap.
Sin aceptar ser limitada bajo categorías como “queer rap” o “gay rap”, esta artista multimedia se hizo del rap para borrar los límites del género, tanto el musical como el propio. Y junto con el acompañamiento visual, que incluye desde videos hasta los vestuarios, pelucas y maquillaje que utiliza, “Miss Blanco” se burla del rap actual, un mundo en el cual no duda en hacerse un lugar a la fuerza.
Celebrada por artistas como Björk y Tricky, Mykki Blanco es una de esas personas que se sirven del arte como plataforma para definirse ante el resto. “I feel like the prettiest girl in the whole room”, grita en uno de los temas de este rabioso EP. Lo sos, Mykki, sin duda.
2014: Beyoncé, de Beyoncé
Muchas fueron las quejas después de la presentación de Beyoncé en el entretiempo del Super Bowl de este año: “incita la violencia”, dijeron unos, “fomenta el odio a la policía”, comentaron otros. Lo que se vio fue una mujer en el pico de su carrera aprovechando el evento deportivo más importante de Estados Unidos para comunicar un mensaje: “OK, ladies, now let’s get in formation”, como dice una empoderada Beyoncé al final de Lemonade, su último trabajo. Del mismo modo que “Alright” de Kendrick, esa frase de “Formation” podría servir como mantra para otro tipo de lucha.
Pero Beyoncé, que con su disco homónimo del 2014 puso al feminismo, no solo como ideología sino como palabra, en el centro de la escena del pop mundial, también utilizó otro mecanismo. Más allá de los detractores que la difamaron al decir que únicamente se trataba de un “feminismo plástico” que buscaba aprovecharse de una supuesta moda, el solo hecho de haber insertado en un disco tan exitoso esta palabra que tanto malestar sigue generando hoy en día la vuelve digna de mención.
“Ni que fuera Simone de Beauvoir”, dijeron muchos, como si fuera necesario un determinado nivel de erudición para utilizar esa palabra. No, no es Simone de Beauvoir, no es Susan Sontag, no es una catedrática sobre el tema y muy probablemente tenga falencias o lagunas en su mensaje. Pero es el modelo a seguir de una multitud de adolescentes volátiles y en proceso de formación. Es así que incluir a modo de verso rapeado en su tema “Flawless” la definición de feminismo que dio Chimamanda Ngozi Adichie, novelista nigeriana, en su TEDx talk llamada Todos deberíamos ser feministas, puede sonar trillado e innecesario; pero para una chica o un chico que nunca escuchó esa palabra, o que, como es muy común, la interpreta con tintes peyorativos, qué mejor que el pop como plataforma introductoria.
2015: To Pimp a Butterfly, de Kendrick Lamar
“We gonna be alright, we gonna be alright”, pudo escucharse una y otra vez de manera espontánea en marchas a lo largo de Estados Unidos contra la brutalidad policial hacia la población negra. “Alright”, uno de los singles de To Pimp a Butterfly, se convirtió en el grito de una minoría, en un sinónimo del movimiento Black Lives Matter.
Con sólo cuatro palabras cantadas con los puños en alto, se puso de manifiesto la utilidad de la música popular como catalizador de luchas. Ya no es un hombre blanco con una guitarra acústica quien expresa sus quejas a través de una canción folk. Kendrick Lamar usa al rap como medio para manifestarse contra un sistema opresor, algo que ya vienen haciendo sus antecesores desde el comienzo. Pero la destreza de To Pimp a Butterfly está en haber logrado que esas quejas fueran parte de uno de los discos más aclamados del 2015.
Es claro que en sí, el arte no sirve como método directo para modificar la realidad. La verdad es que ningún disco, sin importar su masividad, puede repercutir tanto como una comunidad de gente que protesta en las calles y promueve políticas y cambios a nivel institucional. Pero es cuando ambas partes comulgan que se puede aprovechar al máximo la cualidad más interesante del arte.
2016: HOPELESSNESS, de Anohni
Mientras cada uno de estos discos fue saliendo a la luz, Anohni, el nuevo nombre de Antony Hegarty de Antony and the Johnsons, comenzaba a gestar las primeras canciones de lo que sería HOPELESSNESS, su debut como solista. Si I Am a Bird Now fue su manera de manifestar su identidad como mujer trans, con HOPELESSNESS se sirve de una plataforma musical distinta para poner de manifiesto su crítica a un sistema patriarcal a nivel político.
A través de un cambio radical en su sonido, Anohni deja el piano y las cuerdas de lado para coquetear con la electrónica pop experimental, mecanismo que está ligado a la variación lírica que trajo con este nuevo proyecto. Letras directas y violentas sin florituras ponen en primer plano problemáticas cuyas soluciones son urgentes para la artista. Machismo arraigado a la política, vigilancia orwelliana, bombardeo con drones y colapso ecológico son algunos de los temas que Anohni denuncia sobre bases bailables.
Nunca se la había visto tan directa, tan clara y tan furiosa, tal vez porque nunca la había interpelado semejante urgencia. Esta militancia musical, que acompaña con una más directa que incluye entrevistas, ensayos, protestas y hasta una peregrinación de más de cien kilómetros en Australia contra la actividad minera, demuestra que en el siglo XXI todavía es posible y necesario utilizar el arte como plataforma de protesta. Hoy más que nunca. – Reseña completa