Cantante de registros vocales viscerales y armoniosos, teórica musical en la vanguardia de lo experimental, performer excéntrica y polifacética, Björk marcó una impronta musical desde los comienzos de su carrera solista en los noventa al mismo tiempo que se volvió símbolo de la cultura islandesa a nivel mundial. Nacida en un pequeño país insular y periférico, absorbió su particular mezcla entre lo clásico y lo experimental, lo rural y lo urbano, lo folclórico y lo electrónico. En su reciente actuación en el festival Primavera Sound, el público quedó cautivado por esa presencia tan particular, pero muchos nos preguntamos: ¿de dónde sale esa impronta, esa fuerza y la delicadeza de su voz?
Hace un par de años está dando vueltas la publicación Björk: Archivos que merece ir a buscar un ejemplar en las librerías (increíblemente a un precio accesible) para poder entender su mundo. Compuesto por un estuche con cinco cuadernillos y una lámina con las portadas de los discos y simples, es una puerta de entrada al fascinante cerebro musical y artístico de Björk, en una edición de colección publicada por la editorial Blume y curada por Klaus Biesenbach junto con la propia artista a partir de una exposición realizada en el MoMA de Nueva York en 2015.
Su contenido, con cubiertas de partituras y numerosas fotografías, incluye dos ensayos de los musicólogos Alex Ross y Nicola Dibben así como un “viaje psicográfico” por sus primeros siete álbumes escrito por Sjón, amigo y co-compositor de la mayoría de las letras de la artista. Creadora de múltiples personalidades, sus vestimentas, ornamentaciones y máscaras son fruto de su identidad exterior, constituyendo los avatares de la vida moderna. Dibben va más allá y propone que su identidad femenina crea una alternativa matriarcal, asimilando creatividad con creación. En su análisis, Björk humaniza la tecnología al mismo tiempo que la feminiza, como es el caso del video de “All Is Full of Love“. Personifica la naturaleza, encarnándola con raíces ecofeministas como lo hizo con “Oceania” en la ceremonia de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004.
El texto de Ross reconstruye la deriva musical de Björk desde sus primeros comienzos a los 11 años con un disco que la hizo famosa en su país, pasando por su adolescencia por una banda punk como Kukl, el new wave de los consagrados Sugarcubes y hasta el jazz en un memorable álbum de standards llamado Gling-gló. Con ecos al minimalismo, el pop y la electrónica, su voz se acopla a todos los géneros aunque su obra no se reduce a etiquetas, explora texturas, prueba remezclas, crea originales videos musicales (dirigidos por Michel Gondry o Spike Jonze, entre otros), composiciones visuales, documentales, performances y hasta la creación de instrumentos y una app como en el caso de Biophilia. En cada proyecto, convergen otros. Trabajando de un modo orgánico, suma colaboradores (diseñadores de moda, programadores, luthiers, directores) pero siempre manteniendo la música como eje.
Björk también ha dado cuenta de su gran capacidad para analizar la realidad en sus lecturas sobre el posthumanismo. Su intercambio de mails con el filósofo Timothy Morton es prueba de ello. Creador de la filosofía orientada a objetos, Morton supone que la naturaleza, los animales o la música poseen emocionalidad, lo que conlleva a una relación novedosa y un cuidado ecológico con todo lo que habita el planeta.
Finalmente, el texto de Sjón presenta un viaje poético y fotográfico que ilumina el trayecto de una niña entre la ciudad y la naturaleza, su encuentro con la maternidad, sus búsquedas estéticas y discursivas. Al terminar el trayecto, todavía nos queda mucho por aprender y descubrir: Björk está en perpetuo movimiento y siempre nos sorprende. Este imperdible libro es una clave de lectura para conocer algunas de las mil facetas y pensamientos que nos siguen dejando perplejos una y otra vez.