Catervas es, tal como lo indica el significado del término, una banda de rock genuinamente “independiente”. Desde su aparición en 1996, el grupo formado por los hermanos Pedro, Raúl y Javier Reyes ha transitado por múltiples escenas que marcaron la historia del más reciente rock peruano; conservando, sin embargo, su propia identidad en medio de una vertiginosa diversidad de estilos. El nuevo álbum de la banda, Laberinto –una placa donde viejos tópicos de su discografía son explorados desde nuevas perspectivas sonoras– es quizás la mejor prueba de ello.
A lo largo de su trayectoria, Catervas ha sido descrita como una banda de post punk, rock experimental, shoegaze, noise e indie pop, convirtiéndose en un grupo difícil de catalogar incluso para sus propios seguidores. Vista desde lejos, el proyecto podría pasar por una pandilla de oportunistas, dispuesta a sumarse al último grito de la moda –excepto, por supuesto, que los hermanos Reyes nunca buscaron apropiarse de un estilo para hacerse conocidos, sino, más bien, explorar nuevas formas de expresión para sus muy propias ideas musicales.
Esta búsqueda creativa llevó a Catervas a salir de la escena post punk de mediados de los noventa para integrar el colectivo de música experimental Crisálida Sónica, pasando de la incipiente escena de rock independiente de comienzos del nuevo milenio al circuito de grandes festivales de rock de la década pasada. Un periplo musical que, sin quitarle identidad, fue sumándole cada vez más aristas e ingredientes a su propuesta. “Influye el hecho de no repetirse o de no hacer lo mismo del disco anterior -explica Raúl Reyes, bajista de la banda, en conversación con Indie Hoy-. Desde ahí nomás, el reto es complicado y eso es lo que nos motivó a la hora de componer o hacer arreglos, el buscar sorprender con nuestra propuesta y que, también, esa búsqueda sea algo natural, nada forzado o alienado, pues es ahí donde se corre el riesgo de perder la esencia como grupo”.
Si la discografía de Catervas tiene, tal como lo enuncia Raúl, una “esencia”, entonces esta sería la expresión de estados de ánimo a través de metáforas relacionadas con paisajes, accidentes geográficos o fenómenos meteorológicos, además del uso de pedales y efectos de guitarras para traducir sónicamente estos sentimientos y emociones. Una estética que los vincula con el noise, el shoegaze y el rock gótico, pero también, si queremos ir aún más atrás, con los pintores, músicos y poetas románticos del siglo XIX.
En Laberinto encontramos nuevamente esta intención, pero con algunas innovaciones en lo que toca al lenguaje musical de la banda. Quizás por sugerencia de Juancho Esquivel –quien, además de fungir de tecladista de Catervas, explora la música de sintetizadores bajo el alias de Juan Nolag– o de Mario Silvania –miembro del dúo de synth pop Ciëlo y responsable de la producción de Laberinto– el álbum traiga menos guitarras y más sintetizadores. De hecho, “Pléyades”, uno de sus momentos estelares, es una canción de teclados Moog que nos remonta a los discos clásicos de Kraftwerk y Tangerine Dream, otorgándole así a la placa una sonoridad más cercana al synth pop y el krautrock que al shoegaze o al noise.
No obstante, Laberinto no deja de ser un disco de Catervas. Aunque las guitarras hayan pasado a un discreto segundo plano, y los sintetizadores y las cajas de ritmo tengan una mayor presencia, canciones como “A través del silencio” y “Espejismos” continúan explorando una constante en la discografía de la banda: traducir estados emocionales en texturas sonoras y paisajes del mundo exterior. El resultado, encomiable, por supuesto, es también una prueba del espíritu de búsqueda inquebrantable de Catervas, una banda que, a pesar de pertenecer al canon del rock peruano, no duda en arriesgar su lugar en el panteón para innovar, renovar y mantener viva su visión artística.
Mirá el video de “Espejismos” a continuación y escuchá Laberinto en plataformas de streaming (Bandcamp, Spotify, Tidal, Apple Music).