PLACER Y MARTIRIO, de José Celestino Campusano
El concepto de las amas de casa desesperadas adquiere una nueva dimensión con la última ficción del director de Quilmes, José Campusano. Alejado de sus temáticas y sus modelos de producción habituales, el fundador de Cinebruto –y miembro de la Red de Clúster Audiovisuales– decide relatar la historia de Delfina, una mujer de clase social acomodada que padece la ya familiar crisis de los 40. A kilómetros de distancia de su hija y su actual marido, Delfina conocerá a Kamil -un prestigioso empresario multimillonario– y su mundo dará una vuelta al revés. De gustos excéntricos, facilidad para la manipulación y vocabulario sofisticado –como si el director quisiera ironizar la figura altamente comercializada del inverosímil y neonato Christian Grey- Kamil provocará en Delfina un flechazo que terminará por transformarla en alguien más. La obsesión puede convertirse en asunto serio cuando los límites entre lo real y lo imaginable se rozan y se tuercen bajo el lente de Campusano.
“En la relación de amor que se establece entre dos conciencias libres, la más débil es la que ama más. Es decir, es la que más se somete a lo que hay en ella de sensible, de emocional. La conciencia que ama menos es la que más domina, la que más manipula”, dice el filósofo José Feinmann sobre un pasaje de El ser y la nada de Sartre. La premisa resulta clara; si bien el personaje de Delfina es seguro de sí mismo y tiene un carácter prepotente, sobre el final del relato su autoestima mutará hasta hacerse añicos con tal de no perder la atención de Kamil. La calidad técnica y estética de Placer y martirio responde a los altos cánones de producción cinematográfica, alejando por completo a esta obra en particular del resto de la filmografía de Campusano. En cuanto a la trama, los momentos de mayor tensión tienen lugar generalmente durante los encuentros de los dos amantes, donde se evidencia esta relación dominante/dominado y el espectador es provisto de una oportunidad para conocer de cerca el sentimiento enfermizo que la mujer va desarrollando escena a escena. Por otro lado, otras secuencias se descontracturan gracias a la presencia de personajes secundarios -como la impecable Mirta (Myrian Agüero) o las amigas de la protagonista-, que proveen de los guiños cómicos necesarios para disminuir la tensión del plano.
Lo interesante a destacar de Placer y martirio es que por primera vez en mucho tiempo Campusano dedica su trama a la visión femenina –íntima e introspectiva– con respecto a los hechos. Tanto la protagonista como sus secuaces adoptan diferentes posturas ante la nueva relación de Delfina, puntos de vista que se distorsionan y cambian a lo largo de todo el filme.
Con musicalización de Claudio Miño –que viene acompañando la labor de Campusano desde Vikingo (2009)– las escenas adoptan un carácter altruista y un significado elevado. Natacha Mendez (Amor Autoadhesivo, 2007) encara su personaje con cierta particularidad, retratando a la perfección a una mujer fría, demandante y negada que sigue un guión dinámico y eficaz. Desde la vereda de en frente, Rodolfo Ávalos le pone piel y voz a un Kamil imponente y desafiante que dirige la batuta desde su cómodo lugar en el mundo. M.S.
Para volver a ver: Viernes 24, 22.15, Arteplex Belgrano
LA OBRA DEL SIGLO, de Carlos M. Quintela
Una tipografía verde, al estilo Matrix, se planteaba como futurista en la época en la que la saga de los hermanos Wachowski irrumpía en las salas del mundo. Se dejó de usar, el futuro ya pasó y no estuvo acompañada de esa fuente. Otra “promesa” fueron los reactores nucleares en Juraguá, provincia de Cienfuegos, en Cuba. En los ochenta, con asesoría y financiamiento de la URSS, comenzó la construcción pero nadie pudo prever lo sucedido el 9 de noviembre de 1989: la caída del Muro de Berlín puso fin a la Unión Soviética y las consecuencias son harto conocidas. Pero nadie (en este lado del mundo) reparó en que esta obra del interior de Cuba quedaría inconclusa para siempre. El realizador cubano Carlos M. Quintela (cuya ópera prima, La piscina, fue exhibida en la Berlinale) retrata, entre documental y ficción, las secuelas de ese monstruo de varias héctareas: promesas que nunca serán cumplidas y que generaron un sinfín de frustraciones entre las familias involucradas con el proyecto. Una de ellas es la de Leo, Rafael y Otto; hijo padre y abuelo, protagonistas de este film que exhibe al genial material de archivo en color y en blanco y negro al presente; una vez más, sueños y frustraciones.
Tres generaciones viviendo bajo un mismo techo, pocos avances tecnológicos de acá para allá, un teléfono con teclado T9, nostalgia por la guerra fría, un pez moribundo y la tipografía al estilo código binario como símbolo de estancamiento completan el entramado de La obra del siglo, una obra celebrable desde muchos aspectos, pero con fuerza sobre uno: hay una nueva generación de realizadores independientes en Cuba que quieren mostrar su país por fuera de los métodos de su gobierno. R.P.
Para volver a ver: Viernes 24, 21.00, Village Caballito
A GIRL WALKS HOME ALONE AT NIGHT, de Ana Lily Amirpour
Una historia romántica se esconde tras los elementos propios del cine de suspense. Hasta allí no hay ningún componente de la fórmula que resulte extraordinario, hasta que comienza la primera escena. A Girl Walks Home Alone at Night es una obra intensa, dramática y altruista; una especie de western de vampiros (o mejor dicho, de una vampira) hablada en persa y filmada en Irán, caracterizada a la perfección por el sector industrial petrolero, que cada vez que puede colma algún insert. Las secuencias musicales varias –en general ralentizadas– dan cuenta de la herencia, mitad norteamericana y mitad inglesa, que posee la directora. Son los momentos de la narración en los que todo se torna incluso algo tarantinesco, con una banda sonora que estalla y que da a conocer la verdadera música del underground medio-oriental. La iluminación es un gran homenaje al mejor cine negro, generando variados y misteriosos contraluces que acompañan la tensión del suspenso. Pero A girl… tampoco está destinada en encasillarse al género romántico/dramático. El primer encuentro entre la vampira en cuestión y su futuro enamorado está repleto de instantes cómicos que conectan de inmediato con el público. Él –empastelado– mira la luz, la abraza, se sienta, se comporta como una niño. Ella huele que él es diferente; que no le teme, que no se percata de sus intenciones y que en verdad le atrae. En la última toma de la escena, ella lo sienta en un skate y lo empuja suavemente hasta su casa. La fotografía es impecable; la belleza y el misterio que genera el blanco negro, con luces que funcionan tanto de manera plástica como narrativa, se combinan a la perfección con largas tomas fijas con cortísima profundidad de campo que llevan el centro de atención hacia el personaje presente en cada toma. M.S.
Para volver a ver: Viernes 24, 23.30, Village Recoleta
Textos por Melina Storani (M.S.) y Rodrigo Piedra (R.P.)