LULÚ, de Luis Ortega
El nuevo largometraje del porteño Luis Ortega –uno de los directores predilectos de BAFICI, habiendo participado en las ediciones de 2005, 2010, 2012 y 2013, éste último con el cortometraje Ludmila en Cuba– convoca a los acertadísimos Ailín Salas y Nahuel Pérez Biscayart para encarnar a dos personajes muy peculiares que sobreviven en una casucha con una cama, un televisor siempre encendido y una pistola automática. Salas interpreta a Lucrecia, una joven despierta y segura de sí misma que tiene una bala alojada en un pulmón. A pesar de ya no necesitar de una, en la primera mitad del filme Ludmila se paseará en silla de ruedas por los recovecos de Buenos Aires porque, según ella, ya se acostumbró. Sus ojos grandes, siempre vidriosos, expresan todo lo que Ludmila no soporta decir. Por su parte, Biscayart se pone en la piel de Lucas, un tipo extraño que dispara porque sí, trabaja en un camión recolector de huesos de carnicería y persigue a gente por la calle. La construcción de personajes tan atractivos, incomprendidos y descomunales permite que la historia se cuente por sí misma; pareciera que la cámara de Ortega de casualidad estuviera allí para acompañarlos en el devenir de la rutina, que involucra desde robar una farmacia hasta bailar en la vereda bajo la lluvia. Los protagonistas hilan fino y llevan el guión de Ortega con naturalidad y realismo puro. A pesar de que sus reacciones y diálogos no sean de lo más normales, el espectador ingresa a la diégesis de Lulú –desde el inicio del filme- para compartir con los protagonistas un código íntimo de comportamientos, valores e ilusiones. El mundo siniestro, tosco y miserable que se esconde tras la ostentosidad porteña es el emplazamiento adecuado para una pareja que invalida cualquier norma social. Las tensiones de la situación símil calle y de las propias personalidades de Ludmila y Lucas –que no necesariamente sienten, piensan o reaccionan igual– se desparraman a lo largo de toda la trama. Algunas escenas están puestas para adornar el relato y acentuar los comportamientos de la pareja outsider por excelencia. La ciudad entera se comporta como su parque de juegos y por ello el diseño de sonido –a cargo de Catriel Vildosola– contará con la presencia de trenes, construcciones y bullicio, además de incorporar a la narrativa instrumentos de viento que se funden con la música, como un clarinete, una flauta y una armónica. Una secuencia entrañable que involucra guiños directos al espectador muestra cómo una patrulla policial “rescata” a un bebé que Lucrecia encuentra en el umbral de una puerta. La acidez con la que se muestra brevemente el accionar policial tiene que ver con toda una lógica de inverosimilitud que acecha el relato de principio a fin. Los engranajes de la mecánica técnica de Lulú giran en un mismo sentido, generando como resultado una película crítica, irónica y sobre todo muy alejada –felizmente- del resto de las películas argentinas presentadas en esta edición.
Para volver a ver: Sábado 25, 19.00, Arteplex Belgrano
LA NIÑA DE TACONES AMARILLOS, de Luján Loioco
Resulta intachable, tanto a nivel narrativo como técnico, la ópera prima de la local Luján Loioco. La niña de tacones amarillos atañe temáticas profundas no sólo por tratar las consecuencias del capitalismo para la cultura norteña del país, sino también por mostrar cómo la construcción de un hotel afecta directamente la vida de Isabel, una adolescente que sueña con salir del pueblo de Tumbayá, Jujuy. La película comparte con el espectador una realidad cruda de forma muy cuidadosa, haciendo hincapié en las tensiones psicológicas que experimenta la protagonista pero de manera sutil, sin lastimar demasiado. Los dilemas de una chica de 15 años en pleno despertar sexual se entremezclan con sus más preciadas ilusiones, obligándola a tomar las riendas de su vida, desconociendo todo pero anhelando algo. Isabel está dispuesta a madurar de repente con tal de conseguir lo que tanto desea y es justamente la evolución del personaje –interpretado eficazmente por Mercedes Burgos, de 21 años– lo que provoca una sensación de empatía y acompañamiento constante. El universo de Isabel está compuesto por su madre, su hermano y su mejor amiga, que en algún punto quedarán excluidos de su padecimiento más profundo. Condimentada con los escenarios naturales propios de la provincia, La niña… es una obra que fluye junto con la mirada de la protagonista, que adoptará diferentes aristas a medida que avanza la historia. La construcción del hotel causa gran revuelo en el pueblo pero, para Isabel en particular, este hecho tiene la forma de portal extraordinario que la conducirá a una vida distinta a la que conoce. Justamente, la relación que inicia con un trabajador de la construcción será el primer acontecimiento que la empuje a perseguir sus ideales. Cuánto más se le niega su derecho a crecer, más fuerte embestirá contra los mandatos de la pequeña localidad, apartándose del lugar infantil que adoptan los chicos de su edad para acercarse más a un prototipo de joven mujer. Claro está que su ferviente necesidad por escapar del destino en Tumbayá la llevará hacia momentos incómodos y sensaciones vagas que acabarán por desilusionarla, pero Isabel jamás pierde la compostura. Con las agallas de una mujer hecha y derecha, la protagonista busca superarse de manera impulsiva escena a escena, aún cuando los resultados no terminan siendo lo que espera. Así como ella es utilizada, seducida y botada, también Tumbayá sufre los mismos desprecios, generando un paralelismo directo con esas relaciones –humanas, económicas y sociales– que quitan sin devolver nada a cambio.
Para volver a ver: Viernes 24, 14.00, Village Recoleta