En el vasto panorama de la música y sus vínculos, a veces emergen dinámicas inusuales que añaden profundidad y misterio a las narrativas de cada banda. Un ejemplo notable es la relación entre Mick Jagger y Keith Richards, dos leyendas que fueron y son la fuerza motriz detrás de The Rolling Stones. Aunque compartieron éxitos y desafíos a lo largo de su carrera, su incursión en proyectos solistas arroja una luz intrigante sobre su particular amistad.
En el año 2001, Jagger sacó a la luz su cuarto álbum en solitario titulado Goddess in the Doorway. Este lanzamiento fue recibido positivamente por parte de críticos y seguidores en general, logrando un éxito modesto. Una de las características más notables de este proyecto fue la incorporación de varias colaboraciones con destacados nombres de la industria musical, incluyendo a Lenny Kravitz, Bono, Pete Townsend y Rob Thomas.
Richards y una opinión sin pelos en la lengua
Sin embargo, según recuerda Far Out, en medio de este reconocimiento y logros emergió la sombra de una opinión discordante, proveniente del propio Richards. El guitarrista, conocido por su franqueza, no ocultó su desdén por el álbum. En una entrevista con Guitar World en 2002, Richards expresó abiertamente su descontento al referirse al álbum como “mierda de perro en la puerta”. El músico continuó: “Escuché solamente tres canciones y lo dejé“.
En la misma charla, manifestó su creencia de que Jagger encontraba su verdadera grandeza como artista cuando estaba junto a los Stones, sugiriendo que su éxito solista no resaltaba tanto. “Con los Stones, él es realmente bueno. Yo no lo sacaría de ahí“, dijo Richards. No obstante, este contraste de opiniones no logró mermar la amistad única que comparten, una relación que, aunque a menudo pueda resultar poco convencional, sigue siendo una constante en la historia del rock.
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