La vida no sería lo mismo sin música, ya que esta no solo es capaz de transportarnos en el tiempo y el espacio, sino que también es una compañera más del día a día. En la actualidad, las maneras de consumir música son varias y el avance de la tecnología produjo que, incluso, podamos tener toda la discografía de nuestro artista favorito en la palma de nuestra mano en el instante. Pero, por supuesto, esto no siempre fue así.
Muy distinta era la realidad en 1860, año en el que se realizó la primera grabación de la voz humana (vía Far Out Magazine). Por supuesto, el hito se produjo gracias a que, tiempo antes (en 1857, para ser más precisos) el inventor francés Edouard-Leon Scott de Martinville había inventado el Phonautograph, un dispositivo de manivela que grababa ondas sonoras en papel ennegrecido por el hollín de una lámpara de aceite.
El objetivo de Scott de Martinville no era crear algo para reproducir el sonido, sino el dar con un artefacto que le permitiera estudiar el audio desde una perspectiva visual. De hecho, el historiador de audio Patrick Feaster afirma que el galo buscaba “construir un oído artificial”. “No solo registraría las palabras, como la estenografía o la taquigrafía, sino que obtienes todos estos detalles especiales, todo lo que hizo que una interpretación musical fuera excelente o un gran discurso”, agregó.
Poco después, el invento de Scott de Martinville llegó a manos de Rudolph Koenig, quien lo utilizó para dar a luz al aparato de llama manométrica, un instrumento de laboratorio inventado en 1862 por el físico alemán y utilizado para visualizar ondas de sonido. Acorde a Far Out Magazine, “en 2008, se produjo una revelación cuando The New York Times informó sobre la reproducción de una grabación realizada el 9 de abril de 1860. Los grabados de Scott de Martinville se transcribieron en un archivo de audio reproducible utilizando la tecnología IRENE iniciada por científicos del Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley”.
Así, los científicos dieron con fragmentos de la popular canción francesa “Au Clair de la Lune” cantada por una voz inteligible que, aunque en un principio se creyó que era de una mujer o un niño, en 2010 descubrieron que pertenecía a un hombre, pero a un ritmo acelerado. De hecho, los científicos están ampliamente de acuerdo en que la voz pertenece a Scott de Martinville, quien interpretaba el tema con una lentitud inusual.