El arte y la cultura, como cualquier manifestación realizada por los seres humanos, tiene sus adeptos y también sus enemigos. Siendo las expresiones artísticas algo tan sincero y sensible cabe preguntarse ¿quiénes pueden sentir enemistad con éstas? No hablamos de equipos de fútbol, no hablamos de partidos políticos ni de creencias religiosas que tengan una línea moral o ética que seguir; hablamos más bien de creaciones que salen desde lo más profundo del alma y que al ser compartidas generan experiencias tanto individuales como colectivas que ayudan a salir de lo cotidiano de mágicas maneras. Es hermoso lo que puede suceder cuando una canción te lleva a conectar con algo que ni siquiera sabes qué es pero que te conmueve hasta el último pelo del cuerpo, o cuando las formas y colores plasmados en una pintura te muestran un universo desconocido que te atrapa y te deja reflexionando por horas o días. Es refrescante reír junto a un espectáculo de clown, verse encarnado en un personaje de una obra o enamorarse por un momento de alguien que está en ese mismo lugar, mirándote de reojo, sonriendo y haciendo que ése sea el viaje, la aventura.
Los centros culturales de la ciudad de Buenos Aires han sido por años lugares de encuentro y de explosión de creatividad. Con gran diversidad, los distintos centros de arte ofrecen talleres de todo tipo de prácticas artísticas (cine, danza, teatro, música, literatura, etc.), salas de muestras de arte visual, escenarios para obras teatrales y conciertos, proyectores para la exhibición de películas, zonas de recreación y ambientes aptos para la fluidez y la distensión. A pesar de todo lo positivo que se realiza en estos lugares, no resulta increíble que no gocen de una ley de Centros Culturales que los ampare, pues éstos son un impulso para lo nuevo y, como ha sucedido históricamente, hay quienes tienen miedo de lo nuevo. En el último mes se han clausurado sistemáticamente varios de los lugares que abrazan a la cultura, clausuras que no tienen ni pies ni cabeza y que más bien se sustentan en una falta de emisión de papeles que el mismo Gobierno de la Ciudad debiese entregar a tiempo pero que no lo ha hecho por una supuesta ‘caída de sistema’ constante. Con alguna excusa que suelen inventar en el momento han llegado inspectores a clausurar distintos lugares como el Teatro Mandril o La Oreja Negra: “Estábamos haciendo una fiesta de Revista NaN y Revista Mock, dos revistas autogestionadas, y mediante un operativo violento clausuraron esa misma noche el Mandril. Entraron los inspectores y vieron que teníamos todo en orden, pero después volvieron con la policía y la faja de clausura alegando que la gente estaba bailando, y lo clausuraron.” cuenta Santi Mazzanti, encargado del Teatro Mandril.
La persecución a la cultura no es cosa exclusiva de hoy y tampoco parece ser que las clausuras que están invadiendo a los barrios porteños sean en pos de una búsqueda de mayor seguridad para quienes asisten diariamente a estos sitios, pues las medidas de seguridad están y actualmente -a 10 años de la tragedia de Cromañón- los que manejan los centros de arte autogestionados son conscientes de la necesidad de un lugar en buen estado, existiendo así un cuidado real entre administradores, artistas y asistentes. Es tanta la preocupación de parte de los que día a día ocupan sus horas en gestionar la cultura de manera independiente que desde hace un tiempo están promoviendo la Ley de Centros Culturales, ley impulsada por el Movimiento MECA y que el gobierno aún no ha promulgado, manteniéndose así al margen de una transformación cultural enorme y bella de la que es testigo y partícipe desde hace ya largo tiempo la ciudad de Buenos Aires.
Más de 20 centros culturales son los que han sido clausurados por diversas y ridículas razones en las últimas semanas. El gobierno de la ciudad encabezado por Mauricio Macri disfraza la censura con fajas de clausura que incitan a que quien no sepa lo que ocurre dentro de los centros culturales piense que están en mal estado, que son ilegales e incluso peligrosos, y no a que se sepa que hay magia y energía creadora y renovadora por montones dando vueltas. Este silencio y posterior ataque que tiene el Gobierno porteño ante lo positivo de una energía juvenil tan potente puede ser entendido como la muestra más clara del terror que se le tiene al arte y a lo que éste provoca. La llamada arma cargada de poesía amenaza lo establecido, lo impuesto, lo estable, lo inmóvil. Los que se sienten amenazados por el arte tienen miedo a que ya no sea su política la opción que aplauda la gente, pues el arte amplía las visiones e implica siempre una revolución interna y externa, un llamado de atención, movimiento, un viaje que trasciende lo impuesto buscando nuevas rutas con creatividad y énfasis.
Desactivemos el piloto automático y seamos parte de los espacios que nos tienen a nosotros mismos como corazón. Que las clausuras no nos corten la lengua y que sea un motivo más para decirle NO a quienes tengan en mente una sola de arte y cultura institucionalizada. Sigamos yendo por más música, por más teatro, por más risas… Si no se puede bailar ¿qué nos queda?