Corrían los lacónicos comienzos de los años noventa cuando el cantante Pedro Dalton y el guitarrista Gustavo Antuña empezaron a juntarse para hacer un poco de ruido. Ellos mismos se describen como “hijos del aburrimiento y la resaca dominguera”. Así nació Buenos Muchachos, que rápidamente comenzó a ser parte del ambiente alternativo del costero barrio Malvín, que por entonces congregaba grupos que acabaron por conformar la incipiente corriente. Compartían escena con Chicos Eléctricos -consensuados precursores de la escena-, The Supersónicos, Cadáveres Ilustres y La Hermana Menor. Entre noches de acoples y ambientes doorsianos lograron un estilo particular que mezclaba influencias de Pixies, Sonic Youth, Nick Cave and the Bad Seeds, Tom Waits, y la mítica banda uruguaya de los ochenta Los Estómagos.
Pudieron haber quedado como banda de culto, pero el tiempo siguió y persistieron en un estilo propio que los consolidó como referentes de la escena local. Sus shows son por momentos íntimos y climáticos, y por otros explosivos, viscerales y psicodélicos. Versionaron “Shadowplay” de Joy Division, “Ella ya me olvidó“, de Leonardo Favio, y escribieron una canción de cuna para Kurt Cobain (“Ja ja je je“). Sacaron nueve discos, de los cuales Amanecer búho (2003) es una cita indiscutida en cualquier ranking que repase los mejores álbumes de la historia de su país, además del más adecuado -junto a Se pule la colmena (2011)- para quienes quieran adentrarse en su discografía. Fueron pioneros en la importación de signos alternativos, llevándolos a paisajes sonoros insospechados.
De todas maneras, Buenos Muchachos trascendió cualquier referencia logrando un sonido propio, tanto así que en el ambiente de la música uruguaya puede hablarse de una “onda Buenos Muchachos”. Han tocado con aquellos que eran y son sus faros (Nick Cave, Yo La Tengo y Pixies, entre otros) y no paran de crecer. Del boliche Juntacadáveres al Teatro de Verano, al Solís y el Auditorio Nacional del SODRE, Buenos Muchachos es una banda ineludible. Autodefinido su sonido como “directo y al pecho”, con la rareza característica de la música uruguaya -parentesco inconsciente con Fernando Cabrera- la voz de Dalton se volvió inconfundible -venerada por unos y repudiada por otros-, primero heredera de Tom Waits, para luego trascender hacia el canto tierno y el salvajismo, con gritos que alcanzan la dureza de un trueno.
En diciembre de 2020, publicaron su último disco bajo el título Vendrás a verte morir. Abandonando su sello guitarrero, este disco parece llamado a dividir las aguas de su discografía para precipitarse aún más en el claroscuro de las canciones de su obra precedente. A través del título, Dalton y los suyos adelantan lo que sucederá en la escucha. Por más que varias de sus canciones hayan sido compuestas antes de la explosión pandémica, resuenan los despojos de un año signado por el miedo, el desamparo y la muerte. En sus climas se advierten imágenes de cine, tanto en el suspenso como en el terror y el drama. Atrás parecen haber quedado las incursiones lumínicas de sus tres discos anteriores, y sin embargo su misterio deja ganas de volver a escuchar. Nueve piezas que trascienden el formato canción y se lanzan en una odisea hacia las cavernas del ser.
Las canciones se adentran en paisajes sonoros surrealistas que serpentean entre la luz y la oscuridad, como “Un témpano“, con sus ecos de Blackstar, el regalo de despedida de David Bowie y la referencia más fuerte del disco. José Nosar se apodera del tema y se pone a la altura de la aventura rítmica de Mark Guiliana (último baterista que acompañó a Bowie). Es también un disco con una fuerte carga introspectiva y poética. “Corso flojo” puede leerse la desolación que provoca el afuera, ese mundo hostil que se volvió todavía más loco de lo que ya estaba, al tiempo que aflora la necesidad imperiosa de resistir. Pero más allá de cualquier destaque puntual, lo trascendente del disco reside en la suma de aquellos detalles apenas perceptibles y los sonidos que llegan al sonido desde orígenes desconocidos. Esto se debe en gran parte al trabajo de Gastón Ackerman, productor artístico de cuatro discos de la banda y parte fundamental de su universo.
En cuanto a las referencias, es más sencillo enlazar este disco con exponentes de otras artes. Por ejemplo, en “Sueño Marabú“, se amplía la imaginería ornitológica de Dalton con una amenazante ave carroñera de patas largas y escuálidas. Esta recurrencia al universo aviar lo emparenta con el Conde de Lautréamont y sus grullas, águilas y demás animales salvajes. Días antes de la salida del álbum, se emitió en TV Ciudad un documental donde el cantante de Buenos Muchachos interpreta fragmentos de Los cantos de Maldoror, hecho que enlaza esos dos mundos creativos. Asimismo, “Hiedra de tirso” tiene la capacidad de perturbar de una forma similar a la de escritores Edgar Allan Poe y H. P. Lovecraft. Y el recitado en reversa del final de esta pieza podría musicalizar a la perfección escenas del Black Lodge de Twin Peaks.
Pero la obra de Buenos Muchachos siempre se ha nutrido de un universo propio que se complejiza disco a disco, al punto de volverse una banda autorreferencial. En Vendrás a verte morir, retoman líneas levemente modificadas de sus viejas canciones y, como si fuera un sampleo, las extraen de su hábitat natural para ubicarlas en nuevos paisajes. En sus discos previos, el resultado de este experimento devino en un reverso del original, un doppelgänger (doble andante, gemelo malvado) al otro lado de la cortina roja de David Lynch. Esto ocurre con “Sí sí valor” y sus voces que remiten a “En la nada”, solo que esta vez parecen haber vuelto de esa nada.
Otro aspecto que cabe destacar del disco es el uso del espacio y el aire que dejan los instrumentos al callar. Por momentos es casi como si pudiéramos situarnos en el (no) lugar de resonancia, sensación que se puede experimentar al comienzo de “Purpurina” o en el final de “Sueño Marabú”, donde se da una sensación de planeo y vista panorámica de los despojos al final del camino. Ahora bien, todo viaje debe llegar a destino. En este caso el fin es un bálsamo de la mano de “Azul“. Su piano melancólico, enmarcado por un aura de sonidos atemporales, alivia. Gran parte de ese alivio se debe a la voz de Marcelo Fernández, guitarrista que desde Se pule la colmena aparece como prolongación limpia de la voz quebrada de su hermano Dalton. Este cierre es el mejor aprovechamiento de su calidez con la que se suaviza esta caída de nueve capítulos titulada Vendrás a verte morir.
Este disco pide sucesivas escuchas y, sobre todo, tiempo. Da la impresión de que asistimos a un giro estilístico definitivo, como sucedió en Se pule la colmena. Su aura de culto parece venir impregnada a él. Estamos ante una de las piezas más originales del rock uruguayo llevado hasta los confines, un sueño hecho con retazos de sueños viejos que pertenecen a su obra precedente. Su escucha implica dar pasos rumbo a lo (des)conocido. Y algún día, una vez más, lo que nos era extraño se tornará familiar. Entonces escucharemos aquella voz que en “Repente”, canción de su disco Nidal (2015), rezaba: “Al final te veré… en la muerte”.
Escuchá Vendrás a verte morir en plataformas de streaming (Spotify, Apple Music).