A veces en vez de hablar de individuos, es mejor hablar de ideas. Jaime James no quiere que hablemos de él, dice “si alguien es fan de jaime es un boludo”. Nos propone en cambio una idea que se llama LOUTA.
Difícil de describir, porque se parece a pocas cosas (y a las que se parece no se parece por completo), lo auténtico de la propuesta nos obliga a hacerle honor buscando la mejor manera de reproducir en palabras las sensaciones que deja un show con tanta tela para cortar.
Un disco que en un día superó las mil reproducciones en YouTube. Un show que se llena en todas las ediciones aun cuando sucede varias veces en la misma semana. Un espectáculo con una cantidad de maquinaria y equipo humano que -salvando las escalas- remite más a Cirque du Soleil o Fuerza Bruta, que a un show del under que vas a ver con un amigo un jueves a la noche. Un disco degenerado, porque cuando tenés que nombrar más de cuatro influencias para describir algo, mejor no nombrar ninguna.
Cuando sale a escena no saluda al público ni se presenta, tampoco avisa “estamos en las redes sociales”, no anuncia al resto de los artistas que lo acompañan, ni pregunta si se escucha bien, no agradece al sonidista, ni al staff del lugar, ni a la audiencia. Cuando se está yendo tampoco dice chau ni cuenta cuándo va a ser su próxima fecha. Sencillamente no dice nada, más que sus canciones y su show.
Como cuando en un concierto de música clásica no se aplaude entre movimientos para no romper el clima, detener el show de LOUTA para avisar que está en Spotify sería igual de inadmisible, porque si todavía no te diste cuenta que es hijo de internet, te vas a dar cuenta pronto y su próxima fecha te la podes enterar en Facebook.
LOUTA es lo que sucede desde que sale a escena hasta que se va y ninguna nimiedad va a interrumpir ese desenlace. Y en esas “nimiedades” parece entrar también la técnica. Hace poco Diqui James dijo que en Fuerza Bruta no existe el “no se puede”, el arte no se acomoda a las posibilidades técnicas sino al revés: hay una propuesta artística, se pone al servicio la técnica necesaria, la que sea necesaria. Jaime creció en una casa donde así se trata al arte y en LOUTA se nota.
¿Hay que desarmar toda la escenografía para armar una nueva, en el momento que hay entre canción y canción? Se hace. ¿Hay que inflar un globo en el que entre una persona? Se hace. ¿Hay que atravesar una tarima en el medio del público? Se hace. ¿Hay que romper cosas? Se hace. ¿Hay que montar un show de luces mejor que el que tuvo Showmatch, allá a lo lejos, en su apertura del año? Sabelo que se hace. Primero el arte, después la técnica.
Pareciera que estoy describiendo un show para grandes estadios pero todo esto es posible en el under, ahí está LOUTA dando el ejemplo.
El show es ecléctico como el disco y más. Jaime lo explica bien: si el newsfeed de Facebook te escupe en la cara temas completamente diferentes uno atrás de otro, si en un playlist saltás de género en género sin distinción, si ese ya es el lenguaje de toda una generación que sin ese nivel de estímulo se aburre, ¿por qué su disco y su show iban a ser diferentes?
Lo arbitrario, lo caprichoso o la simple preferencia del artista aparecen no como lo disruptivo sino como lo que está bien por ser auténtico y comprometido, con lo que nos podemos referenciar porque nuestro cerebro también opera a esa velocidad, con esa arbitrariedad.
LOUTA es él, es el disco, es la compañía de artistas, son los técnicos, es el público, es cada show. Canta, baila, lee, posa, actúa. Pasa de canciones originales a conocidas deformadas. Y en todo ese licuado aparece una cosa nueva que es lo más parecido al lenguaje que la generación de internet sentimos como propio.
* Foto de portada: Matías Casal