Al margen de los gustos particulares referentes al vasto mundo del rock, es innegable que los Ramones supieron cosechar merecido reconocimiento durante una historia que se escribió por 22 ininterrumpidos e intensos años de carrera. Pero lo que no todo mundo sabe es que buena parte de este suceso fue construido recién a partir de Mondo Bizarro.
Este trabajo discográfico vio la luz en 1992, solo cuatro años antes de que los dos líderes fundadores de la banda que aún la integraban decidiesen ponerle punto final y disolverla. Y, al al contrario de lo que uno pueda imaginar, ese éxito no se transmitió desde su tierra natal hacia otras latitudes. Fue precisamente en suelo argentino donde se gestó la pasión más visceral por su música, una pasión que comenzó a germinar a mediados de los ochenta, pero que podría decirse que tomó impulso real recién con el primer desembarco en Obras Sanitarias en 1987 y a afianzarse con el segundo, en 1991.
Mondo Bizarro además le abrió las puertas a toda una nueva generación de fans que se interesó por investigar el pasado (reciente y no tanto) de sus cuatro artífices. En nuestro país el género punk ya se había ganado su lugar, fundamentalmente gracias a la labor de Los Violadores y luego de Attaque 77, más allá de que otras grandes agrupaciones ya habían nacido pero todavía no explotado. Y llega entonces este disco donde los protagonistas entregan su mejor performance, volviendo a las bases de ese sonido crudo y frenético que fue su sello distintivo y que se presenta como nunca gracias a la impecable producción de Ed Stasium y a la colaboración de Daniel Rey, dos piezas fundamentales en el desarrollo ramonero tras bambalinas.
Esa ejecución sin fisuras por parte de Joey, Johnny, Marky y C Jay se destaca por partida doble ya que los encuentra en un momento sin igual, a pesar del inexorable y a veces impiadoso paso de los años. Algo que al flamante dueño del bajo podía exigírsele, pero quizás no tanto a los otros tres, los “históricos” que ya a esas alturas habían rebasado la barrera de los 40, superado adicciones y desgastes producto de algunas desavenencias sobre las que hoy no viene al caso ahondar. La potencia de la batería, la intensidad de las guitarras, que se asemeja por pasajes más a una sierra eléctrica que a un instrumento de cuerdas, y una poderosa voz al micrófono están presentes en cada uno de los temas, salvando la excepción lógica que constituye la balada “I Won’t Let It Happen“.
Volviendo a C Jay, que hace su debut en este trabajo de estudio, supera expectativas y se establece sin duda alguna a la altura de sus compañeros. Incluso sus acertadas participaciones como vocalista en “Main Man” y en “Strength to Endure” constituyen la base para ganar protagonismo a futuro a través de otras, remarcables, en los trabajos discográficos siguientes. Y, claro está, en vivo también. Otro que colabora con valiosos aportes es Dee Dee, por supuesto ya no como bajista pero sí desde otro ámbito en el que siempre supo sobresalir: la creación de canciones. De hecho, las dos que interpreta su reemplazante son de su autoría. ¿Cuál es la restante? Nada menos que “Poison Heart“, hit indiscutible reconocido a nivel internacional incluso fuera del ambiente punk (quizás estamos acá frente al tema más complejo y mejor estructurado del repertorio completo de la banda).
Y hay más. Cuando decimos que todo confluye para lograr una obra cumbre, realmente nos referimos a todo. Incluso Joey recupera ese protagonismo compositivo que nunca debió perder para crear joyas que exploran las más variadas temáticas. Desde “Censorshit“, que abre el disco a todo trapo enarbolando un potente mensaje contra la censura y el fascismo, hasta “Touring“, que con un ritmo alocado da cuenta de los placeres de salir de gira y recorrer el mundo. Otros temas firmados por él son la mencionada “I Won’t Let It Happen”, “Cabbies On Crack“, “Tomorrow She Goes Away“, “Heidi is a Headcase” y la destacable “It’s Gonna Be Alright“, un merecido reconocimiento a los fans alrededor del mundo que por extraño que parezca nunca fue considerado dentro del repertorio que solían entregar en vivo. Y hasta Marky se da el gusto de escribir, aportando junto a su amigo Skinny Bones dos perlas: “The Job That Ate My Brain” y “Anxiety“.
Por último, no podemos omitir resaltar la versión de “Take It As It Comes” de The Doors, un cover que reinventa un temazo, aggiornandolo al estilo Ramones. Algo que ya habían demostrado saber hacer anteriormente y que en esta oportunidad oficia de prefacio para lo que vendría en el futuro cercano: Acid Eaters, otro reconocido trabajo compuesto exclusivamente por reinterpretaciones de clásicos del rock de los sesenta, producidos de manera impecable bajo su propio sello.
A pesar de los años y las desavenencias insalvables entre Joey y Johnny, Ramones demostró una vez más que no permitirían que nada afectase la calidad de su material. Esto constituyó para ellos un compromiso sagrado, tanto así que jamás consideraron el error de prolongar demasiado la vida de la banda si eso condicionaba ese mencionado nivel de su trabajo. Y fue por eso que solo cuatro años más tarde dijeron adiós para seguir cada uno su camino, dejando un vacío que flota en el aire desde el día en que sonó el último acorde. En menor medida, el inoxidable Marky por un lado y por otro Mickey Leigh (hermano de Joey), Richie y C Jay se encargan todavía de mantener viva esa llama.
Separarse fue una entendible y respetable decisión, aunque con certeza la gran mayoría de sus fans les hubiesen perdonado la reducción lógica de algún grado de esa calidad con tal de haber podido disfrutar un poco más de su música y sus shows. Fundamentalmente ese grupo que los descubrió recién en esa última etapa. Pero como dijo alguna vez el propio Joey: “Nuestro sonido no es un cliché, es una marca definida en todo el mundo y que algunos quieren imitar pero muy pocos lo logran. Como The Who, Led Zeppelin y The Beatles, Ramones también tiene un sonido que constituye su marca de fábrica”. Una marca que trasciende líneas de tiempo.