A quienes tienen gustos musicales diversos, siempre les resultó ineludible la tarea de actualizarse a los nuevos soportes de reproducción. En el último año, plataformas de streaming como Spotify han simplificado y ordenado la experiencia, brindando la posibilidad de construir una identidad musical a través de bibliotecas de discos y playlists, la recomendación de artistas nuevos a través del algoritmo, y compartir en redes sociales lo más escuchado durante el año.
Sin embargo, nunca está demás recordar que no siempre fue así. Los soportes que siguieron a la popularización del reproductor de mp3 suspendieron otras prácticas asociadas al ritual de escuchar música, como el visualizer de los antiguos softwares de reproductores de música. Entonces, reconstruyamos brevemente cómo llegamos hasta nuestras aplicaciones actuales y las escenas cotidianas que marcaron los puertos en esta arqueología del consumo musical.
Volvamos a una o dos décadas atrás, cuando la práctica de escuchar música de forma digital ya había desplazado a la compra de discos físicos. ¿Cuál era la típica escena de alguien que convivía con la práctica de escuchar música? Una PC de escritorio -o notebook- y unos parlantes conectados al CPU -o unos auriculares-. Este cuadro urbano, casi como un eco de los años 90 de cualquier amante estándar del mundo sonoro, puso en el centro de la escena la fiebre por el visualizer, que constitía en la posibilidad de “visualizar” las pistas que reproducían programas como Winamp o el Reproductor de Windows Media.
Las visuales eran abstractas, o ligadas a un constructivismo plástico colorido, que trazaban una correspondencia estética entre el sonido y la imagen. Esta práctica, aunque ejecutada de una manera más escueta y menos ampulosa, fue incluso llevada a algunas compañías de televisión como DirecTV que, a comienzos del milenio, presentaban la novedad de los canales musicales.
Si bien en otras partes del mundo, como en Estados Unidos, ya existían equipos analógicos capaces de generar esta experiencia psicodélica de “ver música”, como el Atari Video Music de 1976, ninguno había prosperado. No fue hasta finales de los 80 y principios de los 90 que la práctica del visualizar cobró masividad con softwares como Psychedelia de 1984, Virtual Light Machine de 1990, y Open Cubic Player de 1994, entre otros; hasta la consolidación de este fenómeno en la era de Internet con la irrupción de los reproductores multimedia como Audion, SoundJam, Foobar 2000, iTunes y los más populares Winamp y Windows Media.
Todos ellos funcionaban sobre una correlación entre el espectro de frecuencia y amplitud del sonido con las imágenes que representan ese espectro. Es decir, una “visualización espectral”. Más allá del tecnicismo, el término sin dudas no deja de resonar en su matiz metafórico, esto es, el concepto que indica que en todo sonido subyace un fantasma, un cuerpo, una materia intuitiva que puede materializarse en una visión, en una epifanía auditiva.
A diferencia de los videoclips de animación que por aquel entonces comenzaban a cultivar artistas como Gorillaz o Daft Punk -artistas cuya impronta visual influenciaría esta nueva ola-, el visualizer de estos software se caracterizaba por no ser mimético o figurativo a un realismo, elementos que sí podemos reconocer en los visualizers actuales, sino que presentaba una estética alusiva, circular y elíptica a la música que pretendía visualizar.
Muchos artistas de los últimos años han adoptado, en lugar del clásico videoclip más cercano a lo cinematográfico, por publicar visualizers oficiales como corte de difusión, elemento que era más utilizado en las proyecciones de música electrónica. Entonces, ¿es correcto hablar del género visualizer en el mundo del videoclip? De ser posible, existe, sin dudas, por nuestros días, un revival de aquellos patrones estéticos visuales impulsados por software y multimedias en décadas pasadas.
El renacer de esta estética también llegó a Argentina. En conmemoración al aniversario de nacimiento -11 de agosto- y fallecimiento -4 de septiembre- de Gustavo Cerati, el director musical Dany Jiménez estrenó cuatro visualizers correspondientes a las canciones “Amor amarillo”, “Bocanada”, “Otra piel” y “Rombos”. Estas producciones siguen, en mayor o menor medida, las características del visualizer clásico: el uso de imágenes abstractas, cercanas a la psicodelia.
El visualizer no es más que la confirmación de que la música es tal vez el arte más abstracto y uno de los que permite mayores conexiones entre distintos modos de expresión. La plástica y las disciplinas audiovisuales siempre fueron andamiajes paralelos al sonido, tanto de expansión significante como derivas imaginarias. Ciertas músicas más que otras son sensibles a la proyección visual, como si fueran lienzos en donde el oyente libremente traza su mapa perceptivo con los simbolismos de un pictograma, que obnubilan por su mensaje tan sólido como estructurante y enigmático.
A continuación, te presentamos una lista con algunas producciones significativas de esta tendencia.