El miércoles 30 de octubre se realizó el quinto encuentro de Mi tesoro indie, el ciclo ideado y co-producido por Indie Hoy y Ciudad Cultural Konex que propone una conversación entre una personalidad del mundo de la música y un artista de otra disciplina, sobre los recuerdos que rodean a la cultura independiente. Con la moderación de Dani Umpi, los invitados del último encuentro fueron el músico y comediante Julián Kartun y la escritora Tamara Tenenbaum.
El libro que Julián lleva siempre en su mochila
Desde el principio de la charla, Tamara se diagnosticó como patológicamente anti-objetos. No tiene ningún tipo de cariño con lo material y se siente muy conforme con ese desapego. Le agrada su confianza en internet, donde lo fugaz del conocimiento jamás se va a correr de ese lugar cibernético. Es una cuestión generacional según la escritora, de gente que se crió descargando canciones en vez de comprando discos. El verdadero tesoro es lo que queda impreso en mente y sentimiento, cuando lo material se aleja y desaparece. Julián comparte esa apatía con los tesoros físicos, pero lleva guardado uno en la mochila que lo acompaña a muchos lados y le ha servido siempre de guía. Es una edición vieja de Free Play de Stephen Nachmanovitch, un ensayo sobre la improvisación escrito por un músico de jazz en los años 70, que se enfoca en la figura del niño interior, la filosofía Zen y la expresión natural.
Artistas que buscan en lo real
La escritora de El fin del amor habló sobre cómo exprimir lo mejor de diferentes situaciones, la importancia de aprovechar una entrevista para luego también incorporarla a su libro, y darle la vuelta a un trabajo ya hecho para generar algo nuevo. Preguntar el por qué de las cosas es un mecanismo que logró incorporar a su vida de forma metódica, sea caminado por la calle o comprando en una panadería. Tamara relaciona esto con su amor por la ficción y la invención de situaciones, más que con una búsqueda de saber o información. Para el vocalista de El Kuelgue, está todo ahí en la realidad, en la calle, en el transporte público o en una conversación de alguien que no conocés. El lenguaje coloquial sacado de contexto puede ser algo poético y maravilloso. Dio el ejemplo de un amigo que se quedó solo, tenía dos perros y uno se comió a otro. “Esto es canción,” pensó y terminó incorporándolo en su canción “Parque acuático”.
La influencia de sus infancias
Tamara se crió con una educación judía ortodoxa en el barrio Once. En su libro narra los vínculos millenials desde esta perspectiva, “porque pasé toda mi vida intentando entender cómo la gente se vinculaba con las cosas que yo no conocía.” Contó que las barreras de su cosmovisión se denotaban en detalles que descubría por la televisión. Y eso, de pequeña, la hizo reflexionar sobre el comportamiento ajeno y cuestionarse, por ejemplo, por qué la gente se pone de novia con gente que no se casa. Eso le hizo entender a muy temprana edad algo tan importante para su vida como el pacto ficcional. “¿Cuán real es lo que pasa en la televisión comparándola con la realidad?” se preguntó. Julián era un joven problemático enojado con la vida, lo echaron de colegios y tenía una banda de punk rock llamada Desafortunadas Depresiones. Le encantaba imitar a Ricky Espinosa, pasión que no se fue con el tiempo, ya que en la canción de El Kuelgue “Angel caído”, hay una reminiscencia directa a “Más feliz que la mierda” de Flema. Tenía una necesidad de pequeño de expresar el arte de varias formas, desde tocar canciones Green Day a probar con las tablas de los escenarios, pero actuar no estaba bien visto como adolescente punki, entonces para pensarse ñoño lo escondió por un tiempo. Hasta que el tiempo hizo lo suyo y salió la combinación que vemos hoy.
Ambos eran fans de Fun People
A Julián le gustaban mucho las películas de mafia y le encantaban las historias que contaban directores como Terry Gilliam y Martin Scorsese. En cuanto a la música, la deformidad es algo que siempre guió el sendero de sus preferencias. Le fascinaba la psicodelia y diferencia de los Illya Kuryaki, como también hoy apuesta a lo diferente en propuestas actuales como la de Louta. El Parque Rivadavia lo empapó de la cultura punk y vasca, con bandas como Eskorbuto y La Polla Récords, y luego artistas más experimentales como Björk, Radiohead y Portishead. Pero Nekro de Fun People lo volvía loco, una obsesión que quedó impresa en uno de los hits de la banda, “Bossa & People”. “Escuchar a un tipo cantar mitad en inglés, mitad en español, con la voz de Shakira, haciendo letras de veganismo, mientras estaba bailando… eso me parecía único.” A Tamara también le encantaba Fun People e iba a todos sus conciertos, aunque sus primeros intereses siempre fueron mujeres. Su primer amor fue Tori Amos con su disco To Venus and Back, sentía mucha cercanía en la confesionalidad de las letras y en su vida ya que Amos había crecido en la religión con un padre pastor y su sonido nunca renegó con la música sacra. También flasheaba mucho con Björk, PJ Harvey y Joni Mitchell, artistas que se volvieron en cierta manera atemporales.
La fascinación con lo cercano
Tamara leía mucho cuando era pequeña, le encantaban las novelas del siglo XIX y su extraña forma de expresar lo que la gente sentía. A partir de Cumbres borrascosas de Emily Brontë, comprendió la sutileza de la literatura y de la potencia de lo no dicho. Más adelante conoció la literatura de Fabián Casas luego de leer Ocio, y sintió por primera vez que hablaban de un lugar que ella conocía. Acostumbrada a soñar con casas embrujadas de Inglaterra, se sintió completamente influenciada en sus futuros cuentos ubicados en el barrio de Once. “Fabián me mostró que podía hacer poesía con algo que inicialmente no la tiene, pero que sí la tiene, porque poesía es otra cosa,” dijo la escritora. A Julián también lo fascinó su Villa Crespo y todos sus personajes. Recuerda que su primer flechazo fue con Fernando Peña, no podía lograr comprender cómo podía ser que un tipo sea un artista tan completo que atravesaba todo tipo de límites. Fue quien más lo inspiró desde que vio un show subido de tono en Villa Gessell cuando tenía diez años. Ahí entendió que cualquier personaje que hacía existía en realidad, porque quien respondía no era el actor sino el producto de su imaginación. Ahora Julián interpreta a un personaje llamado El Payaso Rodri que nació en un mundo hostil, pide plata en la calle mientras va vestido colorido y llora por una tal Fabiana. Es psicótico porque asegura que es el Chino de Jugate conmigo y representa su vida con títeres. A Julián le fascina esa magia de ir conociendo al personaje y encontrándolo mientras lo va viviendo.