Si bien la página de Niceto o los carteles callejeros que anunciaban la fecha no lo mencionaron, el show se encuadró como parte de la gira de presentación de Reluciente, rechinante y aterciopelado, el único álbum grabado en vivo por la banda y editado en abril de 2016. Así, como Babasónicos, los colombianos reversionaron sus temas más exitosos (en un concierto repleto de invitados: León Larregui, Macaco, etc) con atmósferas sonoras diferentes. El show en consecuencia se centró en este álbum, y todas esas canciones que uno quería escuchar en su versión original, fueron presentadas en su nueva versión. Hubiera estado bien algún indicio para aminorar la expectativa, pero eso no le quitó explosión a un show que mantuvo una intensidad eufórica, quizás como nunca había sucedido en una fecha de la banda colombiana en nuestras tierras.
En el último show que habían dado en Argentina, allá por septiembre de 2010, también en Niceto, no habían logrado llenarlo ni por asomo. ¿Cómo se explica que ahora, siete años más tarde de aquella vez, sin ningún hit nuevo que les haya reafirmado la popularidad, y sin un álbum con canciones nuevas en más de diez años, el lugar haya estallado hasta el sold out? De todas las respuestas posibles, la verdad estaba delante de mis ojos: la cantidad de colombianos que en estos años vinieron a vivir a nuestro país. El boliche de Palermo se convirtió en una sucursal cafetera. Desde el escenario Andrea saludó a los compatriotas en la sala, y casi todo Niceto correspondió a ese saludo como un grito de guerra. Afuera, una mujer morena enfundada en un ajustado vestido con los colores amarillo, rojo y azul vendía arepas (que por cierto, al final del show, vendió muchísimas). La ola inmigratoria se hizo sentir y encontraron en ese reducto porteño, un vínculo definitivo que los hermanaba a tantos kilómetros de casa. Por eso Niceto explotaba, y quedó chico. La banda también parecía sorprendida. A la salida uno de los músicos hablaba en la vereda con un grupo de personas que habían ido a verlos. Parecían amigos, y quizás lo eran, quizás se volvían a ver luego de años. Durante todo el set, banderas colombianas flotaban entre las cabezas (una fue arrojada al escenario y levantada por Echeverri que se la colocó como una capa), y por momentos los locales nos sentimos curiosamente extranjeros.
Pasadas las diez de la noche, y ante la insistencia de un público que padecía un apretujamiento considerable, Gregorio Marchan en batería, Leonardo Castiblanco en guitarra, Adriana Vázquez en teclados y coros, Andrea Echeverri colorida –en composse con los adornos del escenario y el juego de luces- como una moderna Frida Kahlo, y el bajista Héctor Buitrago, el otro símbolo de la banda, subieron al escenario para despedirse una hora y media más tarde tras interpretar una lista de 15 canciones. No faltaron “Bolero falaz”, su mayor éxito, ni otras hermosas piezas como “Luz azul”, “Candela”, “Baracutana”, “El álbum”. Hasta hubo lugar para “Yo” de Dos, el segundo trabajo solista de Andrea Echeverri y “Soy la semilla nativa”, de Niños Cristal, álbum en soledad de Buitrago.
Musicalmente, Aterciopelados suena a la perfección. Cuando uno piensa que ya no puede sonar mejor, que ya alcanzó su cúspide, se presenta y eleva la vara aún más, y uno debe convencerse de que en cada oportunidad trasciende. Ésta versión 2017 muestra una banda compacta, completa, llena de recursos, donde cada integrante plasma una visión de la música que aporta a un todo. Andrea es el imán, el catalizador indiscutible que potencia cada una de las partes. La cantidad de instrumentos, los distintos ambientes que logran, los juegos de sonidos, hablan de una banda en permanente metamorfosis, que avanza con un pie en la tradición y con otro en el futuro. En una entrevista reciente la líder dijo que el desafío de la actualidad “Es llegar a hacer lo tuyo y tratar de que sea atractivo y que suene moderno, pero que siga teniendo todo eso que has construido”.
Algunas canciones, cuyas letras superan los 20 años, sonaban frescas como si las hubieran escrito ayer. Será que los valores que promueven y esa actitud de protesta, se vuelven cada vez más necesarios en un mundo pendiente de dos locos y algunos cohetes. Es imposible ser indiferente a su mensaje de conciencia social, que como mantras combativas denuncian las injusticias políticas, la destrucción del medio ambiente, la igualdad de las mujeres, la apariencia por sobre la esencia y la estupidez humana.
La hermandad latinoamericana que promueven desde la música, puede notarse en su amplio espectro musical, donde todos los estilos conviven y están invitados. Cumbia, rock, pop, rumba, jazz pueden estrechar lazos en una misma canción sin caer en un pastiche desagradable. “He venido a pedirte perdón” (una especie de electro- bolero cuyo autor original es Juan Gabriel) nada tiene que ver con la power “Florecita Rockera” o la salsera “El estuche”, pero todas mantienen la cohesión y reafirman la identidad eclética de una banda que se había disuelto en 2012. Reluciente, rechinante y aterciopelado, que se editó en CD y DVD, significó la reunión entre Andrea y Héctor, luego de este impass donde cada uno se dedicó a sus carreras solistas. Estar en Niceto ésta noche, es ser testigos del reencuentro de una de las duplas creativas más grande que dio Latinoamérica.
Andrea Echeverri es un ser de luz que inspira calidez y amabilidad. Uno puede intuir que persona y personaje son el mismo ser, que todo lo que dice, lo siente y todo lo que piensa, lo hace. Su sonrisa, siempre genuina y natural, es un abrazo constante. Es una artista a la que el paso de los años (la banda lleva 27 en carrera) no le quitó el placer del juego, ni las ganas de disfrazarse o ponerse estrambóticos sombreros. En esta mujer reside un niño interior muy activo, que la vuelve atemporal, anacrónica, eterna.
Desconozco cómo será en otros países, pero en Argentina, nunca se despidieron sin repartir obsequios en sus presentaciones. Alguna vez en un festival en Puerto Madero donde cerraba Duran Duran (¿Quién habrá armado ese line-up?), regalaron cajas rítmicas de plástico y cartón pintadas a mano. La anterior vez, regalaron medallones de cerámica con el logo de Río, su séptimo disco de estudio. Esta vez no fue la excepción, Andrea apareció con una bolsa de caramelos y, como una piñata descontrolada, se puso a arrojar los dulces a la marchanta. Al final del show, cada uno de los integrantes revoleó, con mayor o menor suerte, frisbees que tenían impreso el nombre de la banda y la fecha. Esos pequeños gestos traducen una generosidad y una dedicación que muy pocos artistas tienen.
Promediando el show, presentaron “Re“, un homenaje a Café Tacvba. Andrea manifestó varias veces que el disco Re fue una influencia muy fuerte para ellos. La canción que tiene todos los tonos en re y cuyos versos comienzan con re (“Reconozco, recibí, recito, reinvento”, etc) dice que el conjunto mexicano es “lo mejor del continente”. Era inevitable pensar, mientras sonaba, que por esas casualidades del destino (y de agendas), la banda homenajeada va a estar sonando una semana más tarde pero en el Gran Rex. De otra manera, seguro hubieran compartido una cancioncica juntos, para delirio de todos; argentinos, colombianos, latinoamericanos.
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Olor a faso: 85%
La frase (del público): a minutos de las 22 horas y con algo de impaciencia, empezó a corear “Mañana trabajamos, mañana trabajamos”.
La frase (de Andrea Echeverri): “Soy responsable de muchos bebés [por su música]… yo la cagué y tuve dos…por favor pónganse condón”.
Agite: 60%
Nivel de hippismo: 60%
Actitud Rocker: 70%
El Clímax: Niceto explotó con “Bolero falaz” al punto de tapar la música y la voz de la cantante.
La decepción: la ausencia de un puestito de merchandising.
El detalle: Echeverri prometió volver para presentar el disco nuevo que están haciendo (con Cachorro López)
Foto principal: Anabella Del Hom.