La ciudad de Burton queda en el condado de Washington, en el estado de Texas, y según el último censo, su población asciende a 301 personas. Eso y un granero con piso de tierra, vacas pastando al fondo y la puerta abierta para que corra viento, es todo lo que necesitó Khruangbin (traducido del tailandés como “aeroplano”) para cocinar su exótico sonido: un blend nómade que bebe tanto de la escena funk de Tailandia como de la psicodelia persa, el surf, el dub y el soul. En otras palabras, música para volar.
Sin embargo, la fórmula inicial fue un tanto extraña: una bajista que recién aprendía a tocar (practicaba para combatir su insomnio), un guitarrista que quería ser batero, y un baterista que venía de tocar el órgano en una iglesia de Houston. Así y todo, su primera grabación terminó en un álbum compilatorio curado por Bonobo, a quienes terminarían teloneando, y con su disco debut de 2015 construyeron una importante base de fans; entre ellos Anderson .Paak e Iggy Pop. Desde entonces han girado junto a Father John Misty, Tycho, Massive Attack y Leon Bridges, entre otros. Con semejantes credenciales, era de esperar que el debut de Khruangbin en Argentina estuviese a la altura del fenómeno.
“Guitarra, vas a cantar”, pareció ser el lema del carismático Mark Speer desde el instante en que puso un pie sobre el escenario de Vorterix. Porque aunque la gran mayoría de las composiciones son instrumentales, su guitarra funcionó como un narrador en primera persona, una voz alrededor de la cual se estructuraron las canciones. Como un Peter Green en versión siglo XXI, el gurú de la Stratocaster dio cátedra de virtuosismo, pero ante todo, hizo gala de su versatilidad: impresiona la diversidad de sonidos que es capaz de arrancarle a su instrumento.
El groove está en el corazón, y eso Laura Lee (adivinen si aprendió a tocar el bajo) lo entendió muy bien. Desde aquel comienzo con “Bin Bin”, pasando por la solidez disco-funk de “Evan Finds the Third Room”, el guiño al clásico “Misirlou” y hasta el bis de despedida con “People Everywhere (Still Alive)”, se encargó con consistencia, sentido de la economía y sin excentricidades, de marcarle el pulso a las excursiones psicodélicas de Mr. Speer. Otro tanto, aunque sin peluca, hizo Donald Ray “DJ” Johnson desde los parches. “No esperábamos esta reacción”, se sorprendió Speer ante la devoción del público, que hasta coreó las melodías de su guitarra.
Si hablamos de devoción y euforia, la cosa no fue tan distinta para BadBadNotGood, aun cuando lo suyo estuvo más ligado a la introspección que a una bacanal lisérgica. En su segundo desembarco porteño (el primero había sido en 2017, con dos fechas seguidas en Niceto Club) el combo canadiense volvió a hacer gala de la premisa que rige su propuesta: la forma del jazz por venir. Cuando aparecieron en 2010, el tecladista Mathew Tavares, el bajista Chester Hansen y el baterista Alexander Sowinski apenas superaban los 20 años, y ganaron notoriedad por sus covers instrumentales de hip-hop. Pero siempre miraron la música a través del lente del jazz (se trata de jazzeros influenciados por el hip-hop, y no al revés). El pasado 4 de octubre Tavares, quien ya venía tomando distancia de los escenarios para centrarse en la composición de canciones y la creatividad dentro del estudio, anunció su partida definitiva del grupo. En su lugar, la banda incorporó al pianista James Hill para sus giras, y basta verlo en acción (la complejidad sutil que despliega en “Kaleidoscope”, por ejemplo) para apreciar su aporte.
El viaje arrancó con “Speaking Gently”, de su aclamado álbum IV (2016), y si Mark Speer se había convertido en una suerte de maestro espiritual durante el show de Khruangbin, en Badbadnotgood ese rol vino a ocuparlo Alexander Sowinski. A su virtuosismo en los parches le sumó una actitud arengadora, la misma que en 2017 había hecho estallar a todo Niceto en un eufórico pogo jazzero (sí, pogo jazzero) al momento de “Lavender”, y en este sentido Vorterix no fue la excepción. Solemnidad cero, esa es la otra premisa que pone en práctica el cuarteto de Ontario, que completó esta formación luego de que el saxofonista Leland Whitty, colaborador frecuente, se sumara en 2016.
“Venimos de tocar en Santiago de Chile, y vimos lo que está pasando allá”, contó Sowinski antes de que la banda se despachara con la segunda composición nueva de la noche. “Para nosotros es importante estar al tanto de lo que pasa”, manifestó, para terminar de sellar la comunión con el público. Es que el jazz del futuro llegó hace rato, pero ante todo, refuerza su compromiso con el presente.
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Foto principal: BadBadNotGood, por Jonathan Delgado.