Luego de poco más de una hora y media de concierto, Chan Marshall, mejor conocida como Cat Power, abandonó el escenario principal de Niceto Club juntando sus manos para pedir perdón mientras balbuceaba explicaciones y se secaba algunas lágrimas. A pesar del esfuerzo que puso arriba y abajo del escenario, los problemas de sonido, el calor y la incomodidad perpetua de la artista de Atlanta, provocaron un desenlace con sabor agridulce para uno de los shows más esperados del verano porteño.
La noticia del quinto arribo de Cat Power a la Argentina (2001 en el teatro Margarita Xirgú, 2009 en el Gran Rex, 2010 y 2013 en el teatro Coliseo) llegó a finales de enero. En menos de un mes, “la inestable y seductora” muchacha –tal como la describieran en la gacetilla de prensa- que atravesó adicciones, enfermedades y abandonos, se presentaría en un concierto íntimo acompañada solo por su guitarra y su piano. Si la tercera y la cuarta no fueron las vencidas, Marshall tenía una quinta oportunidad para dar un show completo y sin escalas. Pero el asunto volvió fallar.
Cat Power salió al escenario con un vestido negro de mangas largas, una guitarra a cuestas y un cigarrillo humeante estratégicamente acomodado en el clavijero. Niceto Club la esperaba repleto de gente, y justo antes de los primeros acordes comenzó a sobrevolar una sensación extraña entre los presentes: haber elegido ese lugar para dar un concierto íntimo tal vez había sido un error.
Las canciones no sonaban a sus canciones, sino más bien a versiones libres e inconclusas que iban apareciendo y desapareciendo de su cabeza. Sonó parte de “Fool” y más tarde “Hate“, pero cuando la atmósfera parecía crearse, Chan la esfumaba de un cachetazo interrumpiendo la interpretación y pidiendo con gestos que acomoden el sonido de su micrófono.
El formato guitarra y voz duró poco. Cat Power se cansó de los problemas y, con algo de dificultad para trasladarse en el escenario, se sentó rápidamente en el piano que tenía a su izquierda. Cambió el cigarrillo por un té y la sensación de incomodidad por una sonrisa que daba algo de esperanza. Luego de una versión desgarradora de “We All Die” llegó “Colors and the Kids” y más tarde “Maybe Not”, quizás uno de los momentos más sobresalientes de la noche.
Pero cuando iba a la mitad de “3,6,9“, de su último disco hasta el momento, Sun (2012, Matador Records), Marshall volvió a interrumpir el show para pedir que corrijan el sonido de su micrófono. Ya hacía rato que los espectadores se dividían entre aquellos que hablaban sin prestar atención y el resto, que pedía que se callen. Como si eso fuera poco, cuando se lograba conciliar el silencio, el estruendo de la ventilación de Niceto Club tapaba los susurros de la cantante.
Antes del cierre, Chan volvió a la guitarra y trató de remontar vuelo, pero ni la buena versión de “Great Expectations”, ni el intento de mostrar su costado más grunge, lograron conectar con un público que ya se había rendido. Para el final, sus manos pidiendo disculpas, sus labios diciendo perdón, las lágrimas y un aplauso que mezclaba ovación con piedad. La quinta no fue la vencida.