El estrecho compromiso de David Lynch con la meditación trascendental se remonta a 1973 (en ese entonces tenía 27 años y se encontraba en Los Ángeles, en la ardua tarea de conseguir fondos para terminar de rodar Eraserhead, su celebrada ópera prima), y siempre que se le pregunta al creador de universos tan inquietantes como los de Mulholland Drive o Lost Highway qué significa en su vida esta práctica, responde sin titubear que se trata de un tesoro, y que avocarse a ella es la mejor decisión que uno pueda tomar. Tanto es así, que en 2005 creó una fundación con la intención de promover y apoyar esta técnica dentro de las escuelas.
Un enigmático anuncio lanzado en octubre vía redes sociales (un video de poco más de un minuto en donde se lo veía al mismísimo David haciendo gestos robóticos a un mono blanco que decía hablar en nombre suyo y citaba a un encuentro en Niceto Club el 1 de noviembre), encendió la mecha entre los fanáticos, y la especulación con su posible visita, virtualmente arengada además por el hashtag #BAsaludaDavidLynch, derivó en una catarata de mensajes cargados de expectativa. Poco duró, sin embargo, la ilusión de tener al ícono del surrealismo estadounidense en cuerpo presente, ya que días después se confirmó que su manifestación en el evento sería sólo mediante streaming.
Aun así la propuesta, un concierto a beneficio de su fundación en el que participarían varios artistas locales, seguía teniendo su atractivo.
El evento, como ya se venía anunciando, tuvo lugar el miércoles 1 de noviembre en Niceto Club, y mientras en el fondo del escenario principal se proyectaban imágenes del inquietante video promocional, el maestro del onirismo “psiquedélico” de la gran pantalla, se aprontaba para ponerse frente a la cámara de su iPhone en alguna habitación de un hotel de París. Apenas media hora después del horario anunciado, una voz femenina que inundaba el espacio sin que pueda verse a quién pertenecía (otro gesto lyncheano, aunque quizás no intencional), explicó cómo sería la dinámica, y luego de aclarar que eran la 1 de la mañana en París -por lo cual David se había despertado para la ocasión-, confirmó que estaba todo listo para iniciar la transmisión.
Kevin Johansen fue uno de los encargados de romper el hielo haciéndole algunas preguntas, y cada respuesta de David reflejaba que además de considerarla una práctica sumamente beneficiosa, él mismo encontró en la técnica creada por Maharishi Mahesh Yogi -también el famoso gurú de los Beatles– una herramienta clave para su proceso creativo (ya había dedicado su libro Atrapa el pez dorado a ahondar en estas cuestiones). Entre otras cosas, contó cuán revelador resultó para él haber podido ayudar, mediante esta técnica, a veteranos de guerra que sufrían de fuertes pesadillas a causa del síndrome de estrés post-traumático, y cómo la meditación trascendental potencia cualidades que son inherentes al ser humano, como la inteligencia, la creatividad, la felicidad, el amor, la energía, el poder y la paz.
Sin embargo, en la filmografía de Lynch no todo es tan clarificador. Sus universos apuntan directo al inconsciente cual sueños vívidos, y salvo excepciones (The Straight Story, The Elephant Man), al director jamás le tembló el pulso a la hora de dejarse llevar por su febril imaginación, aunque esto implicara rehuirle a la transparencia narrativa. Esto, sumado a un magistral manejo estético y sonoro, lo convirtieron en una figura de culto, y el hecho de que tenerlo vía Skype coincida con el furor post-estreno de la tercer temporada de su serie Twin Peaks, donde además hay un capítulo en el que aparece Buenos Aires, volvió inevitable la pregunta al respecto: ¿por qué es importante nuestra ciudad en ese contexto? El señor de jopo inalterable y tono didáctico se refirió al personaje de Philip Jeffries, interpretado nada menos que por David Bowie en la precuela de la serie estrenada en el ’92, como la razón para esta decisión (en dicha precuela, Jeffries visita la Argentina y vive misteriosos sucesos).
Tantas otras cosas se le podrían preguntar a Lynch, que los 20 minutos que duró el streaming quedaron algo cortos; pero el mensaje final fue motivador:
“Vayan y aprendan esta técnica; empiecen a disfrutar verdaderamente la vida, y a desplegar su verdadero potencial como seres humanos, que es la iluminación. Todo lo mejor para ustedes, y ¡hurra por la Argentina!”
La imagen de David desapareció de la pantalla, y casi de inmediato arrancó Kevin Johansen con una versión folky de “Modern Love”, que coronó con un “Salud, David. ¡Los dos David!”. Le siguió Santi Moraes (de Los Espíritus) a pura armónica y guitarra acústica con dos canciones de su proyecto solista, y luego fue el turno de Diego Frenkel con “Río Herido” (de su disco debut) y “Dios”, canción incluida en el disco “Huija” de La Portuaria.
Richard Coleman hizo su paso fugaz por el escenario para hacer su clásica versión de “Heroes” –esta vez en formato acústico- , y Maxi Prietto tiñó la noche de psicodelia blusera con “Perro de hospital” y “No te rindas”, antes de dar paso a Autobahn 73.
El broche de oro lo pusieron Pola Harlow y sus Doppelgangers: lookeados con atuendos que homenajeaban a los personajes de Twin Peaks, interpretaron varios clásicos de los soundtracks lyncheanos, como “Laura Palmer’s Theme” (vale absolutamente la pena buscar el video que circula por YouTube donde mister Badalamenti, sentado junto a un viejo Fender Rhodes, relata con frenesí cómo la compuso), “Dance of the Dream Man”, tampoco podía faltar el inconfundible tema que suena en la secuencia de créditos de la serie, ni “Candy Colored Clown” (solo Lynch pudo elegir esta balada de Roy Orbison para musicalizar una de las escenas más perturbadoras de Blue Velvet), entre otros, mientras los músicos mechaban, entre tema y tema, frases emblemáticas de los personajes.
El cierre llegó con la ensoñadora “Shadow”, de Chromatics, cuya cantante vendría a ser la Julee Cruise de la tercer temporada, y si después de semejante revival alguien llegó a casa con ganas de repasar la filmografía de este caballero de la oscuridad –y bueno, también de la iluminación- que cambió la forma de ver y comprender el cine, es más que lógico; y ante eso, sólo resta decir: está perfecto que así sea.
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Foto principal: Pablo Mekler.