El término “rejuvenecer” pierde sentido si se lo intenta aplicar a una figura como la de Giorgio Moroder, ya que si algo quedó en evidencia tras su segundo desembarco en territorio porteño el pasado 1º de junio, es que no ha envejecido. Sus 77 años se reducen a un mero dato informativo, y es a fuerza de innovación y beats contagiosos, como este gurú de los sintes ha logrado trascender generaciones y adaptarse a la era digital.
Al igual que en su visita de 2015, fue Niceto Club el encargado de recibirlo en el marco de su mítica fiesta de los jueves; sólo que esta vez se jugaron todas las cartas en una única noche y la apuesta dio como resultado una buena sobredosis de fiebre disco.
Cerca de las 23:30 y con una pista en la que apenas cabía un alfiler, las cortinas se cerraron y el escenario viajó en la máquina del tiempo para aparecer transformado en una discoteca de los ’70. Escoltado por un montón de bolas de espejos y un cuerpo de baile adornado con pelucas afro gigantes y outfits cargados de brillo -no podía ser menos tratándose del amo del disco-, Giorgio encaró las bandejas. Además de la obviedad del bigote canoso y los rasgos físicos que sí evidencian el paso del tiempo, el hecho de optar por una indumentaria más propia de entrecasa también llamó la atención, pero en última instancia no hizo más que reforzar la idea de que la música disco, más allá de sus reconocibles clichés estéticos, es un género musical que no debe circunscribirse a lo meramente visual.
Con un set que giró en torno a reversiones de sus grandes clásicos, el italiano repasó su vasta carrera como productor musical y compositor, haciendo escala también en Déjà Vu (2015, RCA Records), su trabajo más reciente. Como apertura eligió “Love To Love You Baby”, el hit de 1975 que selló el éxito internacional de Donna Summer, y que fue la chispa inicial para que el mix generacional amontonado en la pista de Niceto comenzara a arder. Y por si fuera poco, otro elemento se sumó a la catarata de nostalgia retro: una pantalla gigante instalada al fondo del escenario que iba ilustrando cada canción con su correspondiente videoclip.
La dupla Moroder-Summer, cuya química conquistó a los de su generación -aquella dorada época de la música disco-, desde luego tuvo un merecido protagonismo; no faltaron hitazos como “On The Radio”, “Hot Stuff”, “Lucky”, y el emblemático “I Feel Love”, circa 1977, el cual le valió a Summer el polémico apodo de “la dama del amor”.
Los soundtracks cinematográficos son otro plato fuerte dentro de la carrera de Moroder, y sin duda sus composiciones ocupan un lugar entrañable en el corazón de los más nostálgicos –y también de los no tanto-, así que los momentos en los que sonaron las galardonadas “Take My Breath Away” (el tema de Top Gun), “Flashdance… What A Feeling” y “Chase“, el instrumental que forma parte de la banda sonora de Midnight Express, alcazaron la cumbre de la retromanía, al igual que “Scarface (Push It to the Limit)“, “Neverending Story” y el clímax del revival llegó con “Un’estate italiana”, la canción oficial del Mundial 1990.
En 2015, y tras un hiato de 30 años -su último trabajo había sido Innovisions en 1985-, Giorgio finalmente desenfundó el as que guardaba bajo la manga y editó Déjà Vu, donde se dio el gusto de formar equipo nada menos que con Britney Spears y Kylie Minogue, entre otros íconos del pop. Fue este lanzamiento el que sirvió de marco para su anterior visita, y en esta oportunidad volvió a hacer gala de él con tracks como la versión de Britney de “Tom’s Diner” (el clásico de Suzanne Vega), la autorreferencial “74 Is the New 24”, o “Right Here, Right Now”, en la sensual voz de Kylie.
“From Here To Eternity” -de su disco homónimo de 1977- fue otro highlight, y cuando el anfitrión mencionó a dos robots, no hubo dudas respecto de lo que seguía. “My name is Giovanni Giorgio, but everyboy calls me Giorgio”, dijo al micrófono, y dio comienzo a “Giorgio By Moroder”, este homenaje en forma de canción que los franceses de Daft Punk le rindieron en su disco Random Access Memories (2013, Columbia), y que a sus 73 años le devolvió la frescura introduciéndolo a una nueva generación.
“Call Me” de Blondie ya había hecho su aparición más temprano, y volvió a sonar para coronar la noche en un intento de cierre que no funcionó del todo; el público quería más Giorgio, así que la repetición de hits se transformó en una herramienta válida para extender la fiesta y mantener vivo el espíritu. Esta decisión, que en manos de cualquier otro hubiera sido síntoma de anemia creativa, fue el final lógico para un show que, con tanta abundancia de hits inmortalizados en el inconsciente colectivo, sólo estaba destinado a repetirse una y otra vez en un loop eterno de luces, brillo y sintetizadores. En manos de Moroder, lo que hubiera sido un castigo divino se convirtió en un festín de placer infernal.
Foto principal: Candela Fuertes