En abril de este año se había anunciado la visita de Horace Andy a nuestro país, y tratándose de su primer desembarco en plan solista, la expectativa creció de inmediato, tanto en quienes de movida asocian su nombre al reggae, como en aquellos que lo descubrieron gracias a su estrecha colaboración con Massive Attack desde comienzos de los ´90.
El hecho de que la fecha tuviera que reprogramarse dos veces (luego de que a Horace le robaran su pasaporte y otras pertenencias en el aeropuerto de Kingston, justo antes de abordar el avión) pudo haber dejado a algunos desalentados a medio camino, pero la tercera fue la vencida y para regocijo de los más esperanzados, el miércoles 27 de septiembre, el dueño del vibrato más encantador de la isla caribeña finalmente aterrizó en el escenario de Niceto. Allí lo esperaba nada menos que la banda del reconocido trompetista Hugo Lobo –alma máter de Dancing Mood-, para poner en marcha lo que sería un encuentro de comunión, música y conciencia al son de los poderosos riddims jamaiquinos.
Lo atractivo de la propuesta, además del despliegue antológico, residía en la confluencia entre públicos diversos: aquellos bien conscientes del legado sabían que tendrían cita con una figura sumamente respetada dentro de la escena; un indispensable de extensa discografía –casi 40 álbumes al día de hoy entre solistas y colaboraciones-, que supo dar sus primeros pasos allá por 1970 en el mítico sello Studio One de Jamaica bajo el ala de Coxsone Dodd, mientras que sus posteriores álbumes Pure Ranking (1978) y Dance Hall Style (1982) resultarían claves en el desarrollo del género dancehall. Por otra parte, los oyentes más cercanos a la electrónica o al rock experimental, que conectaron con él a partir de su incursión noventosa en el característico sonido made in Bristol, quizá redescubrirían en esta oportunidad, en esencia y espíritu, a este referente antillano que le estampó su inconfundible sello vocal a himnos trip-hop como “Man Next Door” o “Angel”.
Así las cosas, la noche arrancó con un regio precalentamiento a cargo de Lobo y sus secuaces dando cátedra en la materia, que puso a tono a los presentes inyectándoles las primeras dosis de fiebre roots. Los meses de espera empezaban a valer la pena, y luego de más de media hora de instrumental hipnótico y una efusiva presentación, Horacio hizo acto de presencia para completar el Dream Team y darle mecha a “Fever”, primer tema de la noche.
Lejos de hacerle honor a su apodo de “sleepy”, este caribeño envuelto en color rojo derrochaba buen humor y vivacidad, y considerando que para un verdadero rasta el escenario no es sólo un lugar de encuentro donde celebrar la música sino ante todo un vehículo para generar conciencia, Horace Andy en ese sentido hizo valer cada segundo -aunque no sin antes disculparse por el amague y relatar el desafortunado incidente con su pasaporte, cosa que hizo al término de “Just Say Who”-. Hecha la aclaración, el show continuó con “Something´s On My Mind”, “Love of A Woman” (uno de los instantes más sensibles de la noche), “Money Is the Root of All Evil”, “Bless You” (incluida en Livin’ it Up, álbum que grabó en 2007 junto a la dulpa Sly & Robbie) y mientras su backing band le ponía el cuerpo a tantos riddims sagrados, la voz acogedora de Horace se paseaba sobre esos grooves con la serenidad propia de aquel que se siente como en su casa.
Luego de interpretar “Angel” y “Girl I Love You” al hilo, lo que se vino fue una infusión de optimismo sanador de la mano de “Don’t Let Problems Get You Down”, para luego dar paso a la absorbente “Cuss Cuss”, que puso a todos en trance y rankeó entre los puntos más altos de la velada. La versión de “Ain’t No Sunshine” -el hit de Bill Withers publicado en 1971- era otro infaltable, y el cierre estuvo a cargo de “Skylarking“, clásico entre sus clásicos, que llegó en una versión megaextendida con solos incluidos y Horace presentando a cada uno de los miembros de la banda. Se despidió con una serie de sentidos y cálidos “¡one love!”, pero sus pocas ganas de dejar el escenario sumadas a un público que tampoco parecía tener demasiadas intenciones de irse, hicieron que el cierre se uniera casi de inmediato con el comienzo de “Mr Basie”. Este bloque parecía estar pensado para que las cuerdas vocales de Andy desplegaran toda su magia, y eso quedó confirmado cuando preguntó si había algún fanático de Massive Attack en la sala. La ovación en respuesta fue sentida, y es que el fruto de esa unión entre fuerzas pioneras le puso paisajes sonoros a los vaivenes emocionales de toda una generación.
Antes de embarcarse en una fraternal interpretación de “Hymn of the Big Wheel”, aclaró que se trataba de su canción favorita de las que grabó junto a los Massive, pero esa no fue la única yapa que hubo: tras una suerte de medley minimalista entre “See A Man’s Face” y “Every Tongue Shall Tell” (a capella), el broche de oro lo puso “Man Next Door” flotando sobre un arrullo de teclados. “Necesitamos un milagro para salvar este mundo”, insistió hasta el cansancio mientras su mensaje se encarnaba en cada uno de los presentes, y si bien hubo algunas joyitas que quedaron fuera del setlist como fue el caso de “Children of Israel”, “Do You Love My Music” o la mismísima “Spying Glass” -en cualquier caso, difícil abarcarlo todo con semejante bagaje discográfico a sus espaldas-, la experiencia fue completa y la deuda, para aquellos que anhelaban una oportunidad como esta, sin duda quedó saldada.
Que Horace Andy tiene su propia historia y es mucho más que la voz dulce en los tracks de Massive Attack, es un hecho que ya estaba claro de antemano –y si no, debería-, y en esta ocasión la balanza se inclinó a favor de sus raíces. Eso, sumado a su evidente gratitud y el respaldo de una banda de lujo, le agregaron a su accidentada pero fructífera visita un plus de vibras de las buenas, de esas que quedan rebotando en el espacio aún después de terminado el show. Ojalá se repita pronto, y Horacio querido: ¡el placer fue nuestro!
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Foto principal: Pablo Mekler