Durante la hora y veinte que duró su cuarto show en la Argentina, Jake Bugg sólo se limitó a pronunciar palabras de agradecimiento entre canciones, y han de considerarse afortunados aquellos que lograron captar el atisbo de una sonrisa en su rostro. A pesar de su semblante de piedra, de las dimensiones del teatro Vorterix y del frío de la noche del jueves 16 de marzo, el joven inglés logró generar un ambiente de calidez inmediata. Sólo necesitó de una simple guitarra para concretar el milagro y conmover a los numerosos presentes que lo aclamaron constantemente con gritos desesperados.
Una balada sobre la soledad fue la elegida para comenzar la velada en formato acústico: “On My One”, la que titula su último disco de estudio que en esta tercera visita al país vino a presentar, del que también sonó a continuación “The Love We’re Hoping For”. Después de un intento de interacción con el eufórico público, introdujo un tema de su primer álbum, “Country Song”, ideal para sentir la paz propia del campo al cerrar los ojos. Para cuando terminó la bellísima “Simple As This”, la conexión íntima se había concretado y fue posible pasar al siguiente acto.
Ya en compañía de su banda, el inglés soltó uno de sus primeros hits, “Two Fingers”, que fue coreado con emoción mientras todos alzaban dos dedos en el aire con una sincronizada coreografía. Fue fácil transportarse a los suburbios de Clifton mientras sonaba “Messed Up Kids”: “Juro por Dios que lo he visto todo y ya nada me impacta después de esta noche”, declaró en “Seen It All”, evidenciando que no es más que un alma antigua atrapada en el cuerpo de un chico de 23 años. Pareciera que la música fuera no solo algo que hace por pasión, sino por una verdadera necesidad que le brota desde lo más interno del corazón. Jake Bugg no es un galán adolescente ni mucho menos -entre sus fans había jóvenes y adultos que cantaban a la perfección todas sus canciones, incluso las de On My One que, al contrario de lo esperado por ser su gira de presentación, no predominaron en el setlist. Si bien su más reciente material no se caracterizó por ser el más elogiado, la incursión en nuevos sonidos le permitió aportar frescura al show, con temas innovadores como “Bitter Salt”, un híbrido popero divertido y bien recibido, a diferencia de “Gimme the Love” y “Never Wanna Dance” que se sintieron más ajenos a pesar de sonar mejor en vivo que en el disco. Su terreno firme fueron las canciones más cercanas a su estilo de base, como aquella confesión de sus pecados amorosos “Love, Hope and Misery” o “Put Out the Fire”, acompañada por su logo exhibido en llamas en las pantallas de fondo.
La sección de baile campestre en versión pogo llegó de la mano de los temas de sus primeros dos trabajos, Jake Bugg (2012, Mercury/Island) y Shangri La (2013, Mercury/Island): “Trouble Town”, “Kingpin”, “There’s A Beast and We All Feed It”, “Taste It” y “Slumville Sunrise”, mientras la influencia de Johnny Cash flotaba en el aire a través del country revitalizado con frescura moderna y rock & roll. La presencia de su talentosa banda -mención especial para el tecladista- permitió que Jake se desenvolviera con más soltura a la hora de tocar la guitarra, dejando atrás la humildad para brillar con algunos potentes solos. El setlist fue un adecuado equilibrio entre lo festivo, moderno y sentimental, esto último presente en canciones como aquella que nos enseña sobre el amor que resiste por sobre todas las dificultades, “Me And You”, la reflexiva “Simple Pleasures” y por supuesto “Broken”, quizás el punto más emotivo de la noche, otra vez en formato acústico con él iluminado como un ángel solitario en el centro del escenario.
Para cerrar, la elegida fue la misma que en la última visita, la enérgica “Lightning Bolt”. Apenas han pasado cinco años desde su debut, pero su crecimiento como profesional se da a pasos agigantados, lo que se aprecia en la calidad de su música, en su actitud sobre el escenario y en su base de fans, que en Argentina se ha expandido y se ha vuelto más heterogénea. Las diferencias son evidentes si comparamos sus tres presentaciones del 2014 -dos en el marco del Lollapalooza y una a fin de año en La Rural- con esta, que sin dudas fue la más destacable, con un sonido más arriesgado pero a la vez prolijo y maduro. La ciudad de Nottingham tiene nuevamente un héroe para hacerse eco de forma mundial, un joven talentoso, un poco subestimado, medio antipático y con una voz particular, aquel que parecería ser el único capaz de revivir el country en nuestro siglo: su nombre es Jake Bugg.
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Foto principal: Matías Casal