En la fila se hablaba casi únicamente de Juana Molina: sus discos, sus shows, su creatividad, sus cambios. Las conversaciones casuales que se tienen mientras todos van terminando sus cervezas y comienzan a entrar estaban teñidas con el nombre de esta artista que presentó el miércoles 17, en Niceto, su séptimo disco de estudio, Halo. “Es lo mejor que hizo”, comentaban algunos a personas incrédulas que sostenían que nada podía superar a Wed 21. Muchos llegaron a la presentación sin haber escuchado el nuevo álbum, pero un impecable show de casi dos horas sobró para demostrar que tanto Juana como su banda, compuesta por los ya habituales y siempre impecables Odín Schwartz y Diego López de Arcaute, están en su mejor momento.
Desde el primer momento sentó las bases de lo que sería el show, cuando, después de una bizarra introducción, arrancó con “Cosoco”, el primer corte de Halo. “Vos mirá para arriba y escuchá”, me dijo justo antes del comienzo un desconocido por mi poco ventajosa estatura, y de ahí en adelante no moverse fue imposible. Poco importaba si sonaban beats que creaban un punto de encuentro entre el pop y el ambient más experimental, o si lo que llenaba el predio eran las canciones sin letra que cada uno podrá imaginar, cada persona bailaba a su manera. La recepción tan favorable fue una muestra clara de que, a pesar de empezar con cuatro canciones nuevas, la música de Juana respira incluso mejor en vivo.
Como en todos sus conciertos, “Un Día” marca el momento de mayor soltura del público. Con los brazos en alto, casi sin excepción todos saltaban e incluso algunos armaban tímidos pogos mientras la banda iba construyendo y deconstruyendo cada loop de lo que fue uno de los puntos más altos del show. Pero en cada tema que no pertenecía a Halo, como fueron los sacados de su predecesor, Wed 21, se dejaba ver la marca del increíble nuevo lugar musical en el que se encuentra en este momento. A pesar de que ver a Juana Molina en vivo siempre fue una experiencia, nunca antes se había visto a ella y a su banda sonar así. Tal vez sea la experiencia que les da estar tocando juntos hace tantos años, o la vida propia que cobró la música de Halo, pero a la salida hubo un consenso tácito: esta nueva etapa no sólo no tiene nada que envidiarle a los picos de su carrera, sino que ya se hizo su lugar con elegancia y sin esfuerzo.
El momento más comentado luego del show fue “ese tema tan lento y lleno de espacio”, “tan distinto a lo que hace pero tan Juana”, casi seis minutos en los que todos se callaron y miraron atónitos mientras sonaba “Lentísimo Halo”. Las voces que venían de la pista de al lado parecían un detalle más que sumaba al ánimo tan sombrío, aunque estas también se fueron callando, mientras los oídos curiosos se acercaban a ver de qué se trataba todo eso.
Después de un encore muy bien recibido, y luego de que algunos se apresuraran hacia la salida, el incesante aplauso del público obligó a la banda a volver por dos temas más. “Dar (Qué Difícil)”, una joya escondida de Un Día que adquiere tintes épicos cada vez que es interpretada en vivo, terminó de exprimir las emociones del público con un final que superó incluso los niveles de intensidad esperados en un show de Juana Molina. Pero, a pesar de lo difícil, ella dio todavía un poco más, y terminó un show que rozó la perfección con “Un Final Feliz”, una redundancia casi humorística que ayudó a que cada uno pudiera irse de pie, en silencio y con la cara todavía desconfigurada, a seguir hablando de Juana.