Transcurría el año 1968, cuando coincidían en una clase de improvisación Ralf Hütter y Florian Schneider, dos veinteañeros que transitaban el camino educando sus sentidos con una misma disciplina: la música. Tras formar el grupo Organisation y lanzar un disco, ambos deciden experimentar con instrumentos y sonidos que, hasta el momento, pocos dominaban.
Y lo consiguieron, de ello y de su indiscutible talento dieron muestra el pasado miércoles en el estadio Luna Park. Por considerarlo una fiesta electrónica, la justicia había dictaminado la cancelación del show. Pero finalmente, tras presentar un recurso de amparo, la medida se anuló y Kraftwerk desembarcó por cuarta vez en Argentina.
La propuesta era concreta e incluía un recorrido tridimensional. El público estaba expectante y sereno, hasta que se levantó el telón y los cuatro miembros aparecieron en escena. Solo quedaron los sonidos por ellos creados, sonidos prepotentes, todos causantes de sensaciones aisladas que convergen en unas elaboradas visuales. Líricas y números para escoltar sus reconocidos sencillos “Computer World” y “Numbers”, dando comienzo de esta manera a la aventura. Se rememora el lado más delicado cuando emerge “The Model” con pasarelas de fondo en blanco y negro. El costado más futurista viene acompañado de “The Man Machine” con una puesta en escena que los diferencia. Llaman a la concientización con “Radioactivity” y nos llevan de paseo por las autopistas alemanas al ritmo de “Autobahn”. Cobra sentido entonces el por qué de la influencia sobre reconocidos artistas mientras “Trans Europe Express” reposa los sentidos y evoca al encuentro entre la banda y David Bowie en los años 70.
Anticipando su ida, mana “The Robots” acompañada de sus reconocidos maniquíes cibernéticos detrás. Ya llegando al final, se traza una continuidad aritmética con “Boing Boom Tschak“, “Techno Pop” y una aclamada “Music Non Stop” que despide uno a uno a los integrantes. Concluyen entonces dos horas de un singular recorrido visual y sonoro del que los espectadores se retiran complacidos y, por qué no, victoriosos.