La segunda fecha del Lollapalooza 2016 se proponía ser igual de interesante que la anterior. La propuesta, tal vez, parecía un poco más tranquila, pero eso no quiere decir que fuese mala o buena. Solo distinta. El frío atacó desde temprano y una leve lluvia amenazó con hacer de los shows de Mumford and Sons y Florence and the Machine una noche más espectacular de lo que fue. Se extrañó la presencia de Snoop Dogg, pero se logró disfrutar del ecléctico line up de este año.
Comenzando la tarde, el público que, por cierto, era más que el del viernes para esa hora, vivió un triplete muy rockero en los dos escenarios principales. Abriendo con Eruca Sativa, el trío encabezado por Lula Bertoldi se llevó todo por delante. Fue una hora intensa cargada de riffs pesadísimos y una batería que se sentía en el pecho. Después llegó Carajo. Con un show ajustado y un set adaptado a un festival de este tipo, fueron una aplanadora. Tocando sus principales hits, estuvieron en sintonía con el evento y dieron cátedra de cómo tocar en vivo. Su líder, Corvata, se mostró sorprendido porque pensó al ser un festival, su público iba a ser reducido. Pero no fue así. Había un gran séquito de fans que hicieron pongo y cantaron las canciones a más no poder. Por último llegó Ghost, con el Papa Emeritus III encabezando una misa satánica llena de rock, a veces más pesado, a veces un poco psicodélico y otras veces más cercano al pop.
Un párrafo aparte merecen los Vintage Trouble. En medio de toda esa avalancha rockera llegó este cuarteto de blues rock dispuesto a darse a conocer. Estos californianos llegaban al Lolla como unos desconocidos. Vestidos de gangsters, no solo la rompen en lo musical, sino que tienen un manejo del escenario espectacular. El frontman Ty Taylor ofició de maestro de ceremonias, marcando pasos de baile e invitando al público a que cantara y saltara con él. Hacia el final del show ocurrió un momento confuso pero divertido en el que el cantante fue a treparse a la torre de sonido y, revoleando una bandera de Ecuador que agarró del público, cantó trepado de la estructura metálica. El nivel de intensidad de su show fue altísimo y lograron comprarse a muchas personas que recién los estaban conociendo.
A media tarde llegó el primer plato fuerte del día. Alabama Shakes venía con una carga grande, justificada por su show anterior en Buenos Aires, la buena recepción de sus último disco y la gran difusión del single “Don’t Wanna Fight“. Musicalmente son impresionantes. La voz de Britanny Howard es de otro planeta. Su figura atípica a una banda de este tipo, con la suma de que puede cantar y ejecutar riffs con su guitarra la destaca, convirtiéndola en uno de los personajes más interesantes de la música actual. Aunque la relación con el público fue distante y solo se hayan limitado a agradecer un par de veces, el mantra que genera su música hipnotizó a muchos de los que estaban ahí.
Luego llegó un combate entre el pop y el punk. En el escenario 2 Brandon Flowers, quien venía en reemplazo de Snoop Dogg, llegó para presentar su último disco solista, The Desired Effect. De todas maneras, no cabía duda de que iba a traer consigo varios temas de The Killers. La pregunta era cuántos temas de su banda va a tocar sin descuidar sus composiciones solistas. Solo uso cuatro y las repartió estratégicamente en su set. Y, probablemente, los momentos claves fueron el comienzo y el cierre del show, con los clásicos “Human” y “Mr. Brightside“, respectivamente. Mientras tanto, hacia el fondo del predio, los Bad Religion fueron una avalancha punk, mostrando la madurez de una banda que ya lleva más de 30 años girando.
En un mismo plan que Flowers, Noel Gallagher llegaba en modo solista. Lo que los distingue es que todos saben sobre la mala relación que tiene el ex Oasis con el resto de la banda, y, específicamente con su hermano. La carrera de Noel en solitario está bastante más asentada, pero no deja de hacer uso de las composiciones que aportó a su ex banda. Aportó una gran versión de “Champagne Supernova” y, para cerrar hicieron una emotiva versión de “Don’t Look Back in Anger” cantada solo por el público en la que Noel aportó el último verso, para luego despedirse.
Los principales headliners de esta edición de Lollapalooza, se sabe, ya son de gran renombre dentro del mercado. Encabezan festivales en todo el mundo. Pero el público argentino siempre es un termómetro. La incógnita era saber cuánta convocatoria podían llegar a tener esas bandas en el país. Y, para sorpresa de muchos, ambas bandas contaron con una gran cantidad de fans que, literalmente, sabían todos los temas.
Los Mumford and Sons venían con la presentación de su último disco, Wilder Mind, en el que habían dejado a un lado los instrumentos acústicos para usar guitarras eléctricas con distorsión y baterías. Y la combinación de esos tracks con sus clásicos más folk dieron como resultado un show alegre, reflexivo y emotivo. La épica que generan las voces de los cuatro músicos juntos remontan a veces a un gospel desgarrador. Y cuando a eso le suman los rasgueos potentes de guitarra y banyo el público se revoluciona. La gente saltaba como en cualquier show de rock y el estilo, a veces tranquilo, jamás condicionó la euforia de la gente. Para cerrar el show se despidieron con “I Will Wait” y “The Wolf“, ambos tracks que tienen un mensaje esperanzador y alegre y con una fuerza musical que explica por qué está banda puede encabezar tranquilamente un festival.
Por otro lado, Florence and the Machine compartía horario con Die Antwoord. Mientras los sudafricanos aglutinaban mucha gente en un show intenso y sin descanso en el Perry Stage, la banda liderada por Florence Welch dio un espectáculo que fue de menor a mayor. De a poco fueron entrando en calor y conectando con la gente. Descalza y envuelta en un vestido rosa chicle la cantante recorrió todo el escenario y hasta cruzó el camino hacia la torre de control para cantar algunas líneas trepada de los fierros de la estructura. Llegando al final se van sin saludar con una enérgica performance de “Dog Days Are Over” en la que la frontwoman pidió que todos que salten “lo más alto posible”. Al terminar se va corriendo como si estuviera arrepentida o asustada, pero las luces no se prenden. Van a volver.
A los pocos minutos la banda vuelve y empieza a tocar. Por último llega la cantante para dejar todo en los últimos temas. Luego de “What Kind of Man“, se despide agradeciendo y saludando con su tono de voz particular, cansado, arrastrando las palabras. Hace todo el protocolo del artista que incluye los “los amo” y “nos veremos pronto” y cierran el show con “Drumming Song“. Sin dudas fue un gran show y, parte del impacto se debe la increíble voz de Florence Welch que llega a tonos imposibles y grita con una fuerza que a veces suena como si viniera de otro planeta.
El cierre estuvo a cargo de Kaskade, aunque para ese momento de la noche, ya estaba todo dicho y hecho. Pasó otro año y Lollapalooza se establece cada vez más en el calendario de actividades. Por más variado que haya sido el line up, ese es el estilo de este tipo de festivales. Y ahí está lo groso, en la convivencia de estilos y en el poder descubrir bandas que hast antes del evento eran desconocidas. Ojalá el próximo año siga estando a la altura y ofreciendo grandes shows como los que hubo este año y anteriores. Larga vida al Lollapalooza.