Así son o así suelen ser. Los recitales aniversario tienen, o suelen tener, ese aspecto de libreto, de programa, relativamente predecible: aniversario importante de un disco, foco en el disco. Las canciones, el orden original. A primera vista, pocas sorpresas. Suenan los acordes de una versión instumental, diminuta, cristalizada del tema que da nombre al tercer disco solista de Lucas Martí. La gente completa con la letra, coreando. Un público nutrido, en particular de artistas diversos -desde Dani Umpi a Violeta Castillo; pasando por integrantes bandas como Indios o Intrépidos navegantes– tiene olor a confirmación: para todo tipo de propuestas destacadas del pop del nuevo milenio, con sus diferentes matices, Lucas Martí es un referente ineludible, actual, joven. A fuerza de trabajo, constancia y canciones. Así es, o así suele ser.
Las canciones de Tu entregador (2006, Los Años Luz Discos) permitieron una articulación clave en la carrera de Lucas Martí, en tanto se alcanzó una síntesis que en sus ¡dos! álbumes debut de 2005 (Simplemente y Primer y último acto de noción) se notaba en tensión: con grandes canciones sí, pero de una complejidad y tortura propia del proceso compositivo, o de la producción que dotan a esos albumes de una distancia notable frente a la elaboración más convencionalmente pop del disco que lanzara en 2006 atrás. 10 años atrás. Mientras la expectativa crece en un Xirgu casi repleto, el cada vez más descontracturado público de Martí se atreve a evocar tanto a la pista de baile como a la cancha: atrás parecieran haber quedado esas personas de mirada atenta, distancia fría y meticulosa observación, propia de otra época de recitales del excelente cantautor pop. Ya desde hace algunos años -concretamente a partir de El gran desconocido popular, de 2013-, la gente fiel y los nuevos fans devuelven un afecto férreo, cálido y espontáneo, que se refleja en la proliferación de cánticos y pasos de baile. Hoy, ir a ver a Lucas Martí está mucho más cerca del acto catártico que del disfrute de oído. Sin embargo, él se desenvuelve con una peculiaridad cada vez mayor pero cómoda; tanto en escena como en interpretación. Es que su lugar imaginario fue siempre el de un productor y compositor obsesivo, genial, trabajador y solitario. Pero acompañado de una poderosa banda de grandes amigas y amigos, como él mismo destacó (Marcelo Baraj, ex A-Tirador Láser en batería; Ezequiel Kronenberg, fiel compañero de producción en bajo; Julieta Brotsky y Sofía Vítola en coros; y Nicolás Pedrero, de Defórmica, en guitarra; y María Ezquiaga, de Rosal, como invitada especial) el show no solo recorrió el disco de punta a punta sino que las canciones tomaron una nueva vida en escena; una vida más viva, la que se da entre una banda plantada en escena y un público que se entrega a disfrutar. “Celosón”, “Metida de amor profundo” y “Reaccionar” (entre otras grandes canciones del disco que no se escuchan lo suficientemente a menudo en los shows corrientes de Marti) fueron de un extremo a otro en la versatilidad de la banda: mostrando toda su solidez y potencia así como una inconmovible y conmovedora tranquilidad. Nada a lo que Lucas Martí, en sus shows, no nos haya malacostumbrado en sus shows. Así son, o así suelen ser.
Sin embargo, en un momento el disco terminaba, claro. Al apagarse las luces la gente, manija, con ganas, pidió más y más temas. Los bises cayeron al toque. “Ni tiempo para tomar un mate me dieron” bromeó el protagonista de la noche. Y no dio razones a la gente para quedarse con las ganas: la banda puso primera y no se hicieron esperar canciones de gran parte de sus discos -focalizándose sobre todo en sus lanzamientos más pop, como Simplemente, Pon en práctica tu ley y El gran desconocido popular. Entre medio de los respiros que dieron hits como “Date y dame”, “Lo tan que me siento” y “No encajes” se animó incluso a decir que está trabajando en un nuevo disco de canciones que pronto verá la luz, para finalizar con “Dolor + Miedo”. Así fue, como para que nadie se quede sin festejar.