“Dos horas es bastante tiempo, así que tenés que hacer algo real y verdadero”, declaraba en 2012 un joven que apenas superaba los 20 años y ya se posicionaba sólidamente en la escena musical mundial. Chileno-estadounidense, dueño de un particular e indiscutible talento, multifacético: Nicolas Jaar.
Tres años han pasado de su primer presentación en suelo argentino y solo uno del lanzamiento de su nuevo disco, Sirens (2016, Other People), obra que reafirma su incalculable capacidad de creación, lo encuentra de nuevo desafiando límites, reinventando el sonido y dando muestra de su inimitable estilo. La cita tuvo lugar en el Teatro Vorterix y el público, joven y dinámico, no podía más que estar expectante y atento.
Hizo falta que sonara un inesperado “No” para dar comienzo de forma poco sutil a la ceremonia y envolver al espectador en un recorrido, que lejos de no corresponderse, plantea un prolijo camino trazado. La impronta es clara; cualquier restricción sonora no es bienvenida. El juego que se da entre sentido-sonido carece de reglas y da rienda suelta a la imaginación. El oyente es invitado a la introspección con su ya ilustre tema “Être“, y acepta la propuesta de convertir sutilmente la sala en una pista de baile. Para cuando asoma “Space is Only Noise” no quedan dudas: el artista hace acopio ahora de su instrucción combinando el manejo del sonido con su voz en vivo. Lo mismo sucede cuando interpreta “Time for Us“, la sensibilidad que transmite es casi chocante.
Es con alerta que los espectadores lo ven abandonar el escenario, para luego recibirlo complacido y prestar los oídos a su propia versión de “Mi viejo“, tema del reconocido Piero. Tarea difícil la de hacer bailar y reposar la percepción del público al mismo tiempo. Una labor que Jaar viene puliendo desde sus comienzos, haciendo frente a tiempos faltos de personalidad, de la forma más delicada. Se despide con suspicacia, la que tan bien lo caracteriza. Ha cumplido su promesa, lo real y verdadero se ha vuelto casi tangible.