Se perciben ya las primeras madrugadas bajo cero en la ciudad, pero eso es algo con lo que deberemos lidiar en el regreso a casa o en el posterior amanecer. El reloj marca las cinco de la tarde y aunque para algunas suene extraño, el sol comienza a ocultarse por sobre los edificios ubicados en los márgenes del Bassin de la Villette. Habiendo atravesando parte del Parc de la Villette o dirigiéndose desde la cercana estación de Port de Pantin, ya son varios los ansiosos que esperan por la apertura de las puertas de la Grande Halle, recinto construido en el 1865 como mercado ganadero y que tras atisbos y modificaciones supo perdurar en el tiempo, ubicado allí en el próspero 19°, y convertirse en un espacio funcional para ferias, convenciones y lo que nos toca a partir de hoy: lo que será la 7° edición del Pitchfork Music Festival Paris.
¿Sobre el comienzo? Al menos desopilante. Se trata de Ethan Lipton and His Orchestra, encargados de generar y entregar los primeros acordes del festival. De New Orleans para el mundo, con su propuesta que alterna entre jazz y folk norteamericano, brindan un show por demás extravagante para los ansiosos que desprenden de sí los primeros y tibios aplausos en la fría tarde parisina.
El lugar cuenta con dos escenarios ubicados uno en cada extremo de la Grande Halle, es por eso que finalizado el show de Lipton y los suyos, seremos testigos y cómplices del primero de cientos de traslados de un lado a otro, que se darán de ahora en más durante las tres jornadas del festival.
Segundo show del día. Con Moses Sumney la atmósfera se torna cuasi lúgubre ante un público que paulatinamente aumenta, mientras el encapuchado hace de las suyas. Melodías sutiles que conducen a otra dimensión y a una especie de hipnosis aleatoria. Sin darnos cuenta, nos encontramos en una especie de constelación a miles de kilómetros de aquí. ¿Que si sólo tres personas son capaces de generar tal cosa? Claro que sí.
El tiempo avanza, momento de moverse hacia el otro escenario. Ahora suena This Is The Kit y la propuesta es ante todo melancólica, suave y dispar. Parte importante del público disfruta a rabiar ante el final de cada una de las canciones que cuentan como elemento principal la participación de banjos, sintetizadores y la dulce voz de Kate Stables.
Chassoll es genialidad en estado puro. Dos años han pasado ya de la creación de esa obra maestra llamada Big Sun, que sirviera como homenaje a su Martinica natal y en la cual logró armonizar sonidos del lugar devenidos de registros audiovisuales y los sonidos generados en vivo junto a su baterista. El creador del “ultrascore” es, esta tarde, la mente detrás de lo que será uno de los shows más memorables de las tres jornadas. Sus años de conservatorio son obvios, y la búsqueda incesante. El show es ambicioso, el nivel de concentración es altísimo, pero entre ambos músicos nunca se pierde el eje del goce, notorio mientras intercambian risas y algún que otro diálogo entre canción y canción. Un show que será difícil de olvidar por lo grandioso y particular y un público que alterna entre la admiración, la emoción y el desconcierto.
Del éxtasis venimos y hacia el éxtasis vamos. Es Rone el que se encargará de elevar todo a límites insospechados. Cómo no hacerlo si tan solo horas antes, el músico francés dio a conocer Mirapolis, su nuevo álbum. El sonido de los sintetizadores es abrumador y tanto el show como el contexto generado, no son otra cosa más que la confirmación de que la electrónica francesa goza de buena salud. Ya a esta altura de la jornada, la concurrencia es masiva y el público en su totalidad, se rinde ante un set magnifico.
El Pitchfork por estas horas se ha convertido en una especie de universo paralelo, alejado del otoño parisino y con la certeza de que lo que vendrá será seguramente un show categórico, pero lo realizado por Ride no sólo sería categórico, sino también enérgico y bestial. Los surgidos en Oxford dejan en claro porqué decidieron regresar hace tres años y porqué su Weather Diaries es uno de los discos más celebrados del 2017. El paso del tiempo nunca fue pretexto y nunca fue percibido. De aquel shoegazing sólo quedan vestigios. En el disco y en el vivo se encuentran influencias de las más variadas y, los presentes esa noche, tuvimos el lujo de presenciar por primera vez en vivo “Pulsar“, canción estrenada tan sólo cuatro horas antes de subir al escenario. Capas y capas de guitarras que elevan al público un par de centímetros del piso para retomar el punto cero al final del show.
El encanto musical de Kevin Morby (de un espíritu y movimientos incontenibles) logra sumergir al público en un mar de guitarras en el que se desenvuelve de manera sutil. El norteamericano ha sabido deshacerse con creces de su pasado en Woods y The Babies, contando ya con un nombre propio y con un nivel de composición y desarrollo de las canciones que convierten su show en una sesión magistral.
Y el show que todos esperaban, la banda que ha editado uno de los discos del año finalmente estaba a minutos de presentarse en escena. Cuando sólo restan segundos para el comienzo, las pantallas transmiten escenas en vivo del backstage. Desde el escenario se desprende un riff por demás conocido y que poco tiene que ver con quienes subirán al escenario: “The Guns of Brixton” de The Clash, canción elegida por The National para ilustrar la caminata hacia el escenario y los instantes previos de un show que será alucinante.
El arranque es desgarrador con un clásico de la banda como lo es “Karen” y así de desgarrador y arrollador será todo el setlist. Desde el escenario y desde ese frontman con exorbitantes aires de rabia e introspección como lo es Matt Berninger, lo que se desprende es un show hipnótico, soberbio y oscuro. Con pantallas y luces acordes al clima que se genera ante el comienzo y el final de cada una de las canciones, dicha introspección pasa a ser colectiva y las canciones dejan de ser canciones para convertirse en universos propios que gozan de una continuidad que las transforman en un todo perfecto, con “Day I Die” como punto alto y con una sorpresa incluida. Sería Rone, el invitado de lujo de la noche para interpretar la canción que da título al celebrado Sleep Well Beast. El cierre sería con “Vanderlile” y ya no habría tiempo para sorpresas.
Tan sólo queda afrontar el regreso a casa y rogar por un buen descanso para que el cuerpo no sufra los atisbos de las maratónicas jornadas por venir.
Foto principal: Vincent Arbelet.