Semejante al oleaje agresivo del océano durante una tormenta eléctrica, una masa de gente se mueve frenéticamente entre aullidos de emoción. Como relámpagos, destellan carteles decorados con brillantina, vinchas y sombreros ornamentados con frutas, globos coloridos y adornos fluorescentes que posteriormente serán entregados como una especie de ofrenda. La situación parece casi evocar a un antiguo ritual con ansias esperado. La multitud –conformada mayormente por adolescentes- que se encuentra presente en el colmado Teatro Vorterix el miércoles 16 de marzo del 2016 viene a venerar a su propia diosa griega moderna: Marina Lambrini Diamandis, mejor conocida como Marina and The Diamonds.
Recién a las 21.15 hs –aunque la cita era las 20- la artista galesa pisa el escenario, haciendo su entrada triunfal al canto de “Mowgli’s Road” con un fondo selvático que alude al libro de Rudyard Kipling posteriormente llevado a la gran pantalla por Disney. Quizás esta sea la única relación casi forzada que podemos establecer entre Marina y Mickey Mouse, ya que como reivindica un par de temas después con la autenticidad de “Oh No” y la crítica descarada al sueño americano en “Hollywood” –dos de sus primeros hits-, ella se encuentra bien lejos de ser una estrella pop prefabricada por la industria cultural. Con carisma, dulzura y una sonrisa casi angelical que le vale suspiros de amor, intenta expresar en castellano lo feliz y agradecida que se encuentra de tocar en Buenos Aires, donde finalizará el Neon Nature Tour con el que estuvo promocionando su último material. Como un protocolo, explica que el show se dividirá en tres actos, uno por cada disco: The Family Jewels (2010), Electra Heart (2012) y Froot (2015).
Del primer álbum también incluye “I Am Not a Robot” y una emotiva versión en piano de “Obsessions” con Betty Boop luciendo un pijama en pantalla, cinco temas en total antes de que suene la pista tecno de “Electra Heart” que anuncia la llegada del segundo acto. Con porras en sus manos y un ajustadísimo catsuit brilloso que resalta su despampanante figura, Marina se mueve al ritmo de la eléctrica “Bubblegum Bitch”. Los adolescentes trágicos corean su himno en “Teen Idle” hasta que llega el turno del manual de seducción de “How to be a Heartbreaker”. Los cantos del público que la aclama son tan potentes que por momentos opacan los de ella, pero nada importa porque la exaltación es completamente desbordante y se refleja en las miles de sonrisas juveniles presentes. Para seguir jugando con los arquetipos del disco cargado de reflexiones sobre los mandatos sociales que de una forma extraña pero efectiva Marina invita a corromper, llega el turno de estereotipar a la niña consentida en “Primadonna”. Finalmente, la tragedia del engaño irrumpe en “Lies”, y es momento de seguir adelante.
La frescura de “Froot” inaugura la tercera y última parte del show, pero todo deja de ser fiesta tropical e inocencia cuando llega el turno de la crítica a la bestialidad instintiva de los humanos en “Savages”. Siguiendo con la línea política viene el poderoso himno feminista “Can’t Pin Me Down” con los puños arriba, y es casi un alivio ver a tantos jóvenes tomando como ejemplo a esta mujer extraordinaria. En “I’m a Ruin” Marina exime sus culpas mientras le roba a los presentes un par de pasos de baile casi inconscientes que se potencian en “Forget”. La melancólica “Immortal” paradójicamente da la triste pauta de que el espectáculo está por terminar. El encore empieza con “Happy” en piano, que tiene un tinte casi eclesiástico ideal para anestesiar al público enloquecido, como la calma que llega la después de la tormenta. “Blue”, la acertada elección para cerrar, es como el sol que se asoma lentamente detrás de la línea del mar sereno hasta cubrir todo con su luminosidad. La ceremonia culmina en un baile celestial y con una horda de agradecimientos mutuos todo llega a su final.
La artista explora constantemente la capacidad de su voz, pasando de graves a agudos entonados de manera perfecta y abusando de coros reiterados que suenan como un canto divino. Con aquel talento, Diamandis podría bien dedicarse a cualquier género musical: su tono camaleónico le permitiría adaptarse a todo tipo de ritmos sin problemas. Sin embargo, la elección del espacio alternativo del género pop le permite combinar una dosis de diversión, humor y baile con la intención -para nada oculta- de dejar un mensaje combativo y cuestionador a través de un arte original y propio. Marina no necesita, como tantas otras, una escenografía alucinante, vestimentas exorbitantes o coreografías ensayadas hasta el cansancio para lograr un sold out, pero sí la acompaña una gran banda de músicos para alcanzar un sonido excepcional. Auténtica, poderosa y original, posee un rompecabezas de atributos que la convierte en una pieza única, digna de una fiel base de fans y un culto casi religioso.