Un concierto debería suponer, por naturaleza, una experiencia placentera. Un momento único e irrepetible donde uno disfruta de su artista favorito y vive esos instantes como una experiencia transformadora, irrepetible; donde los sentidos quedan colmados por el espectáculo e impactados por un efecto estético que te transporta de una realidad cotidiana a un limbo de pura fruición.
Pero si prestaron atención, el verbo “debería” corresponde al modo condicional y este se refiere a lo hipotético y posible. En ese paradigma potencial quedó estancada la ilusión de muchas de las 45.000 personas que fueron al Estadio Único de La Plata para ver (paradójico verbo), la tercera presentación de Depeche Mode en Argentina, en el marco de la gira Global Spirit Tour, y se fueron con un sabor amargo en la boca, como de derrota, descontentos por varios factores técnicos (pantallas, sonido), que atentaron contra lo que se anhelaba como una merecida celebración.
Vayamos por partes. El acceso resultó incómodo e incomprensible. La gente era desviada más de diez cuadras para que ingresen por un primer control (¡“Entradita en mano!”), y luego debía volver hacia atrás y caminar de nuevo todas esas cuadras para ingresar al Estadio. Absurdo. Los controles fueron amainando a medida que se acercaba la hora del recital y por lo único que se los notaba preocupados era por detectar encendedores, como si un zapato o la hebilla de un cinturón no fueran más peligrosos.
Juana Molina empezó puntualmente 19.15 y dio un show potente, basado principalmente en su último disco Halo (2017). Los distintos climas -tan radioheadeanos por momentos- que la música proponía, fueron celebrados por una inmensa minoría, pero resultaron ajenos para casi toda la totalidad restante. Sus composiciones, carentes de la típica estructura de “canción”, resultaban algo incompatibles con la propuesta de la banda principal. Sin embargo, uno podía adivinar que atrás de ese vestido de burbujas de embalar, se hallaba una artista absoluta, con una propuesta de vanguardia que –todavía-, estamos lejos de asimilar. Acá la despidieron con tibios aplausos. En ciertos lugares de Europa la aclaman. Nadie es profeta en su tierra. Salvo Depeche Mode, que tras casi 40 años de carrera, es local en cualquier lado del globo.
A las 21 en punto, cuando una garúa finita y molesta amenazaba con convertirse en tormenta, las luces del Estadio se apagaron y Dave Gahan (en gran estado físico, saco rojo que tras unos minutos desaparecería para dejarlo con un chaleco, brillantina, el pelo engominado para atrás y un bigotito finito que le daba aire de actor porno italiano o de torero español), Martin Gore (vestido íntegramente de negro, uñas pintadas del mismo color, siempre de perfil bajo, saludando tímidamente y agitando sus rulitos) y Andrew John Fletcher (sobrio, con su flequillo rubio de costado, cara de fastidioso y como siempre –y como fue a lo largo de show-, haciendo méritos para alcanzar un estado vegetativo, ¡qué feliz sería tocando en Kraftwerk!), tomaron su lugar en el escenario junto al baterista Christian Eigner y el bajista Peter Gordeno, músicos experimentados que los acompañan hace varias giras.
El tema elegido para empezar, luego de la intro de “Revolution” de The Beatles a tono con la propuesta actual, fue “Going Backwards”, que también abre su último trabajo discográfico, Spirit (2017), el 14° álbum de estudio. Mientras, en la pantalla central, los pies de la portada caminaban sin llegar a ningún lugar. Es cierto, no fue el comienzo explosivo que todos esperaban, pero echando una rápida mirada al repertorio elegido de esa noche, debemos agradecerles la consideración: incluyeron tres cortes de Spirit y completaron el resto con grandes éxitos. La decisión fue acertada: todos buscaban lo mismo.
La lista, compuesta por veinte canciones entre las que incluyeron: “Enjoy the Silence”, “Precious”, “Everything Counts”, “A Question of Time”, “Personal Jesus” y “Walking In My Shoes”, no tuvo fisuras, pero sí podemos cuestionar dos decisiones artísticas: “A Pain That I’m Used To” no sonó tal como fue concebida y plasmada en Playing the Angel (2005), sino que fue interpretada bajo el remix de Jacques Lu Cont, lo que le quitó fuerza y parte de la crudeza original. “Strangelove”, el hitazo electrónico de Music for the Masses (1987), quedó reducida a una versión acústica con Martin Gore tras el micrófono, solo en el escenario, mientras los demás se preparaban para los bises.
Pero más allá de eso, y ahora debemos meternos en cuestiones ásperas, uno de los problemas de la noche fue el sonido. El viento llevaba y traía las melodías con irregularidad. El volumen llegaba bajo y desparejo. No tenía fuerza o acaso estaba mal distribuido. Los instrumentos no sonaban cohesionados. Durante el show de Juana Molina, unos momentos antes, hubo un antecedente. Un puñado de personas desde abajo, le advirtió a los gritos a uno de los músicos, que los graves estaban muy altos, que saturaban demasiado. El bajista agradeció el gesto. ¿Nadie de la producción se había dado cuenta? Este detalle no le impidió a Molina contar con un sonido más nítido que el que sufriría la banda estelar. Además, las pantallas funcionaron durante toda su presentación. Depeche Mode no tuvo tanta suerte. Justamente, las pantallas minarían el ánimo del público cuando a la mitad de la tercera canción, “Barrel of Gun”, dejaron de funcionar. Salvo que uno estuviera muy cerca del escenario, resultaba imposible poder ver la presentación de la banda oriunda de Basildon.
Cuesta creer que los músicos no hayan notado la decepción y la silbatina entre tema y tema por la ausencia del soporte visual. Si uno mira cualquiera de sus DVDs en vivo, notará la importancia de las notables puestas escénicas en cada presentación. El fotógrafo y realizador de videos Anton Corbijn es casi siempre el elegido para matizar los temas y aportarles una dimensión estética que complemente la melodía y en esta gira volvieron a contar con él. Con todo esto, y advirtiendo que los videos preparados no se reproducían, ¿no podían parar el concierto hasta que el problema se hubiera solucionado? Dolió suponer que fueron indiferentes al reclamo y que no acusaron recibo alguno de ese malestar creciente. En la lista de temas que ellos diagraman, incluso están pautados los videos. ¿Por qué en el momento no les importó que no se vieran?
La fina garúa no alcanzaba para enfriar una calentura, que llegó al clímax cuando el recital terminó y las pantallas se encendieron, de forma provocadora, sin inconvenientes, para señalar las salidas de emergencia. Ahí todos fueron una sola voz y el hit del verano cambió por una vez de destinatario. Todos apuntaban contra la productora de Daniel Grinbak, DG Entertainment, pero realmente, ¿ellos tuvieron la culpa?
El día lunes 26, el conjunto británico publicó una carta en Facebook que arrojó un poco de luz ante tanta confusión y el silencio de la productora local. En ese posteo, pidieron disculpas por los “percances” y solapadamente le delegaron la responsabilidad a DG Entertainment: “Cuando giramos por Sudamérica nos apoyamos en contratos locales para las luces, el video y el equipo de sonido para suplementar el engranaje y los instrumentos que podemos traer con nosotros de show en show, y para nuestro descontento tanto como el de ustedes, el equipo de video local falló de forma inesperada”. Luego aducían que la medida de apagar las pantallas fue voluntaria, pero que lo hicieron por una cuestión de seguridad, porque las condiciones no eran las adecuadas para mantenerlas encendidas.
La novela siguió al otro día. El martes 27 se dio a conocer una carta de VMG Vision Solutions, la empresa argentina contratada por DG Entertainment para el show, en donde defendían su servicio y trasladaban la responsabilidad al equipo de DM. “Todos nuestros sistemas y equipamiento funcionaron perfectamente antes, durante y después del show, sin imprevistos ni inconvenientes”. A esta altura, ya no importa quién es el culpable, porque en este tire y afloje la única perjudicada fue la gente.
Este fatal inconveniente no puede opacar de ninguna manera la performance impecable de Dave Gahan, el definitivo Jagger del tecno, con sus movimientos sensuales, sus bailes hipnóticos, y su mirada todo el tiempo atrevida. El vocalista, quien reconoció públicamente que de adolescente debía ahogarse en alcohol para animarse a subir a cantar a un escenario, se luce a lo largo de dos horas como el rey del reino de la perversión, como un gran cisne negro, pavoneándose con sutileza, frotando su masculinidad contra el pie del micrófono y tirando besos con la mano. Una actitud demoledora que se complementa con una voz limpia, afinada, y cómoda en ese registro de semitono que le permite expresiones graves, que erizan y encantan los oídos.
En todo momento, el vocalista se echó al hombro toda la presión, y a fuerza de clásicos inoxidables, condujo al público a un estado de éxtasis, al tiempo que los celulares se elevaban para registrarlo todo, y en ese embrujo, todos se olvidaban del aplastamiento, la humedad, la falta de pantallas, la imprecisión del audio y el disfrute reinaba. Cada canción fue celebrada de principio a fin, incluso coreando las partes instrumentales (una marca netamente argenta) y recién cuando terminaba, los presentes volvían a la triste y enojosa protesta.
Martin Gore, autor de la mayoría de las composiciones y cerebro de la banda, también se animó a jugar a la estrella de rock y en cierto momento caminó por la pasarela con talante ganador. En “Home” demostró, además de su aptitud con la guitarra, que su voz se mantiene en perfecto estado. El mayor letrista de la banda, que alguna vez declaró: “La gente sigue pensando que nosotros somos una banda de sintetizadores”, confirmó, junto al resto de los integrantes, que Depeche Mode es una máquina de lo más aceitada y que presenta un arsenal heterogéneo, que puede pensarse desde el rock, el pop, el tecno, el sonido industrial, el glam y salir airoso de cualquier estructura. Una canción puede generar tanto euforia (“Never Let Me Down Again”) como nostalgia (“In Your Room”) y todas esas caras corresponden a la misma y variada propuesta.
Si hubieran venido a presentar Black Celebration (1986), la oscuridad hubiera estado a tono con la propuesta estética del álbum. Pero no, la excusa era Spirit y los problemas técnicos aguaron un show que pudo haber sido memorable. La gente salió tranquila del Estadio Único, contenta por haber asistido, pero con la sensación de que pudo haber estado mejor, con la certeza de que fue la peor de las tres presentaciones de DM en Argentina.
La banda se mantuvo firme a pesar del paso del tiempo, de las peleas y discrepancias entre sus integrantes, de los cambios de formación, de las adicciones a las drogas (Gahan) o el alcohol (Gore), de los cambios de paradigma y de época, de los problemas de salud. Con la misma firmeza y lealtad, entonces, los esperaremos en su próxima visita con los brazos abiertos y los pies listos para bailar.
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Foto principal: Matías Casal.