Por un instante hay silencio en el escenario principal de La Nueva Generación. En seguida, el feedback de los amplificadores crece en intensidad y Él Mató a un Policía Motorizado comienza a tocar “El Mundo Extraño“, de su último disco, La Síntesis O’Konor. Santiago Motorizado canta: “No sé qué pasa en este lugar. Todo el mundo es más joven que yo”. Y esas palabras, en ese contexto, suenan casi proféticas. El líder de la banda con más trayectoria de todas las que se presentaron en el festival cordobés, el chico sensible y tímido de La Plata que construyó junto a sus amigos una mitología y una épica propias, hechas de barrio, imágenes pop y autogestión, mira a los casi 3000 jóvenes que pagaron la entrada y no termina de entender.
Y tiene sentido. Porque lo que sucedió en La Nueva Generación fue algo tan inédito que nos obliga a replantearnos los discursos. Quizás sea hora de dejar de refugiarnos en el concepto globalizante y trasnacional del indie. Quizás sea hora de enfrentar de lleno a los viejos conceptos y refundarlos con el espíritu de lo nuevo, de lo innovador, de lo contemporáneo y lo veloz. Quizás sea hora de entender los significados que hemos construido en estos años, hacernos adultos y afirmar, al fin, que estamos frente a un momento histórico del rock nacional.
En La Nueva Generación confluyeron muchos de los mejores representantes de la escena independiente más fraterna, federal y ecléctica que haya parido el rock nacional jamás. Un movimiento de artistas que levantan la bandera de la autogestión: que comparten integrantes, se producen entre sí, tienen mánagers que organizan ciclos en conjunto, crean sellos independientes y fomentan la autopublicación. Una dinámica que sólo puede sostenerse cuando las propuestas musicales son originales y cuidadas, cuando los músicos son versátiles, flexibles y solidarios y cuando existe un público expectante y sediento de novedades.
Por eso casi 3000 personas se congregaron el pasado domingo 19 de noviembre en La Nueva Generación, en Córdoba: porque cada vez más personas encuentran en la música independiente artistas tan diversos como interesantes, que resuenan con mayor sinceridad y empatía que lo que se propone desde el gastado y repetitivo mainstream. El kraut melódico de Él Mató, la psicodelia lo-fi de Perras on the Beach, el pop eminentemente nacional y refinado de Bandalos Chinos y la experiencia teatral, casi inclasificable, de Louta son solo algunos ejemplos de artistas muy distintos entre sí pero unidos por la transparencia y el empuje natural que conlleva la autogestión; el estar sobre un escenario, rodeado de luces y protegido por una pantalla gigante, gracias al esfuerzo y el sudor del trabajo independiente. Un trabajo meticuloso, largo, a veces frustrante pero siempre enriquecedor. Y por sobre todas las cosas: profundamente personal y sincero.
La Nueva Generación significó, tal vez no la primera, pero sí la oportunidad más relevante de ver a tantos artistas emergentes o independientes juntos: compartiendo escenarios y horarios, compartiendo el backstage natural que se formó en las gradas sobre las que se montaba el escenario, mezclándose entre el público para ver a las distintas bandas. Y esa soltura, ese clima de camaradería y apoyo, tiñó al festival no solo con una frescura a la que no estamos acostumbrados (aunque cada vez nos haga menos ruido), sino con un espíritu de libertad que logra que cada pieza encaje perfecto.
Desde que El Zar comenzó a calentar el escenario con su pop ceratiano con aires de R’n’B, tan prolijo como audaz, hasta el unísono de Louta con su público enardecido cantando “olé, olé, olé, olé, Louta, Louta”, pasando por la calidez de las melodías de artistas como Juan Ingaramo e Hipnótica, el lo-fi más franco de Las Ligas Menores, la inevitable tentación de bailar que crea Valdés con sus beats certeros y su magnetismo escénico y tantos otros que pasaron por el festival, La Nueva Generación fue un despliegue poderoso y constante de artistas con una identidad propia y cautivante. Músicos que se embarcan en una búsqueda incansable de profesionalización y que conmueven por su diversidad y camaradería.
A Santiago Motorizado le cuesta asumir que la lucha independiente que libró con Él Mató a lo largo de toda su carrera, iniciada en los años estériles del under post-Cromañón, sea la fuerza motora de este momento de la historia del rock nacional. Que La Nueva Generación, y la nueva generación (porque hay muchísimos artistas más que son parte de esto y no pudieron estar en el festival) es el fruto de su épica. El tiempo pasa y ahora son otros los jóvenes que levantan, triunfantes, sus banderas: los que reciben su legado y gestan una escena en la que ciudades como La Plata, Córdoba, Mendoza, Rosario y Posadas ganan cada vez más protagonismo; que lucha por sonar cada vez mejor, por profesionalizarse más y, así, prescindir cada vez más de discográficas ya vetustas, anticuadas y alienantes.
Una nueva generación que vivió su gran día de gloria el domingo 19 de noviembre en Córdoba, mostrándole el camino a las nuevas nuevas generaciones que se avecinan. Que tuvo el lujo de celebrarlo junto a la banda que inició y profetizó desde sus comienzos ese camino: el de la camaradería y la solidaridad, de la mirada hacia el futuro y la autogestión, de la libertad y la entrega absoluta a lo más bello que tenemos, que es la música.
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Foto principal: Josefina Blattmann